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Reportaje:EXCURSIONESVEGA DEL GUADALQUIVIR

El valle de las mareas

Tereixa Constenla

Antes de lanzarse a correr sus kilómetros finales, el Guadalquivir hace un último requiebro, unos contoneos sinuosos como para meterse en cintura. Ese meandro último se observa desde el mirador de Alcalá del Río, propablemente el punto de interior más alejado de la costa que se mueve al ritmo de las mareas atlánticas. Con las mareas, animadas por el escaso desnivel (25 metros), suben los alevines de especies como el pez sapo, la carpa, el albur, el capitán, el torito, la aguja, la lamprea o, un pez de nombre coherente, llamado baboso.Algunas, como la saboga, el sábalo o el machuelo, se han ausentado durante varios lustros y, sólo este año, han vuelto a asomar por el río para desovar. José Terriza, uno de los pocos que aún utiliza la tradicional cuchara para pescar angulas, atribuye la ausencia a la labor de dragado del río. "Eso volvió el fondo muy cenagoso, y suelen buscar piedras", aclara.

Las llanuras de Alcalá son la frontera de transición entre Sierra Morena y la vega del Guadalquivir, antes de que el cauce enfile hacia el Sur y se deje de requiebros y meandros. El río, que ayuda a explicar los asentamientos antiguos de población en la zona (se han hallado puñales argáricos y otros materiales de bronce), también fue una barrera natural.

Los vecinos moraban en la margen derecha, y algunas parcelas de algodón, patata, trigo y maíz, en la izquierda. Se resolvió, hasta la construcción de una presa de la compañía Mengemor en los años 20, con una barca-puente, cuyas tarifas no dejaban lugar al regateo. Una persona, 0,05 céntimos. Un cerdo cebado, 0,025; un cerdo flaco, 0,005. Para ricos quedaba el transporte del locomóvil a vapor, que costaba el dineral de 30 pesetas, más incluso que cruzar una trilladora o un coche de dos ruedas.

En el Guadalquivir pueden verse pescadores casi todo el año. La captura de angulas es de lo más rentable. Los japoneses pueden pagar hasta 100.000 pesetas por un kilo. Pero no por cualquier alevín. Cuando las angulas, después de miles de kilómetros, suben por el Guadalquivir hasta Alcalá del Río, son tan blancas que transparentan y dejan ver el hilillo sanguinolento que las atraviesa longitudinalmente. No sólo se modifica su tamaño en cuanto comienzan a comer, también el color. Conforme discurren los días, su tono ennegrece. Y su precio baja, demasiado viejas como angulas y demasiado precoces como anguilas.

Si se sigue el curso fluvial desde Alcalá hacia el Suroeste, se adentra uno en el valle bajo del río, que a veces tiene algo de ría. Entre campos de maíz y naranjos se cruzará un puente moderno, por el que atraviesa la carretera que une Alcalá y La Algaba. Río abajo, a pocos metros, surge un puente de hierro, donde muere la carretera que rodea La Algaba. Al primero le dicen puente nuevo; al segundo, puente viejo. Para qué complicarse. A Cisqui le da más miedo el viejo, aunque no se resiste a cruzarlo en bicicleta con su amigo José, para recoger "pelotillas". Por un kilo de las dulces le dan "siete duros". Por otro de las agrias, diez. Con ellas se hace colonias, explica el niño, antes de mostrar el cubo con las naranjas enanas.

Desde el puente se ve Sevilla y, sobre todo, el Alamillo, que sin sus tendones parece a punto de desplomarse de un momento a otro. Lo peor del río es ese color entre verdoso y marrón, que no invita a la recreación lírica. En cualquier caso, semejante brazo de agua dulce cortando en dos el paisaje no deja de ser hermoso.

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Por La Algaba, donde finaliza esta ruta, merece la pena adentrarse una mañana festiva, con la gente sentada en sillas sobre las aceras para charlar o jugar al dominó. Y siempre hay seres pintorescos, como ese Rappel local, que se ofrece a los periódicos como un instrumento útil: "Mari, porque tú te llamas Mari, ¿verdad? Que yo soy vidente, os puedo facilitar las cosas en el periódico porque anticipo lo que va a ocurrir". La cuadratura del círculo.

Angulas y alevines

Dónde. Desde Sevilla se puede salir por la N-630 (Ruta de la Plata) hasta Santiponce. Un cruce a la derecha conecta con la A-431, que lleva hasta Alcalá del Río. La localidad está a 13 kilómetros de la capital andaluza. Hasta La Algaba sólo hay siete kilómetros desde Sevilla.Cuándo. De octubre a marzo es buena época por varias razones. Además de que las temperaturas acompañan para el paseo, es el momento de alevinaje de gran número de peces.En septiembre se celebran fiestas en Alcalá y en La Algaba.

Alrededores. En Alcalá del Río puede visitarse la capilla de San Gregorio (siglo XV), autor de un tratado que defendía el dogma de la trinidad frente al arrianismo. De la vinculación real de la ermita quedó huella en una copla de Alcalá: "El rey Fernando vieno a su capilla y alivia un control". La copla no aclara de qué. También puede verse la iglesia de la Asunción (XIV-XV). En La Algaba, se puede dar un paseo agradable hasta la plaza de España, donde están la iglesia y el ayuntamiento. Para comer por un precio módico está El Porrito, a la vera del Guadalquivir, en Alcalá del Río. Por unas mil pesetas se puede tomar una tortilla de patatas en salsa, especialidad de la casa, albur en sal o barbo adobado. Las angulas, que han dado fama a la taberna, cuestan 4.000 pesetas (ración).

Y qué más. En el Ayuntamiento de Alcalá del Río (95 565 11 00) hay guías del pueblo. Ayuntamiento de La Algaba (95 411 98 07).

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Sobre la firma

Tereixa Constenla
Corresponsal de EL PAÍS en Lisboa desde julio de 2021. En los últimos años ha sido jefa de sección en Cultura, redactora en Babelia y reportera en Andalucía. Es autora del libro 'Cuaderno de urgencias'.

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