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Tribuna
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Combustible

¿Para qué sirven las cosas que no sirven para nada? ¿Qué beneficio podemos sacarle a todo lo que nos hace daño? Parecen preguntas raras, un poco incongruentes, pero lo cierto es que gran parte de nuestras posibilidades de llegar al futuro depende de nuestra capacidad para encontrarles una respuesta. No hay más que dar un paseo por cualquier calle de Madrid y tener que sortear una fila de contenedores, unas cuantas bolsas de plástico dejadas en la acera por algún desaprensivo o un par de volquetes llenos de escombros para ver que el hombre moderno vive asediado, día y noche, por su propia basura, por esas interminables toneladas de desperdicios en que se convierte casi todo lo que hace, desde la comida deliciosa que se transforma en un montón de cáscaras y huesos hasta el libro de poemas que deja un rastro de tinta inútil y papeles descartados. "Lo bello es nada más que el comienzo de lo terrible, justo lo que nosotros todavía podemos soportar", dice Rilke.Una gran parte de la gente vive resignada al hecho de que la Tierra es similar a un inmenso fuego, que sólo brilla en la misma medida en que se consume; que es un planeta que desaparece al tiempo que avanza, puesto que se alimenta de sí mismo, de sus propios bosques y sus océanos, de sus animales y sus cosechas. Otra parte seguimos creyendo que es muy fácil convertir en realidad algunos sueños hoy tan desprestigiados como el de la energía solar, los coches eléctricos o los materiales reciclables; y también seguimos midiendo la estupidez y la corrupción de los dirigentes del mundo por su incapacidad para impedir que cese la tala de las selvas, el expolio del mar o el asesinato de las especies protegidas. Por fortuna, algunos miembros del segundo grupo se infiltran de vez en cuando en el primero y entonces ocurren cosas como la que acaba de empezar en Madrid, en una nave de Valdemoro, o la que se va a poner en marcha en Burgos y en Huesca dentro de dos años.

El milagro de Burgos y Huesca empezó en la Escuela de Ingenieros Agrónomos de Madrid, y su instigador es un catedrático llamado Jesús Fernández, que lleva media vida dedicado a estudiar la conversión de ciertos cultivos en energía. Sus esfuerzos se concretarán, dentro de dos años, en un par de centrales térmicas que van a utilizar como combustible los cardos y que van a extraer de ellos electricidad suficiente para abastecer las necesidades de más de sesenta mil personas. Las posibilidades que ofrece esta idea ante el porvenir se entienden muy bien si se tiene en cuenta que para llevarla a cabo se van a sembrar solamente unas diez mil hectáreas y que el terreno potencial que podría dedicarse en nuestro país a ese tipo de cultivos es de más de dos millones de hectáreas. Suena maravillosamente bien si se tiene en cuenta que incluso las cenizas que queden de los cardos tienen una utilidad: son un abono de buena calidad.

El segundo milagro acaba de comenzar en Madrid, en una fábrica de Valdemoro cuya misión es procesar el caucho de los neumáticos para su reutilización sin perjuicio del medio ambiente. Lo que hacen las máquinas de esa fábrica es congelar las ruedas usadas a 140 grados bajo cero, triturarlas, pasar lo que queda de ellas por filtros que separan sus tres componentes -acero, caucho y lona- y luego vender el resultado como aislante o como material para volver a hacer neumáticos nuevos. Qué forma tan extraordinaria de desmentir a Rilke, de desmantelar su verso más conocido para enseñarnos que también puede ocurrir al revés que en su poema, que lo terrible puede ser nada más que el comienzo de lo bello, justo lo que nosotros queremos soportar.

Con un poco de ayuda de los irresponsables que dirigen el mundo, gente como la que trabaja duramente contra el desierto que nos acecha podría hacer que la palabra futuro tuviera algún contenido real. Ya sólo falta que un científico descubra la capacidad energética o calorífica de las palabras soeces o insultantes. Me apuesto lo que quieran a que con un discurso de Arzalluz se podría abastecer de electricidad a toda Vitoria, o que un sermón del cardenal Rouco proveería de luz, por lo menos durante un año, a diez catedrales y otros tantos cuarteles. Qué hermoso es pensar en ese mundo al mismo tiempo sin oscuridad y sin residuos.

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