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Rusia, sin rusos.

Andrés Ortega

India sobrepasó oficialmente este mes la barrera de los 1.000 millones de habitantes, el primer país tras China. Demasiados. La población india sigue creciendo, con una tasa de natalidad doble que la china, a un ritmo que supone añadir cada dos años una población equivalente a la de España. Pese a que en parte, India se esté incorporando a la nueva economía, el crecimiento de la población, ligado a una falta de niveles educativos y a un exceso de gastos en defensa, son enormes lastres de este gran y complejo país en las próximas décadas, que puede convertirse en una fuente de preocupaciones.Que ocurra lo contrario también puede hundir a un país, y es lo que le está pasando a Rusia. Y el derrumbe demográfico de Rusia se puede convertir en un problema para sus vecinos y para otros Estados, especialmente cuando Rusia aspira a volver a contar. Según los últimos datos oficiales, actualmente se produce el doble de muertes que de nacimientos en Rusia, lo que supone que la población rusa se reduce en tres cuartos de millón al año, o unos 2.500 cada día.

Según estudios del centro de análisis Stratford, si las tasas actuales se estabilizaran, para 2050 la población rusa se reduciría a tan sólo 116 millones, frente a 145 millones en la actualidad. Proporcionalmente, es como si en medio siglo, España perdiera 10 de sus 40 millones de habitantes. Otros expertos creen que el derrumbe demográfico ruso puede ser aún peor, con lo que Rusia podría quedarse en unos 80 millones de habitantes, la actual población de Alemania.

La curva de la natalidad se invirtió ya en 1984 y de forma acusada entre 1989 y 1992. En el camino, hacia 1991, se cruzó con un espectacular aumento de la mortalidad. Y la situación se ha estancado desde entonces, coincidiendo con una falta de expectativas y la larga crisis económica derivada del paso del comunismo a un nuevo sistema, y del creciente deterioro de los servicios de sanidad, que el Estado, en quiebra, es incapaz de restablecer siquiera a sus niveles anteriores. Según estos datos, la tuberculosis crece; los casos de sífilis se han multiplicado por 44 desde el fin del régimen soviético, y los de sida han aumentado en un 250% en tan sólo un año. La mortalidad en las mujeres que dan a luz también ha crecido de forma espectacular, a la vez que la tasa de suicidios se ha convertido en una de las mayores del mundo.

Para paliar la situación, no puede contar con una inmigración de rusos, provenientes de otros territorios de la antigua Unión Soviética, que en los últimos años ha servido para tapar la realidad demográfica, pues se está agotando. Tampoco la tentación imperial, de reconquista de territorios, menos aún cuando Bielorrusia, Moldavia, Ucrania y Kazajstán están en igual o peor situación, mientras que, en la exURSS, crece la población de países de mayoría islámica como Uzbekistán, Tayikistán o Kirguizistán.

En una sociedad que ha aprendido a sobrevivir antes que a vivir se habla poco de este drama. Quienes sí hablan son los militares, preocupados por tener que rechazar por motivos de salud a tantos jóvenes para el servicio militar. Rusia puede quedarse sin soldados. Y todo esto puede tener bastante que ver con la nueva doctrina nuclear de Putin, que ha redescubierto lo que considera como un posible valor de estas armas para defender los indefendibles miles de kilómetros de fronteras de un país cuya población se encoge, mientras la de tantos vecinos aumenta, y que, en algunos casos, también son poseedores de armas nucleares. La demografía puede tener graves consecuencias en el terreno de la seguridad. Naturalmente, la solución no pasa por más gastos en armamentos, sino ante todo en sanidad, y por una política exterior que tranquilice a sus vecinos en vez de proyectar hacia afuera sus inseguridades internas, pues hace que los propios rusos se sientan rodeados y los de su derredor se precipiten, como ahora pretenden nueve de ellos, a querer cobijarse bajo el techo de la OTAN.

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