Por los suelos
Los novillos se la pasaron por los suelos. La fiesta también. Y olé.Está claro que dar como noticia las caídas de los toros no tiene ningún sentido. Que los toros se caigan carece ya de relevancia. Un toro, por el mero hecho de serlo, se ha de caer. Y si es novillo, lo mismo o aún con mayor razón.
Hay quienes van difundiendo que los toros se caen por exceso de peso. Los mismos ganaderos llamados de primera están haciendo campaña para que se suprima en las corridas la información sobre el peso de los toros -y la prescripción reglamentaria del peso mínimo, naturalmente-, so pretexto de que los toros no soportan carnes excesivas sobre el menguado esqueleto que define su encaste y provocan sus caídas en el redondel. Pero esa es una falacia pues los toros de poco peso se caen igual o aún más que los de mucho. Sin necesidad de irse demasiado lejos, ahí está la novillada inaugural de los sanfermines, cuyos ejemplares pesaban menos de 460 kilos, los hubo de 400 casi pelados y se cayeron todos.
Novillos de Miranda de Pericalvo, terciaditos, muy cómodos de cabeza, totalmente inválidos, dóciles
Abraham Barragán: pinchazo hondo y estocada caída (ovación y salida al tercio); cuatro pinchazos bajos -aviso-, media, rueda de peones y dos descabellos (silencio). Sebastián Castella: bajonazo, descabello -aviso- y cuatro descabellos (ovación y salida al tercio); estocada y rueda de peones (oreja). Javier Castaño: estocada trasera y rueda insistente de peones (ovación y salida al tercio); dos pinchazos y dos descabellos (aplausos). Plaza de Pamplona, 5 de julio. 1ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
No se crea que se cayeron de tropezón, o alguna vez entre el mucho galopar, o al hilo de quedarse traspuestos mirando la torre de los escolapios (estructura tradicional emergente tras los tejadillos del coso pamplonés) por si aparecía allá un cura y darle las buenas noches; antes al contrario se caían de caerse, se caían de vocación, se caían dando volteretas o pegándose la gran costalada; y luego de reincorporarse, volvían a caer, y así continuamente, hasta que rendían la vida, muertos a estoque.
Si toros volatineros hacen fiesta, que venga dios y lo vea. Mas tal como esa llamada fiesta se desarrolla habrá que decir que sí. Empezaron los sanfermines con los novillos rodando por la arena y no tenía nada de particular pues se limitaban a repetir la estampa de cada tarde en todas las ferias del país. Veremos si la novillada fue premonitoria de esta feria que se llama, precisamente, "del toro".
No hubo ni una sola protesta, por supuesto. Tampoco había acudido la gente con ganas de líos ni de exigir nada. En el público predominaban las familias. Quiere decirse, los familiares de los abonados de toda la vida (a quienes regalan el boleto para la novillada y para la de rejones), y se ponían a aplaudir, o las caídas de los picadores -se produjeron tres- les daban risa, y cuando hubo oportunidad pidieron la oreja, que, como es sabido, verla, provoca el colmo de la felicidad.
La oreja se la dieron a Sebastián Castella por una faena ridícula. Tampoco vaya a creerse que este francés fue en la tarde-noche el campeón de la ridiculez. Ahora bien, no hay otra manera de calificar la producción seriada de una enorme cantidad de pases sin fundamento a un toro que los tomaba desfalleciente y al menor descuido del lidiador ya se había ido de morro a la arena.
Sebastián Castella toreó con un derroche de pinturería que lo llevaba a la afectación e igual hicieron sus compañeros. Abraham Barragán cuidaba la compostura y los desplantes; Javier Castaño añadía tremendismo a sus acciones, con menudeo de péndulos, pases por la espalda, circulares y toda la gama. Y, sin embargo, a ninguno de los tres se le ocurría cargar la suerte, ligar los muletazos, ganar terreno o por lo menos quedarse quietos.
Los toros se caen, los toreros parecen reñidos con la tauromaquia, las nuevas promociones ya no son como las de antes, que venían pegando. Ahora vienen corriendo. La fiesta del arte y del valor llamaban a esto. Qué risa.
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