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Isabelle Huppert, sublime y cotidiana en la 'Medea' que protagonizó en Aviñón

Jacques Lassalle ha estrenado una Medea en Aviñón contando con "la imagen mítica de una actriz cuya filmografía está repleta de monstruos humanos". La frágil figura de Isabelle Huppert es ese monstruo, pues ella ha encarnado a una parricida en Violette Nozière, a una asesina en La cérémonie y a una mujer que acaba en la guillotina en Une affaire de femmes, de Claude Chabrol. Huppert estuvo sublime y cotidiana ante 2.000 espectadores.

La súbita caída de la temperatura vivida por todos los festivaliers -15 grados menos en un día- no basta para explicar las decepciones de Triptyk, de Bartabas; la comedia de Novarina L'origine rouge, y la nueva producción de Romeo Castellucci, Genesi. También esta semana se ha podido ver Hotel Europa, del ruso Ivan Popovski, adaptada por el macedocio Goran Stefanovski. Tres veteranos -Pina Bausch, coreógrafa con veinte años de carrera reconocida, Yuri Liubimov, 83 años y fundador de la mítica Taganka moscovita, y Jacques Lassalle, antiguo director de la Comèdie Française- salvan, de momento, la programación, la primera con un ya comentado espectáculo de 1997, el segundo con su transformación de Marat-Sade en musical, y el tercero con un clásico entre los clásicos, una tragedia de Eurípides.Chabrol acaba de dirigir a Isabelle Huppert en Merci pour le chocolat, una cinta en la que ella es una destructora absoluta. "Para orientarme, Claude no cesaba de decirme que el personaje era una Medea", dice Huppert. Entre las Medeas de Chabrol y la Medea de Eurípides dirigida por Jacques Lassalle y estrenada esta semana en Aviñón hay una gran diferencia. "La que separa el cine del teatro. En el cine hablas con tu propia voz, pero el teatro te permite oír la voz de otro en tu interior, una voz que viene de lejos. En el texto de Eurípides, la dimensión sagrada no proviene de la mitología o de la presencia de los dioses sino de que todo se funda en la humanidad de los personajes. Y quien dice humanidad dice debilidad. Medea sufre porque es mujer en un mundo de hombres, sufre porque es una exiliada, porque Jason la engaña. No se trata de presentarla como un monstruo inocente sino de transmitir la idea de que la inocencia no queda nunca muy lejos de la falta. Desde el momento en que hay dolor, en que se sufre, hay una parte de inocencia. Y Medea sufre", concluye Huppert.

Menuda y de apariencia quebradiza, la actriz es un prodigio de intensidad y fuerza. Ella sola mantuvo en vilo a los 2.000 espectadores casi congelados por el viento. Ella y la puesta en escena de Lassalle, apoyada en una bella y eficaz idea escenográfica: dividir la Cour d' Honneur en dos gracias a un lago, una ribera, la femenina, cubierta de arena blanca, luminosa, mientras la otra vera, la masculina, es oscura y rocosa. "Todo el mundo tiene que cruzar el lago para discutir y negociar con ella, esas idas y venidas de la barca puntúan la acción", señala un Lassalle que dice inspirarse en Mizoguchi y en el montaje que Strehler hizo de Il Campiello. "Uno hace teatro a partir de sus recuerdos".

La seguridad y la firmeza con que Huppert asume el personaje -"no intento parecerme a él sino encontrar en mi interior fragmentos, piezas que convengan a Medea"- hacen que la representación avance hacia su desenlace fatal con total claridad. De pronto Medea es tan misteriosa y tan próxima como esas madres que, de cuando en cuando, ocupan las páginas de sucesos porque han matado a sus hijos. Para Lassalle, el desafío era de otra naturaleza, él quería retomar el espíritu "del teatro cívico y ciudadano que empujaba a Jean Vilar. Para ello había que contar con una gran intérprete, un gran texto y un espectáculo de comunión, de consenso lírico en vez de análisis crítico. En Medea encuentro todo esto, permite reestablecer la misma calidad de diálogo que mantenían con el público María Casares, Gerard Philipe o Antoine Vitez".

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