_
_
_
_
Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Paseo por la batalla del Ebro ISABEL OLESTI

El paisaje es de almendros y olivos. Los viñedos se agarran con fuerza a una tierra blancuzca de guijarros. Cae el sol a plomo en esta mañana de finales de junio. El cielo es de un blanco lechoso, de vez en cuando lo cruza una urraca que va directa a desmenuzar una almendra todavía tierna. Se oye el ric-rac de las cigarras pegadas a los troncos de los olivos mientras las moscas, insistentes, sobrevuelan nuestras cabezas y en cuanto pueden se nos meten en el ojo. Estamos en Gandesa, pero no se ve ni un alma porque la gente, más sensata que nosotros, a esta hora se zambulle en las playas del delta o seguro que toma el fresco, si existe (bajo algún pino del monte Caro).Nosotros entramos en el Centre d'Estudis Batalla de l'Ebre, un museo que ha recuperado el material bélico documental y cultural de los fatídicos cuatro meses -del 25 de julio al 14 de noviembre de 1938- que duró la batalla del Ebro, el episodio más sangriento de la guerra civil española.

Desde Faió a La Cava, zona donde se mantuvo la contienda, nadie se sorprende si algún vecino encuentra una bomba bajo el tractor. Pedazos de avión, metralletas, fusiles, botas, insignias e infinidad de huesos humanos siguen sepultados en las montañas y los campos de Corbera, Vilalba, Bot, Prat de Comte, Gandesa, La Fatarella... Cada año se desactivan unas cincuenta bombas; hace sólo un mes encontraron 87 bombas de mano reunidas en un terraplén. Antonio Blanch es un experto en el tema, pero dice ser mucho más prudente desde que hace dos años un compañero suyo murió despedazado al manipular una de ellas.

Antonio Blanch se familiarizó con el material bélico por contagio de su padre, un pastor que recogía todo lo que encontraba en el campo y lo vendía como chatarra. Su hijo, en cambio, lo almacenó todo hasta acumular un arsenal que ahora forma parte, junto con la colección de otros vecinos de Gandesa, del Centre d'Estudis Batalla de l'Ebre, abierto desde hace un año. El Ayuntamiento les cedió las antiguas escuelas y ellos se encargaban de informar y de mantener y vigilar el museo, que se abre solamente los fines de semana.

Lo primero que encontramos en el centro es una reprodución a tamaño natural de un trinchera con todos sus elementos originales. Los efectos especiales (el zumbido de las bombas, sirenas, motores de avión, fogonazos...) intentan situar al visitante en el lugar de la acción. Pasamos a la sala de los proyectiles y el material bélico, con un impresionante muestrario de todo lo que llegó a caer en esos campos de vid y olivos. Pero lo que quizá impresione más es la sala donde se encuentran los utensilios que empleaban los soldados: cantimploras, cucharas, latas de sardina, teléfonos de campaña, palas, polainas, mochilas, máscaras de gas, cartucheras... Esos objetos roídos por el tiempo (un montón de cucharas mohosas recuerda una fotografía de Toni Catany) alguna vez pertenecieron a alguien, que, a lo mejor, murió mientras los usaba.

En otra sala, un vídeo de Manuel Astruel recoge fragmentos filmados de la batalla, donde se ven los tanques cruzando los viñedos y a Franco organizando las maniobras desde el Coll del Moro, punto cercano a Gandesa que ahora forma parte de una ruta que sigue los principales frentes. La visita al museo tiene este verano el valor añadido de una exposición de 27 fotografías de Robert Capa.

Antes de volver a Barcelona subimos a la sierra de Pàndols, uno de los escenarios que, junto con la sierra de Cavalls, se convirtió en un cementerio al aire libre porque muchos de los soldados que dejaron la piel se quedarán allí para siempre. En la cumbre hay un monumento a la quinta del biberón. Bajo sus piedras, un montón de huesos a la vista resume los miles de víctimas. Nosotros encontramos una calavera con un agujero encima de la ceja izquierda. Como nadie pretendía llevársela a casa como trofeo, la dejamos allí, entre matas de tomillo y romero, con la vista impresionante del fatídico río que le frustró, absurdamente, el derecho a vivir.

Josep Lluis Sellart

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_