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Tribuna:ETA VUELVE A MATAR
Tribuna
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Cuando el tiempo aprieta

Dentro de unos días, cuando Arzalluz haya dejado de justificarse ante los medios, se nos olvidará el lío marxiano (por los hermanos Marx) de la primera parte contratante y de la segunda parte contratante, y retendremos sólo algunos datos elementales. Por ejemplo: que hubo una negociación formal entre PNV, EA y ETA, y ciertas cláusulas de reserva que la última no quiso suscribir. Que el acuerdo, o conato de acuerdo, además de formal, fue secreto, y que el interlocutor de los nacionalistas democráticos no fue EH sino la banda terrorista. Recordaremos igualmente que la primera ha demostrado ser un apéndice de la segunda, y que de aquí se sigue, de modo irrefutable, que es imposible estar aliados con EH sin entrar, automáticamente, en relaciones oblicuas con ETA. Sopesaremos todas estas cosas, miraremos con perplejidad el presente y futuro inmediato de las instituciones vascas, y no acertaremos a reprimir un sentimiento íntimo de simpatía hacia el eclipsado Ardanza.En los papeles preparados por Ardanza, todo es distinto. Para empezar, el tono difiere dramáticamente del empleado en los documentos que se redactaron en los alrededores de Estella. Ardanza se expresa civilmente, y con la conciencia de que existen intereses que pueden diferir de los intereses nacionalistas. No discute la legitimidad del Estatuto, y coloca a ETA fuera de las deliberaciones que habrían de presidir el nacimiento de una futura nación euskérica. Estamos en otro mundo, que Ardanza propone sabiendo que las alternativas que se manejan dentro de su partido son las que después hemos visto que son. Por tanto, saludos afectuosos a Ardanza. Y, sin embargo, basta examinar con un poco de atención el documento fenecido para advertir de inmediato -y esto es interesante, pero descorazonador- que Ardanza no fue el hombre que pudo cambiar las cosas. Fue, más bien, el que ya no podía cambiarlas.

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Lo digo por dos razones. En primer lugar, la fórmula de compromiso que sugiere a Madrid -que el Estado se persone en las deliberaciones por delegación, esto es, reposando en los partidos constitucionalistas, aunque dentro de un ámbito de decisión vasco- sólo podría ser aceptada por un Estado que previamente se hubiera rendido. Aunque parezca mentira, alguna gente en el conjunto de España, y muchísima en el País Vasco, sigue sin comprender que las constituciones son herramientas jurídicas para llegar a arreglos conforme al procedimiento que los economistas denominan "acción colectiva". Las constituciones subordinan la validez de los acuerdos a lo que determine una mayoría, y en ciertos casos (como el de la integridad territorial), una mayoría muy cualificada. El Estado no podría redefinir la mayoría nacional como una mayoría de "vascos" sin pulverizar la Constitución. De resultas, Ardanza estaba golpeando una puerta cerrada.

En segundo lugar, el documento Ardanza no era sólo irrealista hacia afuera, sino también hacia dentro. Disuelta o desactivada ETA, era inimaginable que el electorado no nacionalista fuese a entrar voluntariamente en una componenda que lo condenaba a la minoría civil para siempre. Siendo éste el balance, no queda más remedio que llegar a una conclusión ingratísima: la aventura de Estella, con su cauda conspirativa, señala un camino más coherente que el de Ardanza, por mucho que el plan Ardanza resulte, en términos morales, infinitamente superior. Y cuando digo "coherente" quiero decir, claro está, coherente desde un punto de vista nacionalista: desde aquél que coloca por encima de cualquier otra consideración la emancipación nacional de la patria irredenta.

¿Se agotan aquí, tristemente, los caminos? No. Un partido nacionalista, pero más democrático que nacionalista, está en grado todavía de hacer otra cosa: aguardar a que el cuerpo social madure en la dirección que él anhela. Cuando una mayoría muy grande de la población es partidaria de la independencia, no hay constitución que aguante. Este camino, sin embargo, es incierto, y nada garantiza que haga un extraño y vuelva atrás, o se desvíe hacia cualquier lado. Los nacionalistas han empezado a pensar que el tiempo opera en su contra, y les ha tentado el atajo. Seguimos oyendo, todos los días, que hay que salvar al PNV de sí mismo. Yo no sé muy bien cómo podría hacerse esto sin su consentimiento.

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