_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un foro para todos los partidos

La resolución de nuestros problemas políticos pasa desde hace mucho tiempo por la configuración de un foro donde se encuentren representados todos los partidos y en el que se hayan establecido unas reglas de juego consensuadas. Si no se ha conseguido, hasta el momento, un foro de esas características es por las condiciones que interponen unas u otras formaciones, en virtud de unos u otros argumentos, con mayor o menor razón.Uno no quiere entrar ahora en las sólidas razones que dificultan el proceso (cómo sentarse, por ejemplo, con aquellos que se limitan al papel de voceros de los violentos), tampoco juzgar el comportamiento de aquellos que defienden retóricamente las instituciones estatutarias pero desprecian a los cargos nacionalistas que legítimamente las ocupan. No se trata de entrar en esas cuestiones sino de abordar la cuestión procedimental. El problema es conseguir que todos se pongan a hablar. Para la dialéctica política de estos últimos años el reto decisivo es encontrar la mesa, concertar el foro, articular el merendero, encontrar la sala adecuada, concebir el habitáculo. Todo el mundo se rompe la cabeza buscando "algún lugar". Como si ese lugar no existiera ya: se llama Parlamento, lo eligen los ciudadanos.

Lo desalentador de la democracia contemporánea es el escaso peso específico, como centros de debate y decisión, que ostentan las asambleas elegidas por sufragio. La ciencia política concebía precisamente el Parlamento como un foro donde las distintas tendencias políticas tuvieran la oportunidad de contrastar ideas y de adoptar decisiones por consenso o mayoría. Hace mucho tiempo, sin embargo, que los parlamentos han dejado de cumplir ese papel. De sobra sabemos que los temas importantes se negocian en reuniones informales, que las votaciones en el hemiciclo suponen una mera aplicación aritmética, que nadie guarda ya la esperanza, desde la tribuna parlamentaria, de convencer al adversario mediante argumentos bien trabados y razones de peso. Sería un milagro hoy día ver a un diputado levantarse del asiento, aplaudir al adversario que pronuncia su discurso y proclamar al fin: "De acuerdo, de acuerdo, me ha convencido: voy a cambiar el sentido de mi voto". El único efecto real de la vida parlamentaria europea, además de la aprobación formal de las iniciativas legislativas, es convertirse en altavoz mediático. Si algún valor tiene, por ejemplo, el famoso debate sobre el estado de la nación, es precisamente ante la opinión pública y no ante los teóricos receptores del mismo, que son sus señorías.

La kafkiana búsqueda de un foro de encuentro entre los vascos es una muestra más de esa devaluación real que han sufrido las asambleas parlamentarias. Resulta significativo que la integridad moral del Partido Popular, que se niega a compartir mesa informal, plató televisivo o txoko con la izquierda abertzale, no alcanza al lugar más importante, el Parlamento, en cuyos pasillos y escaños coinciden todos los días (cuando no coinciden, incluso, en la votación contra del Gobierno, como ha ocurrido en más de una ocasión). La dignidad o indignidad que puede representar, en este país, sentarse con unos o con otros no parece afectar, curiosamente, al Parlamento, máxima expresión de la soberanía popular. Es desalentador que los partidos no otorguen a la asamblea que elegimos la importancia que sí otorgan al estudio de una radio local.

Nadie se plantea seriamente que la resolución de nuestros problemas políticos pase por las decisiones que debería tomar el Parlamento (auténtico foro de partidos), un lugar que, por cierto, guarda dos grandes ventajas: la primera, que da la casualidad que todos se suelen ver ahí casi diariamente y, en segunda lugar, que a esos señores los hemos elegido además los ciudadanos.

Decir todo esto, sin duda, es un ingenuidad. Pero la democracia tiene estas cosas: su ingenuidad de fondo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_