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Reportaje:EUSKAL HERRIA ESCONDIDA

El último carbonero

Ya no existen ferrerías en el valle de Aramaiona, la puerta alavesa al parque natural de Urkiola, pero todavía queda un último carbonero que mantiene año tras año un oficio prácticamente desaparecido en el País Vasco. El barrio más septentrional del enclave euskaldun por antonomasia en Álava está formado estos días por sus diez caseríos, la iglesia parroquial, la casa cural convertida en sociedad gastronómica y una elegante carbonera que recibe a los visitantes que se acercan hasta esta entrada a las cumbres de Urkiola.Este mes de mayo la anteiglesia de Gantzaga huele a haya cocida lentamente en busca del carbón vegetal que, a falta de ferrerías, servirá para asar un cabrito en toda regla. Porque ésta es otra de las habilidades de Basilio Ugarte, de oficio carbonero desde que se jubiló.

Cómo llegar: La carbonera de Gantzaga, en Aramaio, está a la entrada de la anteiglesia, hasta la que se llega desde el núcleo central del valle, Ibarra, por una carretera local de tres kilómetros

Para llegar hasta Ibarra, tanto desde Vitoria como Bilbao, hay que tomar la N-240 hasta llegar a la desviación al valle que sale de Villarreal, por la A-2620. Desde San Sebastián, la localidad de referencia es Mondragón, desde donde se toma la citada A-2620.Alojamiento: En el mismo Gantzaga se encuentra uno de tres establecimientos de agroturismo del valle: Muru (tel. 945 445365). Los otros dos son: Unzueta (945 445095) y Uxarte (945 445146). También hay oferta de casas rurales en las localidades de Aretxabaleta, Mitarte garai (943 791751), y Eskoriatza, Areano (943 714470). El hotel más cercano se encuentra en Mondragón, el Arrasate (943 797322). Comer: El restaurante más cercano es la sidrería Iturrieta (945 445385). Otras referencias que se pueden citar en Aramaio son el asador Añai (945 445101), los restaurantes Unzueta (945 445095) y Dukiena (945 445086), el merendero Anboto (945 445360), y las tabernas Goikoetxea (945 450171) y Lastra (945 450363).

A sus 75 años, este aramaiotarra lleva ya unos cuantos años preparando su carbonera de verano, con la que recupera una de las labores básicas de los que vivían en el campo y, de paso, consigue el combustible necesario para las comidas que los vecinos del barrio y allegados organizan en la reconvertida casa del cura.

Pero hay más que el interés gastronómico y el pasatiempo de jubilado detrás del trabajo de Basilio: la conservación de un oficio que no hace tanto ocupaba a parte de los vecinos de Aramaiona y de otros lugares, como recogía la película Tasio de Montxo Armendariz.

El propio Ugarte recuerda las carboneras de la posguerra, cuando se hacían en medio del monte, y se bajaba el carbón en carros tirados por bueyes. En esta ocasión, este artesano de Gantzaga ha contado con la ayuda de los responsables del parque que, dentro del proceso de recuperación de sus bosques, decidieron talar algunas hayas de Basilio, para plantar en su lugar otras de origen navarro, con el fin de conseguir una mayor variedad forestal en Urkiola.

Reproducción en miniatura

Pero el resto del proceso continúa siendo el mismo. La leña se cortó en invierno, con la luna menguante, y la carbonera se comenzó a levantar entrado ya el mes de mayo. Para que el profano en estas materias conozca el desarrollo de la construcción, Basilio Ugarte ha realizado una reproducción en miniatura en la que se puede apreciar cómo se apilan los leños según su tamaño hasta conformar un cono de ancha base.

La original es aproximadamente de una altura de 1,50 metros, con una base de 3 metros de diámetro. En su interior alberga alrededor de 9.000 kilos de leña de haya, que se ha recubierto de helecho u hoja de haya, primero, y de tierra suelta, después, hasta conseguir que la madera quede cubierta al completo, sin que haya ni una sola fisura. Una vez que Basilio termina la construcción, ayudado por otros vecinos de Gantzaga como el ingeniero riojano Gregorio Gallego -impenitente viajero hasta que decidió retirarse a vivir a este rincón de Aramaiona-, ya sólo queda darle fuego por la boca superior, por la que se introducen las brasas de una fogata que se ha encendido en las proximidades de la carbonera.

Luego se tapa esta boca y a esperar, sin perder de vista en ningún momento el proceso de combustión lenta (por la carencia de oxígeno), que permite que la leña se convierta en carbón y no arda en lo que es un horno cuya temperatura alcanza hasta 500º en su interior. El proceso concluye un mes más tarde cuando se saca el carbón, que supone alrededor de un 20% de la leña invertida. Esta tarea, para la que se emplean unos tres días, es más que difícil, trabajosa por los cuidados que es necesario poner para que mientras se va desmontando la carbonera no coja fuego su interior.

Éste es el primer paso a una visita a Gantzaga, localidad con más de 500 años de antigüedad, que tiene de por sí otros atractivos. Como la iglesia parroquial, la única del valle que no cuenta con espadaña ni torre, construida a comienzos del siglo XVI sobre roca viva, que es utilizada en algún momento como pavimento. O el paseo por entre los caseríos que escoltan al aficionado a la montaña en su ascenso a las cumbres alavesas del parque de Urkiola con los 1.062 metros del Ipizte como la cima más importante de esta sierra que lleva el mismo nombre que la anteiglesia.

Ipiztikoarriaga

Cerca de esta cima se encuentra el paraje de Ipiztikoarriaga, un altiplano entre Ipizte y Belamendi. A la vera del camino que lo cruza en dirección a Vizcaya, se levanta una estela de piedra, sin ninguna inscripición, cuya visita es el colofón ideal para la excursión que ha comenzado en la carbonera.

Esta estela, cuya colocación se pierde en el tiempo, recuerda la muerte violenta de un obispo en las inmediaciones, según recoge la leyenda que cuenta con distintas versiones, pero en las que subyace la idea de que el prelado (procedente de Calahorra o de Armentia, en esto tampoco se ponen de acuerdo las crónicas) fue ejecutado por vecinos de Vizcaya ante la pretensión que traía de reducir los fueros del territorio.

Como tantas otras leyendas de este tenor, forjadas en su mayor parte en el siglo pasado, la del obispo de Ipizte hay que cogerla con alfileres y más posible es que fuera una creación de alguno de los viajeros que pasaban por este lugar, en mitad del camino que unía el pueblo vizcaíno de Arrazola con Vitoria, sin pasar por el valle de Aramaiona.

Los montes que dan sombra a Gantzaga aportan con esta estela y su correspondiente relato el aire fantástico a una pequeña población alejada del ritmo de vida acelerado del fin de milenio, que conserva costumbres y oficios prácticamente perdidos, pero que no quiere perderse los mejores inventos de la actualidad.

Así, mientras Basilio Ugarte cuida en estos días su carbonera a la entrada del barrio, en el extremo opuesto, varios operarios trabajan para instalar no sólo un saneamiento y un acceso de aguas de primera calidad, sino también el ramal final del cable que en breve permitirá a los diez vecinos conectarse a Internet como en el centro de cualquier metrópoli.

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