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Escrutar el horizonte ANTONI GUTIÉRREZ DÍAZ

La mayoría absoluta del PP en las elecciones generales del 12 de marzo y, con ella, el notable ascenso de su representación en Cataluña invitan a una reflexión sobre el futuro del escenario político catalán, más allá de los evidentes condicionamientos de urgencia que proyectan sobre el Gobierno de Jordi Pujol.Hay que recordar que el nacionalismo pujolista que viene hegemonizando la vida política catalana e influyendo en buena parte de la española desde hace 20 años había ya manifestado su declive antes del 12 de marzo, y las angustias convergentes que acompañaron al proceso electoral autonómico no eran coyunturales, sino la intuición de que el cambio -o, quizá mejor, el recambio- no sólo había comenzado, sino que era difícil de detener, ni aun siguiendo los consejos de algún autorizado comentarista que ha augurado que "la fuerza que gobierna Cataluña desde hace 20 años sólo subsistirá si es capaz de reafirmar, actualizándolo, su nacionalismo". Entiendo, claro está, que la subsistencia que menciona Joan B. Culla, en su artículo en EL PAÍS del pasado 5 de mayo, se refiere al Gobierno convergente, no al partido político, que, como tal y aunque notablemente debilitado, creo que nadie cuestiona.

Pero lo que me parece más importante es que al intentar escrutar el horizonte político, con una subjetividad interesada, lo que se me aparece de forma más clara es que la identidad reivindicativa y ávidamente excluyente del nacionalismo pujolista, acompañado, como sabemos, de claros intereses económicos y sociales y que desde el 12 de marzo ha quedado sumido en un contexto que le es plenamente desfavorable, hoy está inexorablemente agotada. Y lo que hace más evidente este agotamiento es que la crisis no es una crisis del catalanismo político, ya que existe una propuesta de recambio que no surge precisamente del seno de su partido, sino de la oposición nacional catalana, es decir, desde el catalanismo progresista, con proyección popular, sin contaminaciones excluyentes, en un clima de serenidad y progreso, sin compromisos con el nacionalismo español del PP y capaz de colaborar en la reconstrucción de la izquierda española; una propuesta encabezada, además, por una personalidad creíble y tranquilizadora como Pasqual Maragall, que puede sumar a su protagonismo, electoral y programáticamente, identidades diversas -políticas y ciudadanas-, sin que nadie deba renunciar a sus objetivos propios.

Por otra parte, no hay que olvidar que el PP se ha marcado como una de sus metas en esta legislatura debilitar los nacionalismos conservadores vasco y catalán con tácticas bien diferenciadas: el enfrentamiento en el primer caso, el abrazo del oso en el segundo, un abrazo que aprieta hasta dejar sin aliento pero que no ahoga, como ha demostrado la reconciliación después de los enfrentamientos esperpénticos por el desfile militar. Y ello ocurre en un momento en que, en Cataluña, CDC no tiene ni una propuesta estratégica clara que sustituya al pragmatismo pujolista, ni una coherencia sólida en sus filas ni con sus aliados, ni una propuesta de liderazgo con suficiente credibilidad para dar continuidad al pesado fardo de una herencia hasta ahora tan personalista. Las opiniones de las juventudes de CDC ante el secretario general de la organización, en su reciente reunión en Platja d'Aro, no pueden minimizarse tachándolas de ser una manifestación de inmadurez juvenil, dado que no es ésta precisamente la característica de los dirigentes de la JNC. Bien al contrario, hay que considerar que explicitan las divisiones importantes que atraviesan el ámbito orgánico y electoral de CDC.

Tampoco hay que olvidar el contenido conflictivo que comportan las aspiraciones de Duran Lleida de competir, desde UDC, por el liderazgo del nacionalismo moderado de centro derecha catalán, como ha puesto en evidencia su inmediata reacción ante las anunciadas aspiraciones de Artur Mas.

Cierto que el PP en Cataluña obtendrá de este proceso beneficios electorales, pero no serán suficientes para convertirlo en alternativa, si bien puede contribuir indirectamente a decantar en favor de un recambio nacional catalán progresista, y más concretamente hacia ERC, buena partedel electorado convergente. Un electorado que está incluido en el 60% de votantes catalanes que considera que el PP está en la frontera de la extrema derecha y que ve por tanto con inquietud la claudicación de CDC ante un socio que le tiene prisionero no sólo en el Parlament, sino también en el Congreso y en el Senado.

Este osado pronóstico de meteorología política a medio plazo, además del peligro de la parcialidad, está sujeto a tantas variables que es lícito ponerlo en cuestión, pero, pese a ello, creo que mi reflexión es razonable. A nadie se le escapará, sin embargo, que para que este pronóstico encaje plenamente en el tablero de la política catalana la dinámica ha de ser avalada por un notable ejercicio de madurez por parte de las tres partidos de centro izquierda y de izquierda y de las fuerzas sociales implicadas. Madurez para adecuar con realismo político sus objetivos estratégicos, obviamente irrenunciables, a las exigencias de la práctica política eficaz, con un PSC que ha demostrado ser capaz de ejercer su autonomía con autoridad sin renunciar a la necesaria influencia en la política española; una ERC firme en su nacionalismo, con voluntad progresista, aunque jugando peligrosamente con la tentación de aliarse con el centro derecha catalán, tentación que a menudo parece más un guiño envenenado, y una IC-V que ha desmentido todos los pronósticos interesadamente negativos y que, desde su modestia, se configura como una fuerza imprescindible en el ámbito de la izquierda transformadora.

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En todo caso, el pronóstico está formulado, públicamente y con los riesgos que esto implica, pero sabido es que desde la antigüedad hasta nuestros días, pasando por Macbeth, escrutar el futuro ha sido siempre, también, expresión de una voluntad de contribuir a configurarlo.

Antoni Gutiérrez Díaz es miembro de IC-V.

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