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Las confesiones íntimas de los escritores

El resquicio para vislumbrar el universo más genuino de los escritores se amplía con la publicación de las cartas que muchos de ellos enviaron a sus novias, amigos, padres o maestros. Y es justo ahora cuando el género epistolar se amarillea o, mejor, muta en el ciberespacio, cuando se abre este relicario de cartas que desvelan el amor que Juan Rulfo profesó a su novia; los laberintos filosóficos que Schopenhauer compartió con Goethe; las búsquedas literarias entre Henry James y R. L. Stenvenson; las andanzas pasionales de Simone de Beauvoir por Nelson Algren; o el desamparo de un joven Arthur Rimbaud que ignoraba que ya había escrito obras maestras.Nunca imaginaron que aquellos afectos y reflexiones plasmadas por su puño y letra serían públicas. Ni que servirían para asomarse al universo creativo que cada uno empezaba a formar, y al que se tiene ahora acceso a través de una docena de libros que recogen cartas de las cuales se pueden rescatar toda clase de opiniones.

El amor y la vida

"Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. (...) He aprendido a decir tu nombre mientras duermo", escribía un veinteañero Rulfo a Clara Aparicio, en octubre de 1944. Desbordado por el amor también estuvo Borges, que sin poder contener la emoción así se lo contó a su amigo Jacobo Sureda: "Ella tiene 17 años, se llama Concepción Guerrero. Pero en fin, ¿cómo hacer, sin un prolijo trabajo literario, que otro sienta a una persona desconocida? Renuncio y me contento con decirte que estoy enamorado, totalmente, idiotamente".

Por la calle de la amargura anduvo Beauvoir durante 17 años, desde que en 1947 conociera en Chicago a Nelson Algren, y a quien llamaba "esposo mío", para entre medias, por ejemplo, sacarlo de dudas: "Una vez me preguntaste si soy una niña o una mujer sensata. No me siento niña, pero estoy segura de que no soy muy sensata. Una mujer sensata no te extrañaría de forma tan dolorosa", escribió dos años antes de publicar El segundo sexo (1949). Los tiempos de desamor los refleja Gabriela Mistral: "No se me ocurre, Manuel, decirte nada cariñoso. Y no es porque no te quiera; es porque me lo rompiste todo, la esperanza, la fe".

Sentimientos más fronterizos sobre la vida o el mundo dejaban escapar en sus cartas personajes como Schopenhauer, que a los 23 años concluía: "Este mundo es el reino de la arbitrariedad y del error; de ahí que sólo debamos aspirar a lo que no nos es robado por la arbitrariedad, y sólo afirmar y actuar según aquello en lo que no cabe la posibilidad de error alguno". Similares visiones acompañaron a Stevenson, que así se lo hace saber a James: "Nunca me entusiasmaron las ciudades, las casas, la sociedad ni (al parecer) la civilización. Tampoco me parece que me entusiasmara nunca gran cosa la (como se denomina técnicamente) verde tierra de Dios". No opinaban así algunos, como Ramón Gaya, al considerar: "No importa la calidad de los pintores de París, no importa que en las galerías se vean cosas buenas o malas; lo importante es el brío, la fuerza, la actividad que proporciona París, sólo París...".

Estética y arte

Los trazos sobre la concepción de la estética o lo que creen debe ser su oficio afloran a cada línea. Un Rimbaud recién llegado a París lo tenía claro a los 17 años: "Me hace usted repetirle mi petición: sea. Aquí está la totalidad de mi queja. Busco palabras tranquilas: pero mi dominio del arte de la calma no es muy grande". Predios parecidos a los de Emily Dickinson: "Yo no tenía ningún monarca en mi vida, y no puedo gobernarme a mí misma, y cuando trato de organizar - mi pequeña Fuerza explota - y me deja desnuda y chamuscada -".

Más conscientes de sus hallazgos fueron autores como Goethe, que así aconsejó a Schopenhauer: "Ojalá que usted tampoco se canse de cultivar este hermoso campo, ni de seguir alimentando sus opiniones a fin de que dentro de unos años nos topemos gozosos en el punto medio del que ambos partimos; al fin y al cabo, nosotros nos inspiramos en la más excelsa Antigüedad, y esa ventaja no va a quitárnosla nadie". Lo propio hizo Stevenson con Henry James. Tras preguntarse: "¿Cuál es el objeto, cuál el método de un arte, y cuál es la fuente de su fuerza?", compartió su hallazgo: "Todo el secreto es que ningún arte compite con la vida". Y un par de meses después James fue más allá y advirtió que le había descubierto el secreto a Stevenson: "Que su método fue la simplificación y que su excelencia es la sencillez".

En esta búsqueda también se embarcó Borges: "Condensar, no decir más que lo esencial. Hacer del poema un todo vivo y orgánico en el que cada línea sea la acabada síntesis de una sensación, de una impresión del mundo externo y espiritual". Años después ésta sería una de las obsesiones de Rulfo cuando atisbó que su estilo estaría en la síntesis: "A veces me dices tantas cosas en tan poquitas palabras, cuando yo necesito dos o tres hojas para decirte una sola cosa".

Voces primeras escritas en privado sin saber que un día iban a ser leídas, aunque algo avistara Dickinson: "En una Carta siempre presiento la inmortalidad porque es la mente sola sin amigo corpóreo".

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