_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Jardineros airados JOAN B. CULLA I CLARÀ

Hace exactamente 100 años, en 1900, la agricultura y la ganadería ocupaban en Cataluña al 52,9% de la población activa. Tres décadas después, en 1930, el porcentaje había descendido hasta el 26,6, aunque en el ínterin la productividad aumentó en un 110%. Ya en pleno franquismo, pero antes del desarrollo, el sector primario absorbía aún en 1960 al 19% de los catalanes activos. Según los últimos datos de que dispongo, en 1996 los activos agrícolas eran sólo el 3,5% del total, una cifra que hoy ya debe de ser inferior. Si, reducido a guarismos, el descenso -del 53% al 3% en una centuria- resulta espectacular, su dimensión de cambio social, de mentalidades, de formas de vida, constituye una de las mayores y más silenciosas revoluciones que este país haya conocido en su historia contemporánea.Los últimos capítulos de esa revolución, sin embargo, se han vuelto ruidosos. Comprensiblemente inquietos ante una dinámica que parece condenarlos a la cuasi extinción, los agricultores catalanes -y en particular su organización más representativa, Unió de Pagesos- nos han acostumbrado a formas de movilización y de protesta contundentes, muy rudas, a veces un poco bestias, que si fuesen usadas por otros colectivos merecerían una repulsa general, pero que en ellos nos parecen casi normales: meter un par de vacas en un despacho oficial, apedrear el helicóptero del presidente de la Generalitat, rociar con insecticida unas dependencias públicas y, sobre todo, cortar con barreras de fuego las carreteras, preferentemente en fechas sensibles para la movilidad viaria, como las de comienzo y final de las recientes vacaciones pascuales. El mensaje dirigido a la Administración es siempre inequívoco: o atendéis nuestras justas demandas, o la liamos. Pero, puesto que las autoridades competentes suelen estar más o menos protegidas y, a menudo, residen lejos -Bruselas, Madrid...-, la forma de presión habitual consiste en fastidiar masiva e indiscriminadamente a la ciudadanía que se tiene más a mano. Y es ahí donde me parece observar en la lucha de nuestros payeses un grave error táctico.

La agricultura representa hoy una parte muy pequeña de la actividad económica global de Cataluña, a la que en 1994 aportó sólo el 1,5% del producto interior bruto. De este modo, la función estrictamente productiva del agricultor es cada vez menos importante en comparación con su papel estratégico con vistas al mantenimiento del equilibrio territorial, a la protección del medio ambiente, al hallazgo de nuevas fórmulas de desarrollo rural. Pero, en uno u otro papel, los urbanitas no son sus enemigos, sino, bien al contrario, sus más poderosos aliados.

En plena mundialización de la economía agraria, cuando la más modesta tienda de la esquina te ofrece nueces de California, kiwis de Nueva Zelanda, bananas de Centroamérica o tomates de Marruecos, que consumamos de preferencia productos autóctonos es una cuestión de calidad y de buena comercialización, claro está, pero exige también cierto grado de complicidad, de simpatía del consumidor hacia el productor, su esfuerzo y su función extraeconómica. Y bien, ¿creen los responsables de Unió de Pagesos que sus acciones reivindicativas de los pasados Jueves Santo y Lunes de Pascua han acrecentado mucho el caudal de complicidades que poseían entre el resto de la población catalana? Sí, la gente soportó los cortes de carretera con resignación y estoico civismo; pero, si un día tiene que escoger entre unas avellanas tostadas procedentes de Turquía y otras del país, algo más caras, ¿comprará las segundas en recuerdo de las horas que perdió viendo humear neumáticos o adelantando su retorno para tratar de esquivar a los payeses airados?

Según apuntaba más arriba, resulta creciente e imparable el papel del agricultor catalán como gestor del espacio rural, si se quiere como jardinero a cargo de las zonas verdes dentro de la Cataluña-ciudad del siglo XXI. Se trata de un proceso de terciarización de lo rural que tiene en los millones de urbanitas ansiosos por reencontrar la naturaleza siquiera durante un fin de semana su gallina de los huevos de oro; de un fenómeno que se presta a toda clase de sarcasmos, pero que está permitiendo a miles de familias mejorar la renta agraria estricta organizando o apoyando la práctica de deportes de aventura, explotando el agroturismo, atendiendo las segundas residencias de los de Can Fanga, etcétera. Seguramente, el futuro de muchos agricultores pasa por ahí, más que por una política de subvenciones perpetuas a cultivos no rentables. Razón de más para no ver a la población urbana como simple carne de cañón reivindicativa, a la que se quiere sensibilizar a base de hacerle la puñeta.

En fin, deseo de corazón que los payeses catalanes, los de la fruta seca y los demás, vean satisfechas todas sus peticiones actuales y futuras. Pero me gustaría que imitasen en lo posible la habilidad táctica de sus colegas de la Confederación Campesina francesa, encabezados por José Bové. Ellos han generado vastos apoyos y popularidad mediática, han movilizado la nostalgia de los franceses urbanos por el terroir con su cruzada contra la comida basura norteamericana y en defensa de la diversidad alimentaria y gastronómica. Un poco chovinista, quizá, pero bastante más sutil que quemar neumáticos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_