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La coca ya fluye por el Guadalquivir: “Habrá más corrupción y más muerte”

La intervención de 19 toneladas de polvo blanco en el río en apenas un mes pone en alerta a los agentes ante la peligrosa escalada de los clanes del hachís

Incautación en una finca de Coria del Río (Sevilla) de siete toneladas de cocaína, el mayor alijo interceptado hasta la fecha introducido mediante narcolanchas en el sur de España, en una operación de la Guardia Civil con tres detenidos.
Incautación en una finca de Coria del Río (Sevilla) de siete toneladas de cocaína, el mayor alijo interceptado hasta la fecha introducido mediante narcolanchas en el sur de España, en una operación de la Guardia Civil con tres detenidos.Guardia Civil /EFE
Jesús A. Cañas

Un kilo de cocaína vale ahora en el mercado negro español unos 30.000 euros, según los últimos cálculos del Ministerio del Interior. Así que las siete toneladas de polvo blanco que la Guardia Civil descubrió enterradas en dos zulos en Coria del Río (Sevilla) el pasado 27 de diciembre habrían alcanzado, como mínimo, los 210 millones de euros en la calle, un montante muy superior al que habría sumado esa misma cantidad de costo (marihuana), cotizado a unos 1.800 euros el kilo. Fue una de las mayores intervenciones de coca introducidas por el Guadalquivir en narcolanchas que se recuerdan, pero no la única. En apenas un mes, los agentes ya llevan intervenidas en el otrora río del hachís casi 19 toneladas, valoradas en unos 570 millones.

“Habrá más corrupción y más muerte en el Guadalquivir”, avanza con voz sombría un guardia civil andaluz de alto rango especializado en la lucha contra el narcotráfico. Policías, Fiscalía, agentes especializados en inteligencia y hasta fuentes cercanas al narco tienen la misma certeza, la duda ya solo es cuándo sucederá. La escalada en el uso de la que durante décadas ha sido una de las grandes autopistas de entrada de costo para meter ahora cocaína en Europa es un fenómeno que ha sorprendido en el último mes por su virulencia, pero no porque no fuese previsible. El abaratamiento de la cocaína —las tablas de Interior apuntan a un descenso de 5.000 euros en el último año—, el actual contexto legislativo —con leyes antiguas que eternizan los procedimientos— y la falta de medios policiales han sido cruciales, coinciden todas las fuentes consultadas. “Ahora queda por saber si es casualidad o una pauta; pero son demasiadas, claramente parece lo segundo”, vaticina Ana Villagómez, fiscal antidroga en Andalucía.

El 17 de enero la Policía Nacional y la Guardia Civil intervinieron 2.883 kilos de cocaína a cuatro personas que usaban una nave de La Puebla del Río (Sevilla) para esconderla. El 10 de este mismo mes la Armada francesa encontró nueve toneladas más en un mercante en el que cuatro detenidos —tres colombianos y un español— viajaban con la intención de trasvasar la carga a una narcolancha para subir Guadalquivir arriba. La operación de la Guardia Civil en Coria del Río del pasado 27 de diciembre sumó las otras siete toneladas —en este caso, enterradas en dos zulos hechos con contenedores de barco— hasta completar las 19 de polvo blanco del último mes. El incremento es más llamativo si se tiene en cuenta que de las 15 toneladas de drogas intervenidas por la Guardia Civil de Sevilla de noviembre a enero, nueve son ya cocaína. “Si hemos descubierto esto, ¿cuánto no habrá entrado?”, se pregunta una fuente judicial especializada.

“Lo mismo que pasó hace 30 años en Galicia está pasando aquí. Allí eran contrabandistas de tabaco, aquí están usando ya las rutas del hachís para la coca”, apunta el mando del Instituto Armado. Lo del Guadalquivir es solo el enésimo escalón de un ascenso que el narco del Estrecho comenzó a subir a finales del siglo XX, , también con el contrabando de tabaco —en este caso, de Gibraltar— como primera parada. De ahí se pasó al hachís en el Campo de Gibraltar, Barbate o Sanlúcar de Barrameda. Luego aumentó la cantidad alijada, la potencia y eslora de sus narcolanchas, la violencia que ejercían. Y ahora, tras el cerco policial que desde 2018 ha atomizado su actividad por toda la costa sureña, ya ni siquiera necesitan la ayuda de narcos gallegos que los agentes detectaban de vez en cuando. Tampoco se limitan ya a introducir una pequeña carga de cocaína en un alijo de hachís, como se descubrió hace años, o a colocar alijos de coca aislados, como los localizados a principios de 2021.

