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La idea de Arafat.

Mientras las calles de Palestina arden en protesta contra unas conversaciones estancadas que el primer ministro israelí, Ehud Barak, además, acaba de suspender; mientras palestinos e israelíes han estado negociando sólo pro forma, allí donde todo el mundo podía verles; mientras en Estocolmo se producían, hasta ahora en secreto, las verdaderas conversaciones, Yaser Arafat tiene una idea para resolver lo que, junto con la reparación a los millones de palestinos expulsados de su tierra, constituye el gran problema de la paz: el destino de Jerusalén.Las posiciones de las partes son tan nítidas como intratables. Ni Israel puede renunciar a la soberanía indivisa sobre la ciudad santa, ni la Autoridad Palestina aceptar menos que la Jerusalén árabe, el sector este de la ciudad, en plena capitalidad de un futuro Estado independiente.

Barak ofrece como destartalado sucedáneo tres villorrios adyacentes, fuera del municipio jerosolimitano, pero lo bastante próximos al mismo como para que, quizá, el pueblo palestino pueda hacerse la ilusión de que en la ciudad santa han plantado, finalmente, sus reales.

Arafat, en cambio, ofrece la firma de un postrer -quizá, penúltimo- documento para la paz, más o menos en septiembre, como les gustaría a los israelíes y le encantaría al presidente Clinton, entonces a dos pasos de escribir sus memorias e inundar el mundo de papeles y conferencias, en el que la Alta Autoridad suscribiera la formación de un Estado palestino, de acuerdo con lo estipulado en la resolución 242 de la ONU. Así, sin entrar en más detalles, pero asumiendo, siempre de manera provisional, el establecimiento de su capital a las puertas de la tierra prometida.

El texto de la ONU, aprobado al término de la guerra de 1967, en la que Israel conquistó todo lo que ahora más o menos negocia devolver, establece que el Estado judío debe replegarse a fronteras seguras y reconocidas, lo que implica la evacuación de los territorios ocupados. Y, apoyándose en la feliz circunstancia de que en la versión inglesa de la resolución se dice "de territorios", a diferencia de la francesa y restantes versiones, en las que se consigna de los territorios, Israel y Estados Unidos han dado en sostener contra toda lógica, incluso gramatical, que la retirada se opere a gusto del conquistador. Pero, sea como fuere, la interpretación prácticamente universal de la resolución coincide en que la retirada toca hacerla a las fronteras anteriores al 4 de junio de 1967, es decir, entre otras cosas, abandonando Jerusalén oriental y las colinas del Golán arrebatadas a Siria.

El presidente Arafat es realista y sabe que la relación de fuerzas, no ya militares, sino políticas, no le permite hacer mucho más que regatear aquí y allá, compensar el territorio que eventualmente sigan ocupando los colonos judíos en Cisjordania, puede que en las zonas colindantes a Gaza, e instalar su carpa en uno de los paisajes mencionados, Abu Dis, donde ya se está construyendo una gran casa de Gobierno. Pero lo que no hará nunca Arafat es firmar algo que suponga una renuncia susceptible de comprometer a las generaciones venideras sobre Jerusalén.

¿Qué espera del futuro el presidente palestino? Los más furibundos y sin duda ilusos del entorno presidencial musitan las Cruzadas. También los cristianos medievales acamparon una larga temporada en Tierra Santa y al final hubo suficientes Saladinos para verles la espalda cuando se retiraron. Otros, mejor informados, o incluso en cierto modo acogedores, piensan que con la afluencia en los últimos años de más de un millón de rusos a Israel, de los que una parte indeterminada pero no pequeña apenas tiene tanto de judío como de sionista, ha comenzado la des-sionización de Israel. Pero todos coinciden en creer como artículo de fe que un día existirá como Estado unificado la Palestina histórica, país necesariamente binacional, como subrayaba en una reciente entrevista en Le Monde el historiador revisionista israelí Ilan Papé.

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Todo ello puede ser una alucinación, y, en cualquier caso, las profecías le sientan mejor a Juan Pablo II que a un mandatario secular, pero la oferta de Arafat, todavía no pública pero de sobra conocida por la Jerusalén judía, es una finta interesante. ¿Qué tiene que decir Barak a ella?

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