El libro
JAVIER UGARTE
Si está usted ya aquí es que es de los míos, de modo que me va a entender. A usted le gustan los libros, disfruta leyéndolos o tal vez teniéndolos entre las manos (raro, pero legítimo fetichismo). Tal vez lee compulsivamente o tal vez un poco cada noche de ése que tiene sobre la mesilla. O quizá no tiene tiempo sino de leer alguno por vacaciones. Puede que sea apasionado del libro o simplemente lo usa sin más para su entretenimiento o conocimiento. Pero, en todo caso, es de suponer que prefiere un libro que esté bien, que sea bueno, divertido, sugestivo. Y si le emociona, mejor -lo contrario sería patológico, yo que usted consultaba con un librero-.
Pues bien, como sabe, el Gobierno español (pero no por español, no vaya usted a creer, que aquí somos muy dados a esto, sino por Gobierno y por neoliberal) ha perpetrado un atentado contra todos nosotros (contra todos en realidad, pues usted y yo nos encargamos, mal que bien, de contar lo que leemos a otros). Ahora, gracias a eso que resumen como "liberalización del precio del libro" -pero que en realidad es toda una trama de estulticia e irresponsabilidad-, usted y yo sólo vamos a poder leer "novedades", libros de moda o grandes promociones editoriales. En fin, no precisamente lo que nos interese. Es lo que va a encontrar en las grandes superficies, esos hangares fríos en los que puede ver en la Sección de Historia el libro La conjura de los necios, estupenda novela de John Kennedy Toole, o en la de Jardinería y Flores, La rosa de fuego, de Joaquín Romero-Maura, (cuyo subtítulo es El obrerismo barcelonés de 1899 a 1909). O, aún peor, no encontrará ni el uno ni el otro, pues sus últimas ediciones son anteriores al año 1999, a partir del cual los libros caducan para esas pedazo de empresas, son pasto de llamas o se convierten en raros e ilocalizables.
Al parecer, esto es inevitable. Quiero decir, debemos estar en las postrimerías del sistema de comisión surgido en Alemania a finales del siglo XIX, con su distribución en depósito, sus precios fijos, descuentos a distribuidores y prohibición de hacérselo a los clientes; un sistema basado en editoras, distribuidores y una buena red de librerías. Sistema que logró, primero en Alemania y luego en todo el mundo occidental, colocar una gran cantidad de libros en buena parte de las ciudades del país. Es decir, ponerlos a su disposición y a la mía. Parece que lo que viene es otra cosa. Tal vez la impresión por encargo y ultrarrápida (presentada en la Feria del Libro de Chicago en 1998) o el ordenador/libro con buena resolución y manejable, capaz de leer sucesivos CD o DVD o lo que sea. Esto requerirá de otro sistema para que usted y yo podamos acceder a ese riquísimo acervo de cultura y experiencia que son los actuales libros.
Pero mientras eso llega, habrá que proteger lo que hay. Eso creo yo. Pues no: se empieza por arruinar (en el doble sentido de ruina financiera y desmantelamiento) todo esa hermosa red de librerías que teníamos. Y, también en este sentido, parece que es inevitable que así ocurra. No sé si ha visto usted esa película cursi de Tengo un e-mail (remake de aquella otra también cursi por momentos, pero genial de Lubitsch, El bazar de las sorpresas). Pues bien, en ella la gran superficie neoyorquina (la Meca de las librerías) se come a la librería chica. Y no pasa nada: todo termina bien para la pareja, pero con el amargo sabor de que ya nadie podrá aconsejarle a usted sobre ese buen libro infantil que quería comprarle a su hijo por Navidad, porque el dependiente que le va a atender a usted estuvo hasta la semana pasada en la Sección de Lencería Fina.
Tampoco digo que deba subvencionarse el sistema a expensas de un público cautivo que compra cada curso los libros de texto (entre los que también me encuentro, como tal vez usted). En absoluto. Pero si hemos sido capaces de incumplir el mandato divino del Génesis ("Hagamos al hombre... y manden... en todas las alimañas", etcétera) declarando especies protegidas a aquéllas en peligro de extinción, podremos, creo, incumplir un mandato menor y mucho más reciente del Dios Mercado y declarar al libro especie en peligro de extinción para protegerlo. Usted y yo ganaríamos, fijo. Pero con nosotros todos nuestros hermanos, los humanos. Amén.
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