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Tribuna:TOUR 2000 21ª y última etapaLA CLAVE
Tribuna
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Lo que distingue al campeón

Si pudiésemos llevar mañana mismo a los dos primeros clasificados del Tour a un laboratorio de Fisiología del Ejercicio e hiciésemos con ellos todos los estudios y mediciones que se pueden hacer, seguro que nos llevábamos una sorpresa: no habría primero, ni segundo. Todos serían vencedores del Tour. Y, de haber un ganador fisiológico, lo sería por muy escaso margen.Ya les tenemos en el laboratorio. Para abrir boca, lo más sencillo: el porcentaje de grasa corporal (es decir, la proporción del cuerpo que está hecha de grasa subcutánea). Con unas sencillas pinzas podemos pellizcar la piel del ciclista para medir sus pliegues grasos. Resultado: 8% de grasa en cada uno. O sea, hueso y pellejo, que dicen algunos (un varón sedentario de la misma edad tendría un 15%).

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Después, al potro de torturas: la bicicleta estática (o cicloergómetro). Los ciclistas suelen hacer una prueba de esfuerzo en la que va aumentando poco a poco la resistencia al pedaleo (por ejemplo, 25 vatios más cada minuto). Y así hasta la extenuación total. Por cierto que en Fisiología del Ejercicio, el concepto de extenuación no es ninguna broma: significa que los ciclistas manifiestan al final de la prueba signos y síntomas de vegetatismo (mareo, bajada brusca de tensión, temblor, sensación de náuseas y vómitos, y, sobre todo, muy mala cara). Descubrimos entonces que todos tienen el mismo tope de consumo máximo de oxígeno (VO2max): unos 80 mililitros/kilogramo de peso/minuto. Uno tiene 82, otro 79, pero diferencias mínimas en todo caso. Y si quisiésemos expresar el techo de cada ciclista en términos de potencia relativa, misma conclusión: los más pesados y musculosos mueven más vatios, claro, pero seguro que todos tienen la misma potencia máxima con relación a su peso, unos 7 vatios por kilogramo. En suma, cinco motores con idénticas cilindradas (al menos con relación al peso).

También se puede comprobar si los tres motores están igualmente afinados: esto lo podemos hacer estudiando el comportamiento del lactato durante la prueba (que se puede medir fácilmente sacando muestras de sangre, por ejemplo cada 2 minutos). Comprobamos entonces que el lactato se empieza a acumular en la sangre de los tres ciclistas a la misma carga de trabajo: 6 vatios por kilogramo de peso. O lo que es lo mismo, al 90% de la capacidad máxima de cada uno. Conclusión: aparentemente, todos los motores están a punto y funcionan igual de bien.

Para el que todavía no se haya convencido, más pruebas. Podemos meter catéteres por los vasos sanguíneos de los muslos de los ciclistas mientras éstos pedalean hasta la extenuación. Qué bonito será comprobar cómo por ejemplo los tres corazones bombean casi la misma cantidad de sangre cuando se les exige al máximo: unos 40 litros por minuto. ¿Todavía hay alguna duda? Más barrabasadas: por ejemplo, la biopsia muscular. Hay que pinchar el muslo de cada ciclista y extraer del mismo (preferentemente del músculo vasto lateral, el más usado en ciclismo) un pequeño trocito de carne (unos pocos cientos de fibras musculares). Metemos el trocito de carne en un microscopio y a contar fibras. Seguro que los tres andan muy parejos: las más abundantes son las fibras lentas o tipo 1, pues representan aproximadamente el 70% del total de las fibras. Y es que la principal cualidad de estas fibras es la resistencia a la fatiga. Y el Tour son casi 100 horas...

¿Entonces qué distingue al vencedor? ¿Qué le hace diferente? Posiblemente, algo que no se puede medir en un laboratorio (afortunadamente): la motivación. ¿Y qué pasa entonces con la genética?, ¿No estamos hartos de oír decir que los grandes campeones nacen? Obviamente, los genes condicionan muchos parámetros, como el VO2max, el tipo de fibras predominantes, la relación talla-peso de un ciclista... ¡o incluso su motivación! "Los genes son todo", en última instancia. ¿Qué genes hay que estudiar entonces? ¿Los que influyen sobre el músculo? ¿Los que determinan la respuesta del pulmón? ¿Los que actúan sobre corazón? Difícil dar una respuesta. Por eso, la genética del rendimiento deportivo aún está en pañales. Y ojalá que siga así mucho tiempo. Por bien del ciclismo.

Alejandro Lucía es fisiólogo de la Universidad Europea de Madrid.

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