EL DEBATE DE LA ENSEÑANZA La historia manipulada JOSÉ LUIS MENDOZA
Considera el autor que a la clase política le importa más el poder manipular los libros que la propia enseñanza de la historia.
La difusión del reciente informe de la Real Academia de la Historia sobre la enseñanza de esta materia en la Enseñanza Secundaria ha dejado al descubierto algunas evidencias. La primera es que la propia Academia, con este informe, no hubiera obtenido ni un simple aprobado en primero de carrera debido, entre otros detalles, a la ausencia de fuentes primarias y secundarias objetivables, a su confusa metodología, a la falta de conclusiones derivadas de una labor de investigación, a la mezcla de impresiones personales con datos reales y a la (aparente) pluralidad de manos redactoras. Todo ello convierte el citado documento más que en un informe académico en un popurrí de prevenciones, quejas y prejuicios dotado de un incuestionable valor de coartada científica al servicio de intereses extraacadémicos.¡Menudo espectáculo ver todo un señor director de toda una Real Academia pasar de estrella mediática a alguacil alguacilado! Y eso que en el interín tuvo que aguantar de todo, en particular los excesos logorréicos de un pluriempleado periodista de la radiotelevisión nacional empeñado en ejecutar su propio auto de fe contra los nacionalismos y las llamadas autonomías "históricas" (por cierto, ¿alguien nos aclarará qué son las demás? ¿ahistóricas? ¿antihistóricas? ¿quizá histéricas?).
La segunda es que la clase política desde el primer momento ha dejado claro su postura ante la cuestión: no le importa tanto la vertiente educativa de la enseñanza de la Historia cuanto a quién debe corresponder la capacidad o el derecho de manipulación de los libros de texto. El tema no es nuevo. El análisis clásico de la izquierda siempre ha atribuido a la educación la misión de reproducir, continuar y justificar las estructuras y las relaciones de poder.
El Estado moderno, tan liberal él en los asuntos económicos, es un feroz controlador de las instancias ideológicas, es decir, de todo aquello que es capaz de crear o difundir opinión y/o propaganda. Buena prueba de esta afirmación es la obsesión de los distintos gobiernos por controlar la mayor cantidad posible de medios de comunicación. La consigna pudiera ser: "Libertad, sí, pero dentro de un orden (a ser posible, el nuestro)".
El mundo de la enseñanza (me refiero a la enseñanza pública, claro) cuenta entre sus virtudes con la de ser un sistema al margen de las relaciones de poder político. Me estoy refiriendo a los agentes directos: enseñantes, alumnos, padres y demás integrantes de la comunidad educativa. Son ellos los que, dentro de la autonomía que marcan las leyes educativas, establecen las condiciones reales "para formar personas libres y honrados ciudadanos", según la definición liberal clásica.
¡Demasiado crudo para poder ser digerido! Parece haber llegado el momento de realizar un nuevo asalto para poner fin a tamaño desmadre libertario. Nuestros políticos se desmelenan en duras negociaciones sobre porcentajes nacionales y autonómicos. En la raíz de tanto desvelo está la esperanza de amueblar las cabezas adolescentes con (su visión de) la realidad histórica. Opino que mejor harían en procurar que los profesionales de la educación contásemos con las necesarias dotaciones personales y materiales para ayudar a cada uno de nuestros alumnos a forjarse su propia visión del mundo.
Y es que, en el fondo, nuestros políticos son unos ingenuos y manifiestan un total desconocimiento de lo que es la realidad educativa. En su postura subyace la convicción de que el profesor es una especie de predicador que usa el libro de texto como una suerte de catecismo para adoctrinar las mentes ingenuas, ávidas de saber.
La realidad es muy otra: media hora de televisión o las opiniones de algún famosete suelen dejar en los adolescentes más huella que una jornada lectiva. Además, cada vez un mayor número de profesores no saben qué hacer para motivar a sus alumnos o para mantener una mínima disciplina en clase.
A pesar de ello, los profesionales de la enseñanza intentamos, mediante el desarrollo de los contenidos educativos colaborar en la construcción personal de nuestros alumnos, dentro del marco legal vigente establecido democráticamente por nuestros legítimos representantes políticos.
En el fondo también los docentes somos unos ingenuos por hacer caso de una Ley de Educación que establece como fin último de nuestra labor pedagógica el desarrollo personal del alumno, su integración como ciudadano y el desarrollo de sus capacidades para proseguir estudios superiores o integrarse en el mundo laboral. Yo me lo creo, ¿y ustedes, señores políticos? Háganme caso: si realmente están interesados en mejorar la calidad de la educación, hablen con los interesados; todos aprenderemos mucho.
P. D. La última aportación al debate que he leído es la del escritor Horacio Vázquez-Rial en este mismo diario (La noción nacional del tiempo). Siendo evidentes sus aciertos, me permito hacer dos matizaciones a su afirmación de que "(...) el terrorismo de ETA se sustenta ideológicamente nada menos que en una lectura de la historia local vasca". La primera es que, de tener algún fundamento ideológico, el de ETA habría que buscarlo en el libro La hinteligencia (sic) militar, maravillosa gavilla de hojas en blanco curiosamente editada entre nosotros, en euskera y castellano, por la editorial Txalaparta.
La segunda es que, de ser cierta la afirmación de Vázquez-Rial, las autoridades competentes deberían investigar qué maravillosa vacuna vuelve inmunes a la gran mayoría de nuestros alumnos para no dejarse seducir por dicha ideología. Incluso podríamos negociar la cesión de la patente a la Unesco.
José Luis Mendoza es profesor de enseñanzas medias.
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