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EUROCOPA 2000

El peligro de la clementización

Camacho no debe inventarse enemigos ficticios en este momento de dificultad

Santiago Segurola

Cuando se trata de historia, los escépticos consideran que es un asunto sobrevalorado, relacionado estrictamente con la estadística. Y las estadísticas están ahí para romperlas. Pero en el caso de la selección española, la terquedad en sus fracasos cuando arrancan los torneos obliga a pensar en un rasgo de su personalidad. O de su falta de personalidad. El fracaso frente a Noruega abunda en muchos dramas anteriores, tantos que es hora de aceptar que en el código genético de los jugadores españoles no figura su capacidad para asumir el protagonismo que se les supone. No es una cuestión de mera estadística, sino la constatación de que la historia impone sus leyes.Pasado el fiasco, queda por ver si la selección es capaz de superar el impacto de un partido que aboca a la desesperanza. Nada invita a una leve cuota de optimismo. Se jugó mal y faltó decisión, pero sobre todo se difundió la versión de un equipo sin recursos. La brutalidad de la evidencia radica en su carácter inesperado. España llegó a la Eurocopa para hacer historia y ahora se encuentra ante la necesidad de cubrir los objetivos mínimos, que no son otros que pasar a la siguiente fase y regresar a casa. A día de hoy, el objetivo mínimo parece uno de los trabajos de Hércules. El partido dejó esa impresión y no hay manera de remediarlo.

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Si a España le queda una salida no es otra que la historia. Cuando se acepta que la tradición es algo más que estadística fría, habrá que asumir la tradición con todas sus consecuencias. Salvo en el Mundial de Francia, donde el equipo fue víctima del desgarrado clima que generó Clemente, la selección se ha manejado con más comodidad en el papel de víctima. Defiende mejor su orgullo en la adversidad que en el protagonismo. Han sido mayoría las ocasiones en las que España ha tenido que levantarse sobre sus cenizas para cubrir los objetivos mínimos. Porque los máximos, nunca los ha alcanzado. "Nunca hemos ganado nada", ha repetido Camacho desde su designación como seleccionador. No es, por tanto, un argumento que utilice la prensa despues de la derrota frente a Noruega. Por eso resulta preocupante la reacción de Camacho tras el partido. Estaba en su derecho a echar la culpa al empedrado en la calentura de la derrota, aunque hubiera sido mejor aceptar la realidad de un encuentro deficiente. Quizá pretendió defender a los jugadores frente a las críticas que se avecinaban, y eso le honra en un momento muy duro. Pero otra cosa es encastillarse y buscar enemigos inexistentes.

Durante toda su etapa como seleccionador, Clemente necesitó enemigos reales o imaginarios para generar una adhesión del equipo a su persona y producir una reacción de orden psicológico contra el villano, condición que generalmente cumplía la prensa.

El resultado de aquella estrategia fue desastroso por el clima de enfrentamiento que alentó y por su sectarismo aniquilador. Por esta razón, decepcionó ayer el argumento de Camacho en su conferencia de prensa. "Si hubiéramos ganado, la prensa habría dicho que somos los mejores", vino a decir el seleccionador. No parece muy adecuado el regreso a una estrategia que tanto daño provocó. La prensa ha reflejado durante dos años la situación real de un equipo que jugaba bien y producía una satisfacción general entre los aficionados. Y, tras el partido con Noruega, la prensa reflejó la deficiente actuación del equipo. Eso no significa eliminar el crédito al entrenador y a los jugadores. Simplemente se constataron algunos datos muy preocupantes por imprevistos. Camacho tiene que reprimir cualquier idea de clementización en estos momentos difíciles. No es cuestión de buscar enemigos donde no los hay. Ese camino ya lo ha transitado el fútbol español. Con recuerdos amargos. Se trata de aceptar la realidad, buscar soluciones y devolver al equipo donde lo habíamos dejado: con el recuerdo inmejorable de dos años magníficos. Todavía hay tiempo.

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