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Corpóreo

LUIS DANIEL IZPIZUA

En una carta siempre presiento la inmortalidad porque es la mente sola sin amigo corpóreo, dice Emily Dickinson. Pero quizá se pueda presentir también en una carta el temblor de la carne. ¿Es eso lo mortal, o ese temblor es justo lo que queda, lo que sobrevive? Acostumbrados a las inmortalidades gloriosas, a aquellas que fundan una civilización o una cultura, tal vez tengamos que empezar a reivindicar la eminencia del temblor, una cultura cuyo producto más depurado sea el temblor. Hablo de nosotros. De la necesidad urgente de recoger ese temblor de la carne como valor supremo de la única cultura que se nos está haciendo posible. Pienso en mi amigo Francisco, y en el terror que ha debido de sobrecogerle al verse, al leerse, en una revista adicta a la Araña. Su preocupación única debe de ser ya la supervivencia, no la inmortalidad. La diferencia es fundamental porque define la barrera entre una cultura posible y una cultura imposible.

Nos convertimos en voceros de esa cultura imposible. Darle voz es una tarea fundamental para salvar la cultura a secas. El condenado a sobrevivir, quien ha sido condenado a la condición de mero cuerpo, vive en la extrema soledad del expulsado a una situación que no puede ser comprendida. Su condición es anómala en una sociedad que no sobrevive sino que sobreabunda. A él sólo le queda el temblor como único excedente, y el temblor sólo lo entendemos si lo compartimos. El temblor no se explica, se enuncia, y en esa parquedad de espíritu es fácil que resulte gratuito. Quien tiembla nunca parece tener razones suficientes para hacerlo. Pero es esa parquedad de espíritu la que debemos salvar como forma suprema hoy y aquí del espíritu. No podremos explicarla, pero tendremos que insistir en su única forma de expresarse verbalmente para darle crédito: debemos, una y mil veces, enunciarla. Es la forma universal de compartir el temblor, y sabemos que éste sólo lo entendemos si lo compartimos. Mi amigo Francisco tiembla, he aquí la formulación cultural más importante del día de hoy.

Recibo carta de mi amigo Miguel. En ella me dice que entre nosotros sólo hay ya dos clases de personas: las víctimas y las que no son víctimas. Los que tiemblan y los que no lo hacen, diría yo. La observación es fundamental y debiéramos darle crédito. Tenemos que creer en ella, admitirla como un dogma de fe, si queremos salvar nuestra sociedad y su cultura. Sólo desde esa creencia pueden sentir nuestra solidaridad los que tiemblan. Quien no lo hace, quien se cree a salvo, debe hacer ese esfuerzo de fe en aras también de su salvación propia. Ante el temblor, que pide ser compartido para no ser expulsado de lo humano, nuestra reacción primera es esquivarlo. Nadie quiere vivir en el temblor; todo el mundo tratará de buscar un argumento que lo minimice, apartará de sí ese cáliz. Abandonará al tembloroso. Es nuestra principal tarea cultural elevar el temblor a evidencia, compartirlo, hacerlo nuestro. Mi amigo Miguel tiembla, he aquí la segunda formulación cultural más importante del día de hoy. A mi amigo Francisco y a mi amigo Miguel, los quiero.

ETA acaba de anunciar que no atentará contra el PNV y EA, sino que sólo lo hará contra todos los demás. Me niego a utilizar la expresión que ellos usan donde yo digo todos los demás. El anuncio, además de siniestro, es perverso. Traza con claridad los límites para el círculo de la supervivencia y para el círculo de la inmortalidad. Fija con claridad el campo del temblor. Sugiere también las pautas para el abandono. Sólo quien deje el círculo de las víctimas y se pase al otro círculo estará a salvo. El nacionalismo no puede quedar insensible a esa amenaza si quiere salvarse y salvar al país y la cultura. Debe hacer suyo el temblor en ese acto de fe que es hoy nuestro principal valor cultural. Tiene que compartir y engrosar el campo de los condenados a sobrevivir. Dar un paso al frente hacia ellos. There seems a spectral power in thought that walks alone, dice Dickinson. Ese poder espectral del pensamiento que camina solo, solamente puede ser ya para nosotros el pensamiento de la víctima.

Ser de EA, o del PNV, no puede convertirse en un nuevo detente bala, porque fundamentaría el valor de esos partidos en el chantaje y la violencia. La forma más alta de ser vasco hoy sólo puede consistir en abrazar al que tiembla. Abrace ese temblor.

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