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Santa Loretta

Un romance célebre

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Las apariencias engañan. Loretta Young, antes de convertirse en la presidenta de la Asociación Cívica por una Literatura Decente y de acudir a las entregas de los oscars para criticar las "porquerías" que, según ella, muestra el cine actual, había tenido otra vida. Como actriz nunca fue extraordinaria, limitada siempre al papel de chica voluntariosa y sumisa que acompaña los éxitos de su marido, ya sea éste Graham Bell o un jefe indio.Lo suyo era permanecer junto a él, la mirada baja, las manos en el regazo, pendiente sólo de que su hombre inventase el teléfono y de su buena reputación. Pero Loretta Young tenía también unos pómulos espléndidos, grandes ojos y un rostro muy hermoso y personal. Esa belleza inconfundible le permitió mantenerse en activo desde 1927 hasta 1953, ganar un oscar en 1948, para pasar luego, y hasta 1961, a tener su propio espectáculo televisivo. Este programa fue tan popular como reaccionario, una retahíla de entrevistas destinadas a promover los valores conservadores.

Santa Loretta, también conocida como Sor Atila por los detractores que ponían en duda su santidad, instaló en el plató una hucha que se llenaba con el medio dólar que hacia pagar a todo aquel que pronunciaba una "palabra soez". La recaudación iba a parar a un hospital de Los Ángeles para madres solteras.

En realidad, Santa Loretta era tan sensible a la cuestión que en 1937 ya adoptó una niña, Judy, que era su vivo retrato -los mismos pómulos, la misma boca, los mismos ojazos-, con el añadido de unas grandes orejas. Dos años antes Loretta había rodado, a las órdenes de William Wellman, La llamada de la selva, una adaptación de Jack London que ella coprotagonizó con Clark Gable. Su romance fue célebre, aunque ella, alérgica a los escotes y oficialmente muy virtuosa -su primer matrimonio, a los 17 años, había sido anulado-, nunca quiso reconocer que con Gable había habido algo más que una buena amistad. En cualquier caso, cuando Judy tuvo edad suficiente mamá hizo que le operaran las orejas.Llevaba, sin duda, los hábitos como nadie y resultaba una monja muy seductora, pero la historia del cine la recuerda como Ramona, disfrazada de india, con una cinta multicolor en la cabeza. En el adjetivo multicolor estuvo el secreto. En 1936, el cine en color constituía todavía una gran novedad, y Ramona, de Henry King, se benefició de ella convirtiendo a Loretta y Don Ameche en actores muy taquilleros.

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