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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Acosado Barak

La elección por el Parlamento de un relativo desconocido como nuevo presidente de Israel, en lugar del laborista Simón Peres, propuesto por el partido del primer ministro y al que se daba como ganador, ha sido no sólo una sorpresa para muchos, sino el termómetro de un estado de ánimo entre los diputados poco dispuesto al compromiso con los palestinos intentado por Ehud Barak en Camp David. El jefe del Gobierno, que superó el lunes por estrecho margen un voto de no confianza a propósito de las concesiones territoriales que planeaba en la fracasada cumbre de Maryland, ve el cielo abierto con la suspensión esta semana por vacaciones de las sesiones del legislativo israelí. Barak conseguirá un respiro vital de tres meses para intentar recomponer su maltrecha coalición y revivir el proceso de paz frustrado la semana pasada.No hay interpretación más directa de la derrota de un estadista de la talla de Peres -ex primer ministro y arquitecto de los acuerdos de Oslo con los palestinos, Nobel de la Paz por ello- que el hecho de que la fraccionada Knesset, a diferencia de los ciudadanos, ve con profunda desconfianza la conclusión de un acuerdo de paz con los palestinos que no otorgue todos los triunfos a Israel.

Aunque la misión del presidente, un cargo básicamente ceremonial, no incluye pronunciamientos sobre cuestiones políticas, la realidad lo desmiente. El anterior, Ezer Weizmann, dimitido anticipadamente por un escándalo de corrupción, era un convencido abogado del proceso de paz. Lo mismo que Peres, que hizo de ello la línea medular de su política. Que su rechazo por cuatro votos en votación secreta frente al derechista Moshe Katsav -un judío sefardita nacido en Irán, veterano del Likud- se inscribe en esa estrategia de la tensión resulta evidente cuando una de las primeras declaraciones del nuevo jefe del Estado ha sido para proclamar que Jerusalén, la roca contra la que finalmente se estrelló Camp David, debe permanecer unida como capital eterna del Estado de Israel.

Al primer ministro Barak se le acumulan las dificultades. La mayor es garantizar la supervivencia de su maltrecho Ejecutivo. A la derrota de su candidato a la jefatura del Estado hay que unir el hecho de que no controla más de 50 escaños de los 120 de la Knesset, un apoyo insuficiente que le impide sacar adelante la legislación más relevante. Su ministro de Exteriores, David Levy, amenaza con abandonar hoy mismo el Gobierno si Barak no se entiende con el halcón Ariel Sharon, líder del opositor Likud, sobre la formación de un Gobierno de unidad. Sharon, que acusa al primer ministro de traicionar a los israelíes por ofrecer a Arafat la soberanía compartida de algunas zonas de la Jerusalén árabe, acaricia abiertamente la posibilidad de elecciones anticipadas.

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El tiempo juega contra Barak. No habrá oportunidad de resucitar el crucial diálogo de paz -objetivo declarado de los dos bandos tras su fracasada cumbre- si el primer ministro no reorganiza su Gobierno en las próximas semanas y recompone su frágil alianza, trufada de intereses de campanario. Yasir Arafat, de consulta por varios países árabes sobre los próximos movimientos negociadores, y en particular la cuestión de Jerusalén, dice seguir barajando el 13 de septiembre como fecha de proclamación del Estado palestino. Y ése sería un punto de no retorno, por la marejada de anexiones israelíes que acarrearía en Cisjordania y Gaza.

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