Medio siglo de familias rotas en Corea
200 coreanos de ambos lados cruzan hoy la frontera para reencontrarse con parientes perdidos desde la guerra
La última vez que Park Bo Bae vio a su hijo, hace medio siglo, el chico, entonces de 16 años, prometió volver a casa directamente desde su trabajo en una feria cercana. Pidió a su madre que le preparara la única comida que podían permitirse en ese terrible verano en el que comenzó la Guerra de Corea. "Le horneé algunas batatas para comer ese día", recuerda la enérgica Park, ahora de 90 años. "Nunca volvió a por ellas".La familia del chico llegó a la conclusión de que había muerto, una víctima más del trágico conflicto que consumió a las dos Coreas durante tres años y en el que murieron dos millones de coreanos. La guerra no sólo dejo a la península dividida: la dejó en ruinas.
Durante los siguientes 50 años, Park, devota católica, siguió encendiendo velas por el descanso del alma de su hijo y llorando cada vez que comía batatas. No conservaba la más mínima esperanza de que siguiera vivo, y menos aún de que lo hiciera en Corea del Norte. Cuando su nombre apareció en una lista de norcoreanos a quienes les sería permitido visitar a sus familiares en el Sur, Park y su familia se quedaron atónitos. No creyeron la noticia hasta que un funcionario de su ciudad les mostró el fax proveniente de la capital del norte, Pyongyang, en el que aparecía la imagen borrosa de un hombre que vestía traje y corbata junto al nombre del hijo desaparecido: Kang Young Won, que ahora tenía 66 años. "¡Es un milagro!", exclamó Park.
Es la misma alegría que se espera esta semana en Seúl y Pyongyang cuando los miembros de familias que han permanecido separados durante cinco décadas por la guerra vuelvan a reunirse. Mientras se reparten abrazos y se derraman lágrimas, misterios como qué fue lo que le sucedió a Kang -que vivía lejos del Norte y ni siquiera era simpatizante comunista- comenzarán a desvelarse.
Está previsto que cien norcoreanos vuelen hoy a Seúl para asistir a tres días de reuniones, fuertemente controladas, mientras otros cien surcoreanos viajarán a Pyongyang para encuentros similares. De estas reuniones no sólo se espera que ayuden a estrechar los lazos familiares, también suponen un gran paso en la creciente aproximación entre las dos Coreas y la fructificación de una plan concebido en la histórica reunión mantenida en junio entre el presidente de Corea del Sur, Kim Dae Jung, y el líder de Corea del Norte, Kim Jong Il. Sin embargo, la reunión se celebrará cuando todavía un millón de soldados hacen guardia a lo largo de la frontera que divide a los dos países.
Aproximadamente siete millones de personas en Corea del Sur tienen lazos familiares de alguna clase con el Norte, y se estima que unos 1,2 millones de refugiados que huyeron del norte durante la Guerra de Corea están aún vivos.
El aspecto negativo es que se espera que el formato de la reunión sea rígido, incluso en el democrático Sur. En Seúl, la mayoría de las reuniones serán celebradas en masa en la recepción de un hotel. A cada familia surcoreana se le permitirá acudir solamente con cinco miembros. Serán sentados en mesas redondas para esperar la llegada de sus familiares, que serán alojados en un hotel diferente. A los visitantes norcoreanos no les será permitido visitar sus ciudades natales, y lo que es culturalmente más importante, no podrán rendir tributo a las tumbas de sus antepasados. La mayoría de los tres días estarán dedicados no a sus familias, sino a hacer turismo.
Una de las razones para los rígidos controles es prevenir posibles deserciones, que podrían sabotear el naciente deshielo entre las dos Coreas. En cualquier caso, los participantes surcoreanos, tanto los que van a viajar al Norte como los que esperan la llegada de sus familiares, se muestran encantados. Muchos han pasado horas comprando y tratando de meter toda clase de objetos -desde medicinas y ropa a caramelos y relojes- en una maleta para sus familiares del Norte.
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