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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Clinton y Europa

Bill Clinton ha sido el presidente más europeísta de los últimos 50 años, y por ello se ha hecho merecedor del Premio Carlomagno que ha recogido en Aquisgrán. Sólo otros dos estadounidenses han recibido tal galardón: George Marshall, que dio nombre al plan de ayuda a la reconstrucción de Europa después de la Segunda Guerra Mundial, y Henry Kissinger, que frenó cuanto pudo la integración europea. Pero Clinton ha sido el primer presidente premiado por su contribución a la unidad europea, a lo que hay que añadir su labor en la desactivación de algunos conflictos enraizados, como las relaciones entre Grecia y Turquía, o la situación del Ulster.El activismo europeo de su Administración en estos dos mandatos ha sido constante y le ha sacado por dos veces las castañas del fuego a Europa en la antigua Yugoslavia; la última, en Kosovo, una guerra inacabada que deja pendiente la tarea recordada por el presidente en Aquisgrán de integrar a los Balcanes y a Rusia en Europa. También ha impulsado la reforma de la OTAN, para convertirla en una organización más flexible, abierta y europea, cooperadora con Rusia, pero en la que sigue mandando EE UU. De ahí una cierta ambivalencia: Clinton ha apoyado la integración europea en el terreno de la defensa, tras aceptarla sin entusiasmo en lo monetario, para que EE UU no tenga que intervenir siempre. Pero Washington no quiere que la mayor autonomía europea signifique total independencia, y consiguiente pérdida de poder e influencia por parte de EE UU. Tampoco Europa parece, de momento, querer pagar el precio presupuestario que implicaría dejar completamente de ser un protectorado americano. En este ámbito militar, Clinton ha ofrecido compartir -sin saber si va a funcionar- el escudo antimisiles, sobre cuyo desarrollo y despliegue quiere tomar apresuradamente una decisión que le correspondería más a su sucesor, y que despierta enormes recelos en una Europa temerosa de una nueva carrera de armamentos.

Clinton está incluso dejando una impronta ideológica en el Viejo Continente, como sucedió en su día aunque con signo distinto con el reaganismo. Llámese tercera vía, nuevo centro o como se quiera, la modernización del pensamiento y la política de la izquierda socialdemócrata y liberal en Europea se ha inspirado en muchas de las propuestas desarrolladas por su Administración. La reunión ayer en Berlín sobre gobierno y modernidad, tercera en su género, es reflejo de ese cambio que supone el acercamiento del Partido Demócrata del país más poderoso de la Tierra a los socialdemócratas europeos. Una relación que faltaba y que puede ser fructífera, sin que tenga que significar la implantación de un nuevo pensamiento único. De ese encuentro entre representantes de 14 Gobiernos centroizquierdistas ha salido un documento un tanto utópico y bienintencionado sobre cómo la globalización y las nuevas tecnologías pueden desembocar en un mundo donde coexistan crecimiento, estabilidad, pleno empleo, justicia social, cooperación internacional y la protección del medio ambiente. En ese modo de gobierno progresista para el sigloXXI que alumbra la declaración de Berlín, el Estado tendría como papel relevante evitar que la globalización desemboque en injusticia social.

Es de esperar que todos estos lazos transatlánticos puestos de manifiesto en la despedida europea de Clinton no se pierdan cuando en enero próximo haya un cambio de inquilino en la Casa Blanca. Al cabo de estos años Clinton, Estados Unidos es más poderoso que nunca; pero también Europa ha recobrado fortaleza en todos los ámbitos. No ha sido un juego de suma cero.

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