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Crítica:FERIA DE SAN ISIDRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La negación del arte

Los toreros exhibieron la negación clamorosa del arte de torear. Qué les habrá hecho el arte. A lo mejor le tienen manía.¿El Cordobés, Eugenio de Mora y Miguel Abellán dice usted?

Por ejemplo.

Si hubiesen salido a competir en tosquedad no se sabe quién de ellos se habría llevado la palma. Bueno, así, a primera vista, quizá El Cordobés. Pero sólo a primera vista. Porque el hombre no se molestaba en disimular sus formas. Nunca ha ido de fino y no iba ahora a dárselas de Duque de la Grand Dumond.

Él a lo suyo -El Cordobés-, que consiste en andar por el redondel a la pata la llana, escupirse las manos y limpiárselas en la pernera del terno, pegar risotadas para contagiar a la galería, agitar la blonda cabellera, fingir que se va a suicidar.

Alcurrucén / Cordobés, Mora, Abellán Toros de Alcurrucén (6º, sobrero, en sustitución de un inválido sin trapío), justos de presencia, escasos de fuerza, mansos y aborregados; 3º, pastueño; 5º sacó cierta casta

El Cordobés: tres pinchazos y estocada perdiendo la muleta (silencio); cuatro pinchazos, estocada y descabello (pitos). Eugenio de Mora: tres pinchazos y estocada corta caída (silencio); estocada caída (silencio). Miguel Abellán: dos pinchazos y estocada (ovación y salida al tercio); pinchazo y bajonazo descarado (silencio). Plaza de Las Ventas, 19 de mayo. 10ª corrida de abono. Lleno.

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Abellán: "Ha faltado poco, pero ya siento el triunfo cerca"

Ahora bien, este Cordobés no es El Cordobés de hace unos años. Aquello de bullir y ceñir ya no le entra en el ánimo y sólo le queda el aire de gañanía...

No sabe uno si eso será suficiente para ir por la vida.

Peor sentó que sus compañeros se marcaran una de disimulo y se hicieran los clásicos.

De clásicos, nada: pegapases y gracias.

Queda incluido en la rúbrica Miguel Abellán que, al pastueño tercer toro (o lo que fuese aquello) lo toreó por naturales.

El natural, sí, es la esencia del toreo. Un torero que apenas esbozados los primeros tanteos se echa la muleta a la izquierda y construye sobre la suerte fundamental su faena, está llamando con todo derecho de entrada a la puerta de la gloria.

Claro que además ha de demostrarlo.

Aquí, como en el Congreso de los Diputados: primero el examen.

Y Miguel Abellán, que tenía la puerta entreabierta, no lo pasó ni con recomendación. Porque el toreo al natural ha de ser según los cánones. Y los cánones rechazan que el toreo al natural sea según lo ejecutó Miguel Abellán, a base de citar fuera de cacho, la suerte descargada; embarcar con el pico; vaciar hacia afuera; rectificar terrenos en los remates; y vuelta a empezar.

Un toreo de tal manera concebido es el propio de los pegapases pelmazos, apenas importa que se haga con la izquierda o con la derecha.

Al sexto toro, sin venir a cuento, Miguel Abellán le ahogaba la embestida. O sea, como El Cordobés, pero sin ser El Cordobés. De repente Miguel Abellán se había puesto tremendista. Esto de los encimismos ahogando embestidas siempre trae sombras de sospecha. Y hace suponer que lo que pretende el actor es, precisamente, que el toro no le embista de ninguna de las maneras. La embestida es un ataque e indudablemente se encuentra uno más seguro con el enemigo quieto-parao, que dijo Julio César en La Guerra de las Galias. Para completar su negación rotunda del arte, Abellán mató de infamante bajonazo.

Parecía tarde de capea. Eugenio de Mora, que en la feria de Sevilla bordó el toreo al natural, aquí deshilachó la obra aquella y la convirtió en trapo inmundo. En su primer toro ni siquiera intentó utilizar la izquierda y se limitó a pegar derechazos malos. En su segundo trapaceó derechas e izquierdas a la manera de los maletillas indocumentados. Qué cosas: tampoco ha transcurrido tanto tiempo desde lo de Sevilla -menos de un mes- para que se le haya olvidado el toreo bueno.

Lo traían todo a su favor los toreros: los toros de la casa, que venían escasos de trapío y temperamento para que no pudiesen molestar; la tutela de la empresa, con sucursal en el palco. Y como debió parecerles poco, no dieron ni una.

Mucho mimo es lo que hay.

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