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Organismos contra la pobreza

Joaquín Estefanía

En los últimos meses, varias de las principales organizaciones internacionales han dado un cierto giro, al menos teórico, en sus preocupaciones y comienzan a hablar de la pobreza. No es para menos: el incremento de la pobreza y de las desigualdades en el mundo, sobre todo en los últimos veinte años (los de hegemonía de la revolución conservadora), es tan espectacular que amenaza con deslegitimar todo el proceso de globalización y hasta el paradigma de la nueva economía.Los datos recién conocidos del último informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) son suficientemente explícitos: unos 1.200 millones de personas sobreviven cada día con menos de un dólar; la riqueza combinada de las 200 personas más ricas del mundo ascendió a un billón de dólares en 1999, diez veces más que la suma de los ingresos de 582 millones de habitantes de los 43 países menos desarrollados; los 48 países menos desarrollados atrajeron un nivel de inversión extranjera directa inferior al 0,4% del total. Según otro informe, esta vez del Banco Mundial, el África subsahariana, excluyendo Suráfrica, tienen menos carreteras que Polonia, menos de un quinto de la población tiene electricidad, uno de cada cinco africanos vive en un país en guerra y la mayoría vive a dos horas del teléfono más próximo; el nivel de vida del subcontinente era en ese momento más bajo que a finales de los años sesenta.

Hace unos días, cuatro organismos multilaterales, la ONU, OCDE, Banco Mundial y FMI presentaban en Ginebra un documento conjunto, titulado Un mundo mejor para todos, en el que afirmaban que "la pobreza, en todas sus formas, es el mayor desafío para la comunidad internacional", y urgían a los países ricos a reducir la pobreza a la mitad de aquí al año 2015, no sólo porque el mundo será así mejor, sino porque "será más seguro". Es decir, se trataba de una respuesta egoísta, pero menos da una piedra. Para reducir la miseria "no basta con el crecimiento económico"; hay que invertir en educación y sanidad.

La pobreza y las desigualdades no son un fenómeno natural, sino el fruto de políticas económicas equivocadas, o corruptas, o defensoras de los intereses de los más poderosos. Esas políticas son instrumentadas por los gobiernos nacionales, pero en muchos casos han sido recomendadas por las instituciones que ahora denuncian esos abusos del sistema. Estos días en los que Nicholas Stern ha asumido el cargo de economista jefe del Banco Mundial, conviene recordar el testamento que dejó su antecesor en el cargo, Joseph Stiglitz, que dimitió hace unos meses del puesto en desacuerdo con las políticas aplicadas por esos organismos. Stiglitz, un economista muy reputado que quizá ya no obtenga el Nobel de Economía por su rebeldía, escribió un largo artículo en The New Republic titulado 'Información privilegiada. Lo que aprendí en la crisis económica mundial', que devino en un espectacular alegato contra el FMI. "Desde el final de la guerra fría", escribió Stiglitz, "la gente encargada de difundir el evangelio del mercado por los rincones remotos del planeta ha adquirido un poder tremendo. Estos economistas, burócratas y funcionarios actúan en nombre de Estados Unidos y de los demás países industrializados, pero hablan un idioma que muy pocos ciudadanos corrientes entienden y que pocos políticos se molestan en traducir". Según este economista, en teoría el FMI apoya a las instituciones democráticas de los países a los que ayuda; en la práctica, socava el proceso democrático al imponer su política.

Habrá que seguir de cerca si la buena nueva de la autocrítica de los organismos multilaterales, cuyo primer financiador es EEUU, es auténtica o la lucha contra la pobreza es sólo un instrumento de propaganda más.

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