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Sant Pau: el líder no está enfermo JAIME PRAT DÍAZ DE LOSADA

Aunque algunos afirman que la sanidad pública ha dejado de ser una prioridad para los gobiernos de nuestro país, continúa siéndolo para los medios de comunicación, que no tardan en señalar las deficiencias del sistema. Buena prueba de ello fue la tormenta mediática que, con motivo de las famosas listas de espera, se desencadenó el mes pasado en el hospital de Sant Pau. Tras la lectura de las innumerables crónicas que aparecieron en casi todos los diarios, echo en falta más rigor en los análisis públicos a que últimamente se ve sometido Sant Pau. Un rigor que revelaría no sólo que Sant Pau no pierde vigor, ni está en crisis, ni lo atenaza la fatiga, sino que además en la última década su calidad asistencial e investigadora ha mejorado por encima de la media. Y ello a pesar de que los vientos políticos y económicos le soplaban de cara.Seiscientos años de historia cualifican a este centro como el hospital docente más señero del Estado, afiliación universitaria que se olvida rápido frente a su rara belleza arquitectónica, testigo del quehacer de varias generaciones de ilustres médicos barceloneses. Sant Pau es sin duda más que un hospital.

Lo añejo de los muros, sin embargo, no se contagia a su contenido. Prueba de ello son las recientes auditorías que concluyen que los indicadores asistenciales del Sant Pau son incluso mejores que los de los hospitales del Servei Català de Salut. En el periodo 1995-1999 los ingresos aumentaron de 25.549 a 30.105 millones y la estancia media se redujo de 9,7 a 7,6 días. Asimismo, la complejidad de los pacientes ingresados medida en GRD (grupos relacionados por diagnóstico) aumentó de 1,04 a 1,28; y cuando se compara la actividad de Sant Pau con la de otros centros de nivel 4 del Insalud alcanza el tercer lugar, y sólo es superada por la de los hospitales Puerta de Hierro y Ramón y Cajal.

¿A qué se debe esta notable mejora? Sobre todo al esfuerzo de la nueva generación de médicos especialistas MIR, pero también a los directores de los distintos servicios, unidades y departamentos; ambos factores unidos han logrado un todo más valioso que la mera suma de las partes. Además de una mejor atención al paciente, en Sant Pau la producción científica de los investigadores ha alcanzado el segundo lugar en cuanto a trascendencia internacional entre las instituciones sanitarias españolas. Es un éxito que hunde, sin embargo, sus raíces en un ambiente ya propicio. La larga trayectoria del hospital de Sant Pau como institución independiente, separada en lo administrativo de los que hasta hace poco conocíamos como hospitales de la Seguridad Social o Insalud (ICS en Cataluña), ha marcado la diferencia con otros centros. Para lo bueno y para lo malo.

Todos los ingredientes necesarios para el ejercicio de una medicina académica competitiva existían ya en Sant Pau antes de su integración en la red de hospitales públicos de Barcelona, e incluso antes de su vinculación a la universidad. Es más, existían en grado comparable al que se aprecia en otros hospitales de prestigio internacional. Y ello a pesar de la antigüedad de sus instalaciones, de la limitación continuada de los recursos materiales y del progresivo déficit presupuestario, que alcanzó cotas máximas a mediados de la pasada década (en mi opinión, fueron precisamente esos ingredientes ambientales y el civismo de las instituciones catalanas los que permitieron la supervivencia de Sant Pau en aquellos años).

Pero el carácter independiente de Sant Pau siempre ha despertado cierto recelo, e incluso últimamente una hostilidad manifiesta. ¿Por qué se habla desde fuera, repetida y compasivamente, de un hospital descapitalizado en lo económico y en el activo profesional, un viejo elefante a punto de rendirse y morir?

Pese a las constatadas mejoras y al alto nivel investigador, los ingresos de la Generalitat a Sant Pau -un hospital concertado- son fijos e inferiores a los que realiza a sus propios hospitales. Mientras que los centros del Servei Català de Salut cuentan con un flujo continuo de recursos en los que por definición no se genera déficit, Sant Pau hace malabarismos con las cuentas sin lograr que sus números en rojo dejen de engordar. Y la política de construir nuevos hospitales comarcales, en los que la experiencia tardará tiempo en asentarse, no alivia el panorama.

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Cabe preguntarse si vale la pena renunciar al saber acumulado a cambio de una pátina de modernidad, o incluso si no se podrían conseguir ambos activos con una gestión más eficaz y un reparto más racional de los recursos. En estos tiempos de crisis económica para la sanidad pública es útil recordar la célebre frase de Lampedusa: "Si queremos que todo siga igual, hemos de cambiarlo todo de arriba abajo", y en nuestro caso, inventar nuevas fórmulas de subsistencia, priorizar y hacer más con menos. El hospital de Sant Pau lo merece y no se rinde.

Jaime Prat Díaz de Losada es director del servicio de Patología del hospital de Sant Pau y catedrático de la UAB.

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