“Ya son cargamentos completos de cocaína hechos por autóctonos. La diferencia es que, por perder hachís, [la represalia] lo mismo es un tiro a tu casa o una paliza, pero por cocaína los ajustes de cuentas pueden ser homicidios”, apunta un mando policial de Cádiz. Aunque hasta en eso van con ventaja. La fiscal Ana Villagómez lleva años alertando en sus memorias anuales de que los narcos se arman cada vez más como un ejército. El pasado mayo dieron indicios de que estaban dispuestos a usar ese arsenal contra los agentes cuando los recibieron con ráfagas de armas automáticas de guerra para proteger un alijo de hachís en las inmediaciones de Trebujena (Cádiz). El mando de la Guardia Civil ve en actos como esos mañas aprendidas de delincuentes de países del este, colaboradores con unas mafias locales en contacto desde hace años con los clanes de los Balcanes, que dominan el negocio europeo de la cocaína.

Armas de guerra

Un inspector de policía andaluz estima que la cocaína que entra a bordo de narcolanchas puede significar “apenas un 10%” de lo que entra por puertos cercanos como el de Algeciras, donde la ruta de la coca —oculta en mercancías legales mediante empresas pantalla— sigue adelante en la sombra. El problema de la ruta del Guadalquivir es otro, que resume Villagómez: “Ya no es tan de paso como la de los puertos, se queda en guarderías locales e inicia su ruta desde aquí, con la peligrosidad que eso supone”. Los operativos del 27 de diciembre y del 17 de enero reafirman su sospecha. En ambos casos se encontraron armas de guerra tipo Kalashnikov. “Mira el incremento de vuelcos, secuestros o asesinatos en la zona. La droga no solo es droga, es violencia. Actúan como escuadrones paramilitares, con chalecos antibalas o pinchos de carretera, asegurando el perímetro”, explica el mando de la Guardia Civil.

La descarga es el movimiento más delicado y, por ahora, documentado de unos alijos de cocaína que, en la operatividad, apenas se distinguen de los del hachís, “salvo por la mayor seguridad y el origen de la mercancía”, apunta la misma fuente. Pero la entrada en escena de las mafias locales se produce días antes, cuando reciben la cocaína en aguas del Golfo de Cádiz, habitualmente acompañada de un notario —el equivalente a los garantías del hachís— que suele ser un ciudadano extranjero, como el serbio que el año pasado los agentes tuvieron que rescatar de una persecución en el Guadalquivir. Ese es el método que se supone están usando ahora los clanes del Estrecho. “Pero hay otras vías casi más efectivas y seguras”, añade el agente, como la de “hacer llegar la coca a un país del norte de África para allí almacenarla a granel e introducirla en la ruta habitual del hachís”.

“Quizás eso es lo que estaban preparando [los narcos] durante estos meses atrás en que se apreciaba cierta calma tensa”, apunta Villagómez, en referencia a los dos últimos años, en los que los traficantes locales aparentaron menor actividad. En este lapso, el escándalo ha venido más por la despreocupada presencia por mar o tierra de suministradores de gasolina, los petaqueros, o por el ir y venir de narcolanchas vacías –el martes de esta semana, tres se adentraron hasta Sevilla capital–, en las que los pilotos se permiten moverse a plena luz del día, si los temporales exigen refugiarse en la costa. Pero, en la sombra, otro movimiento se ha ido gestando. “Los líderes habrán tenido que sondear a sus pilotos y responsables de guarderías [donde se esconde la droga] si estaban dispuestos a dar el salto a la cocaína. Muchos han debido decir que sí”, apunta la fuente judicial.

En esas parecen andar ya metidos nombres propios del narco sevillano, como el clan de Ginés o los Lanas, a los que los investigadores les atribuyen haber dado el peligroso salto del costo a la coca. El mismo movimiento de tablero parece estar sucediendo en Cádiz o en Huelva. “Son los mismos”, resume la fuente judicial. “Los de La Línea ya están ahí metidos y les va de escándalo. Algunos dicen que ni quieren oír hablar ya de hachís”, apunta una persona cercana al narco. Ni la violencia desmedida que puede suponer que les roben o les intervengan la mercancía, ni las mayores penas de prisión a las que se enfrentan —hasta el doble que en el caso del hachís— les ha frenado. “La mayoría de los [narcos] de ahora no tienen principios, ni miedo, hasta que les pasan cosas…”, añaden desde sus círculos. Es justo en ese “hasta” en el que se detiene, preocupado, el mando de la Guardia Civil: “Esto no dejan de ser los principios, todo va pareciendo divertido o anecdótico y un día, de repente, deja de serlo y te planteas cómo hemos llegado hasta aquí”.

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Sobre la firma

Jesús A. Cañas
Es corresponsal de EL PAÍS en Cádiz desde 2016. Antes trabajó para periódicos del grupo Vocento. Se licenció en Periodismo por la Universidad de Sevilla y es Máster de Arquitectura y Patrimonio Histórico por la US y el IAPH. En 2019, recibió el premio Cádiz de Periodismo por uno de sus trabajos sobre el narcotráfico en el Estrecho de Gibraltar.
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