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Feria de Valencia

Los derechazos deben cotizar a Hacienda

Los que quieren ser figuras pegando derechazos no deberían irse de rositas. Los derechazos se han convertido en instrumento engañabobos para ganar dinero y deberían tributar a Hacienda.No los derechazos, claro, sino los astutos derechacistas.Finito de Córdoba, sin ir más lejos, los derechazos que pegó en esta corrida de la feria valenciana le deberían haber costado una pasta gansa. De un lado, por la rentabilidad que les intentó sacar en forma de orejas y laureles de figura; de otro, porque crearon alarma social. La gente, al medio centenar de derechazos, ya no sabía dónde meterse y pedía socorro.

La faena entera a base de derechazos, todos bastante malos y algunos aún peores, montó Finito de Córdoba; nueve tandas o así. Y sólo utilizó la izquierda para perpetrar la suerte suprema,que consistió en pinchar echándose fuera y acabó oyendo dos avisos.

Valdefresno / Finito, Mora, Bautista

Cuatro toros de Valdefresno, terciados, tres primeros anovillados, pobres de cara; flojos, manejables. Dos de Hermanos Fraile Mazas, terciados aunque serios, 5º bravo, 6ºinválido, encastado y noble.Finito de Córdoba: dos pinchazos -primer aviso-, tres pinchazos, estocada -segundo aviso- y rueda de peones (silencio); pinchazo hondo -aviso- y descabello (división de opiniones). Eugenio de Mora: seis pinchazos, estocada ladeada y descabello (silencio); estocada (silencio). Juan Bautista: dos pinchazos y estocada caída (silencio); estocada caída seguida de una precipitada, persistente y desaforada rueda de peones que tira al toro (minoritaria petición y vuelta). Plaza de Valencia, 18 de julio. 4ª corrida de feria. Dos tercios de entrada.

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La faena al cuarto toro también la montó Finito sobre los derechazos, de calidad similar a la paliza anterior. De principio a fin, excepto una fugaz incursión a los naturales. Cuando Finito tomó con la izquierda la muleta hubo un murmullo creciente en la plaza: los partidarios aplaudieron el gesto (los taurinos lo llaman gesta), los escépticos se pusieron a hacer chistes. Media docena de naturales sin ajuste ni templanza ensayó Finito. Y volvió a los derechazos, esta vez con especial denuedo (se ve que le tiene afición), poniéndose encimista, tremendista, arrojado y hasta suicida.

Es muy de ver el entusiasmo con que los toreros modernos realizan estas temerarias porfías a escasos palmos de los pitones. Dicen ellos de sí mismos, en sus declaraciones entre barreras al concluir la faena, que estuvieron importantes y se jugaron la vida. Por su puesto que hace falta valor. La pena es que el valor tiene un límite y a los toreros modernos -Finito uno de tantos- no les llega para atreverse a parar, templar y mandar ligando los pases.

Parar, templar y mandar ligando los pases no hay ni un torero moderno que sea capaz de hacerlo. La larga cambiada de rodillas, la gaonera de parón, el penduleo junto a las astas ahogando las embestidas, el pase de pecho restregándose contra el costillar una vez salvada la cabeza del animal, sí, son capaces de hacerlo la totalidad de los toreros modernos cuantas veces sea menester.

Ahora bien: aquello de traerse al toro toreado, cargar la suerte -parar- cuando entra en jurisdicción; embarcarlo -templar- llevándolo embebido en la pañosa; rematar el viaje -mandar- donde debe iniciarse el siguiente, y tirar de la res con ganacia de terrenos y pleno dominio de la situación, eso no se atreven a hacerlo ninguna de las actuales figuras ni los aspirantes. Pues para interpretar el toreo tal cual mandan los cánones -que es según se acaba de resumir- hace falta técnica, sentimiento y lo que hay que tener.

¿Sabe usted?

El toro, por manso o por pregonao, pudiera dificultar el toreo en pureza, mas no era el caso. Lo que le soltaron a la terna de la corrida ferial fue en el fondo una novillada de escaso fuste y sobrada manejabilidad para realizar desahogadamente el toreo dicho y lo que fuera menester.

Si a Finito le arrebataba su segundo toro el capote cada vez que se lo ponía delante, a Eugenio de Mora le ocurrió algo parecido con el quinto. No traía, al parecer, la mejor disposición Eugenio de Mora a la feria de Valencia. Se diría que la profesión ya le ha dado todos los cortijos en venta y no debió considerar que mereciese la pena el intento de alguna proeza digna de permanecer en el recuerdo.

Por ejemplo, torear. Y se limitó a los consabidos pases, desplazando el viaje cuanto le diera de sí el brazo, sin ligar, rectificando terrenos, e intercalando rodillazos y porfías encimistas que dejaron indiferente a la afición.

Mayor ánimo que sus compañeros traía Juan Bautista y mejor corte torero en la realización de las suertes, aunque tampoco era como para lanzar cohetes.

A su primer torillo, que se quedaba algo corto en las embestidas, le aplicó Bautista una larga y soporífera faena. Al sexto, de más presencia y encastada nobleza, le montó casi toda la faena por naturales. Fue la gran sorpresa, y dada la generosa aportación de semejante rareza, inesperada en la tarde e insólita en la fiesta moderna, debería desgravar a Hacienda.

Los naturales le salieron a Juan Bautista bastante aleatorios: unos bien, otros regular, algunos mal. Trasteo adelante, la faena fue perdiendo interés. Instrumentó de frente las últimas tandas y, carentes de gracia, resultaron aburridas. Finalmente cobró una estocada y hubo petición de oreja. Muy escasa, pero a grito pelado y llamándole de todo los orejistas al presidente, que no la concedió. Y se le felicita por ello. La dictadura del derechazo en el ruedo y la del desaforado triunfalismo en el tendido ya hace tiempo que están hartando a los verdaderos aficionados a la fiesta de los toros.

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