Carlos Abella, un cónsul muy activo en actos sociales
Carlos Abella dejó una impresión muy positiva entre los exiliados cubanos a su paso por Miami. Llegó a esta ciudad el 18 de agosto de 1994 como cónsul general con la misión, según sus propias palabras, de abrir canales de comunicación entre el Estado español y las diversas facciones políticas, y, a juzgar por las opiniones, cumplió sus objetivos. "La Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA) está extremadamente satisfecha con él. Supo hacer muchos amigos y poner de acuerdo a personas con opiniones distintas", dijo el viernes en Miami Diego Suárez, uno de los directores de FNCA, a cuyo lujoso yate acudía con frecuencia el matrimonio Abella. También dejó huella en el mundo de la cultura, inaugurando el Centro Cultural de España en Miami. Y se dedicó de lleno a la faceta diplomática de representación social. Era frecuente ver a Abella llegar a las mejores fiestas en un Rolls-Royce, acompañado de su esposa, la pintora Pilar Arístegui. De hecho, la lista de actos que quería abarcar estaba tan repleta que su propia secretaria comentó entonces que los días no tenían suficientes horas para él.
"Purga" de invitados
Los funcionarios del consulado le llegaron a apreciar a pesar de que les dolía que no les invitara a las fiestas patrias, a las que tradicionalmente había asistido toda la colonia española. Pero los funcionarios acababan de pasar por tiempos sindicalmente turbulentos con el cónsul Erik Martell y Abella limó las asperezas laborales. Peor suerte tuvo el cónsul Abella con los españoles residentes en Miami. Lo que se llegó a conocer como "purga" de invitados en las recepciones consulares causó un sabor amargo entre los excluidos. Incluso los incluidos en el círculo social han reconocido que Abella no se distinguió por su atención equitativa. "Aunque a mí me trató bien, es sabido que a los españolitos de a pie les dejó un poco abandonados", dice un español relacionado con la jet-set de Miami.Ni la condición de reo de Joaquín José Martínez ni la posición social de sus padres pareció hacerles candidatos a la atención de Abella. Para entonces, ya siendo presidente Aznar (a quien sirvió de anfitrión en dos ocasiones en Miami), Abella tenía puestas sus miras en cumbres más altas. Pronto le designaron embajador ante la Santa Sede. Poco después de asumir su puesto en el Vaticano, un alto funcionario del Ministerio de Comercio que le conoce bien comentó "Ha logrado lo que quería, ser embajador ante Dios".
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