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F. Buesa / J. Díez

Cuando la fiesta se serena, como se remansa el río al llegar al valle, la superficie queda apacible, la vida social discurre quieta, tranquila. En el Día Grande de la Blanca, las familias se reúnen (madres entregadas al fogón, como en el anuncio navideño, y chavales con pañuelo en cuello en un rincón preparando la huida nocturna), los blusas hacen su ofrenda floral, se llenan los restaurantes en la ciudad vieja y las autoridades se reúnen en la Recepción Oficial del Ayuntamiento.Todo es apacible y un tanto indolente ese día. La lluvia cae y en los charcos callejeros se dibujan siluetas grises y verdes. Cuando la quietud se apodera de la corriente, cuando la reflexión domina el ímpetu vital del día 4, emergen del fondo, como de la memoria, aquellos despojos que la turbulencia había sumergido, que no dejaba ver pero que iban con ella.

Como María Mármol en la Medina Sidonia de Ramón J. Sender -blanca imagen romana, memoria atemporal de los sufrimientos en la aldea del crimen, Casas Viejas en 1933-, Mari Blanca, melancólica imagen femenina del gótico tardío, imagen venerada situada entre los dos arcos de San Miguel, decapitada en 1982 (espontánea «violencia popular -dijeron los CC.AA. de entonces-. Su cabeza, seccionada del tronco, será una de las imágenes que inspirarán las posteriores imágenes antiteas de esta ciudad , que desde el franquismo se veía plagada de sotanas y demás uniformes represivos»; en fin, usted me dirá); Mari Blanca, patrona de la ciudad vieja, serena, sonriente, enigmática, nos habla de los que cayeron.

Cuando le hacen la ofrenda sentida (blusas de otro tiempo), cuando pasamos -todos la conocen- nos recuerda a los que cayeron. No eran héroes, no eran ejemplares, no eran mejores. Eran como usted o como yo, ciudadanos sin más. Y por eso, nada más que por eso, les mataron. Eran ciudadanos que ejercían de ello, ciudadanos no amedrentados, que hacían su trabajo en representación de todos. Hablando por nosotros (Buesa) y cuidando de los nuestros (Díez).

El Ayuntamiento ha sabido recordarles y ha dado a Nati Rodríguez, viuda de Fernando Buesa, la Medalla de Oro de la Ciudad. Todos estamos con ella porque ellos supieron estar con nosotros.

Y, como los CC.AA. en su día, ... (que es gerundio) fuera de tiesto, HB se ha ausentado del homenaje con la burda excusa de que han sido invitados a ella los "uniformes más odiados en Euskal Herria". ¿La capucha y la txapela? (mi padre lleva txapela, y a mucha honra; pero nunca parodió a los zapatistas). Esos no estaban, que yo sepa. Esos fueron quienes mataron al hombre.

Por vosotros, F. Buesa/J. Díez, por vosotros y en vuestro honor siguen las fiestas en la ciudad vieja de Vitoria.

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