Javier Castaño, por la puerta grande
Vuelta al ruedo en el tercer novillo, dos orejas en el sexto, puerta grande, que atravesó en medio del delirio de la multitud. Bien servido iba Javier Castaño, que emocionó con su entrega y en diversos pasajes de sus faenas puso al público en pie. Así viene un torero a Madrid. No como otros...Si no había arte, y la técnica se quedaba corta, y alguien le pedía que echara la pata l,ante alguna vez, por favor, Javier Castaño respondía con lo que estaba en su mano que era el valor y la vergüenza torera. No es poco, en un novillero; antes bien, es mucho, es lo suyo, según suelen decir los madrileños castizos. Y de esta manera completó dos faenas vibrantes, emotivas, pletóricas de entrega, que encendieron el entusiasmo del público, aficionados incluidos y le valieron obtener con todo merecimiento un sonado triunfo en la plaza de Madrid.
Torreón / Serna, Castella, Castaño Novillos de El Torreón, bien presentados, varios flojos; bravucones, encastados y de extraordinaria nobleza
Víctor de la Serna: pinchazo hondo trasero caído, estocada desprendida, descabello -aviso- y tres descabellos (silencio); pinchazo, estocada corta trasera caída y rueda de peones (algunos pitos). Sebastián Castella: estocada baja -aviso- y dobla el novillo (silencio); dos pinchazos, estocada y descabello (silencio). Javier Castaño: golletazo infamante citando a recibir (vuelta); estocada (dos orejas); salió a hombros por la puerta grande. Plaza de Las Ventas, 23 de mayo. 14ª corrida de abono. Cerca del lleno.
Madrid, que es la primera plaza del mundo. Claro que viendo cómo se las gasta la clientela de la Feria de San Isidro, algunos se preguntan cómo serán las otras. Porque a la feria acuden, sólo porque está de moda, los que no van nunca a los toros ni les interesa la fiesta, y una vez dentro pretenden echar a los aficionados de toda la vida.
Lo que ocurre en los toros (desde la primera plaza del mundo hasta la colista) no se ve en parte alguna. A buenas horas iban a consentir en el fútbol que los goles se metieran con la mano, o que jugaran 13 en lugar de 11, porque les da la gana a quienes únicamente van si el partido es de expectación; sin ir más lejos, el de hoy en París.
Uno ni se imagina que estas cosas puedan pasar en el Real, valga de ejemplo. Que anuncien gran concierto -la Sexta Sinfonía a lo mejor-, vaya la gente de clavel que difícilmente podría distinguir La perrita pequinesa de Noche en el Monte Pelado, y la orquesta la emprenda con La vaca lechera. Y se oiga a un melómano "¡Esto no es la Sexta Sinfonía!". Y uno del clavel: "¡A ver si te callas, gilipollas!". Y el melómano: "¡Hemos venido a oír música sinfónica!". Y otro del clavel: "¡Si quieres música sinfónica cómprate un casete, imbécil!". Y la masa clavelera: "¡Ja, ja, ja!". Y el melómano: "¡Ignorantes!" Y la masa clavelera: "¡Guardias, que echen a los melómanos, fuera, a la calle!". Y el percusionista aporreando el bombo como si se hubiera vuelto loco, y el director bailando la yenka, y los del clavel queriéndolo sacar a hombros por la puerta grande de la plaza de Oriente...
Pues eso, exactamente, es lo que pasa en la Feria de San Isidro todos los días. ¿Qué uno grita "¡pico!"? Los isidros, con clavel o con boina (que también los hay), le arman la bronca y le mientan a la madre. Con lo cual los toreros meten pico cuanto les venga en gana y los taurinos sueltan al redondel con absoluta impunidad la vaca lechera.
No fue la novillada un especial día de isidros (aunque de lo dicho hubo bastante), pues los del clavel, tratándose de novilladas, prefieren ceder los boletos a la familia propia o a la del mecánico. De manera que se perdieron la emotiva actuación de Javier Castaño. Cuando se lo cuenten, lo más probable es que se den cabezazos contra el piano. En fin, allá ellos.
Los otros novilleros no traían la disposición de Javier Castaño pese a que dispusieron de una maravillosa novillada. Los novillos de El Torreón embistieron con una pastueñez asombrosa (¿o se dirá pastueñía?) y tanto Víctor de la Serna como Sebastián Castella los desaprovecharon lamentablemente. Tenían perdido el temple, los enganchones se sucedían, parecían incapaces de cuajar con mediano aseo un solo muletazo. Castella aún estuvo peor porque no terminaba nunca sus desastrados trasteos, para desesperación del público y del santo Job, que se había sentado en el 7.
Javier Castaño les dio una lección de pundonor arrimándose hasta la temeridad y, por confiarse -se iba del tercer novillo en un desplante pinturero- sufrió un tremendo volteretón. A ese le perpetró un golletazo horrendo y perdió la oreja. Al otro, en cambio, lo mató por arriba y ganó las dos, la puerta grande, las aclamaciones de una multitud enfervorizada. Y ahí quedó eso.
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