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Tribuna:DEBATE DE INVESTIDURA
Tribuna
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Autoridad y riesgo

Josep Ramoneda

La mayoría absoluta es, por encima de todo, una fuente de autoridad política. Si algo le faltaba a Aznar era que la autoridad (como plus añadido al poder) que tenía sobre su partido trascendiera al conjunto de la sociedad. El 12-M Aznar dio el salto. Y así se vio en el debate de investidura. Pasó de largo sobre un PSOE diezmado, incapaz siquiera de hacer notar que todavía existe. Trató a CiU con esta mezcla de buenas palabras, displicencia y dureza llamada paternalismo con que sólo se trata a aquéllos sobre los que se cree tener derechos de familia. Y se soltó, en su respuesta a Anasagasti, con la seguridad en los argumentos de convicción del que se siente plenamente dominador de la escena.La dureza del debate con Anasagasti ha hecho que quedara muy en segundo plano el diálogo entre José María Aznar y Xavier Trias. Y, sin embargo, me parece especialmente relevante de cómo Aznar va a manejar la mayoría absoluta en la política cotidiana. El representante de CiU tuvo un insulso debut parlamentario, condenado a desgranar un discurso imposible: el ritual reivindicativo de siempre para acabar dando un sí sin condiciones al presidente. Aznar no agradeció en absoluto el empeño. Ni una sola concesión hubo en su respuesta. Ni siquiera alguna palabra ambigua sobre financiación o sobre autogobierno que Trias habría enarbolado como un trofeo al regresar a casa. Todo lo contrario. A CiU corresponde decir hasta dónde quieren llegar en su compromiso con el Gobierno. Hay una mayoría, un programa y una voluntad de colaborar: el que quiera comprometerse que lo haga; y al que no quiera no se le necesita. Ésta es la expresión nítida de cómo Aznar piensa administrar la mayoría absoluta.

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Ante esta realidad, sabiendo lo fácil que es pasar de la autoridad al abuso (la carne humana es débil y la del político tiene debilidad por el poder) resultó patético el papelón del PSOE. Desde la autoridad recién adquirida, Aznar otea el horizonte y sólo ve un nubarrón que amenace la calma de su mayoría absoluta: el País Vasco. Así lo demostró en su discurso: primero la cuestión vasca y después todo lo demás. Así lo evidenció el desarrollo del debate, con el durísimo enfrentamiento con un Anasagasti que acabó totalmente a la defensiva. Y, sobre todo, así lo confirmó el PSOE, incapaz de dar una sola señal de que en España hay un proyecto de oposición.

Sin líder, sin propuestas alternativas, sin saber a dónde va, el PSOE parecía simplemente buscar cobijo bajo el sol que más calienta. Un sólo tema: consenso. Como si, a la espera de momentos mejores, quisiera subirse también a la mayoría absoluta. El manual de normas para el buen consenso que Martínez Noval desgranó queda para la historia de la nadería parlamentaria. Difícilmente se puede imputar el ridículo a Martínez Noval, que aceptó disciplinadamente (como gusta a la moral de partido) un papelón que nadie quiso para sí. Sin embargo, no deja de ser preocupante, como indicio del estado de la cantera de líderes del PSOE, que no haya habido nadie con coraje suficiente para decir "este debate es mío" y empezar así a enderezar un partido que sigue groggy, sin sintoma alguno de recuperación.

De un debate de investidura que, excepto en el encontronazo con Anasagasti, tuvo muchos momentos de la relajación de un partido amistoso por la falta de competitividad, queda, pues, clara una cosa: Aznar entiende la mayoría absoluta como el encargo de ejercer con autoridad su proyecto, sin concesiones. Los que pensaban que, descontado el peso de sus votos por la mayoría absoluta, podían seguir condicionando las políticas del Gobierno que pierdan toda esperanza. Son ellos los que deberán adaptarse al PP y no viceversa. Viendo cómo CiU se somete a Aznar con docilidad compungida, debemos pensar que la lección es amarga, pero que se aprende rápidamente.

Las mayorías absolutas tienen riesgos por las tentaciones de abuso del poder por parte del que gobierna. Pero también los tienen para la oposición. Al ver a CiU tan entregada, al ver al propio PSOE en su inmovilismo clamando embabiecado por el consenso con el PP, da la impresión de que ellos también son rehenes de la mayoría absoluta y, alucinados por los números del PP, en el fondo piensan que fuera del proyecto ganador no hay salvación. Esta parálisis de la oposición es el otro gran riesgo de la mayoría absoluta.

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