El Cid dejó buen sabor
Más de dos horas llevábamos chupando los amargos caramelos de la confitería de Gabriel Rojas. Unos acibarados confites que no sabemos a quién se le ocurrió que podrían gustar al público de Las Ventas. Y ese público que, pese a la fría y ventosa tarde -más marceña que abrileña- había acudido a la plaza, casi se atraganta con el mal sabor de los astados del ganadero de La Dehesita. Hasta que con el sexto de la tarde, El Cid nos dejó el buen sabor de un excelente toreo al natural, que fue de menos a más y que tuvo el enorme mérito de hacérselo a un morlaco, que se paró apenas comenzada la faena, y que punteó y hasta llegó a pegar hachazos.Nada de aquello asustó al Cid, consciente de lo que se jugaba en la tarde de su alternativa. Se puso delante del incierto animal, en el sitio en el que los toros dan la cornada y con el pecho por delante y colocando muy bien la muleta, arrancó tres naturales de angustioso temple, seguidos de otra tanda de dos irreprochables y un cierre pectoral de una lentitud de asombro.
Rojas / Luguillano, Finito, Cid Toros de Gabriel Rojas (dos devueltos por inválidos), anovillados e inválidos
5º y 6º, con más presencia. 1º y 4º, sobreros de José Vázquez, bien presentados, flojo y con peligro, respectivamente. David Luguillano: estocada (silencio); metisaca, estocada corta y tres descabellos (pitos). Finito de Córdoba: tres pinchazos y estocada desprendida (silencio); dos pinchazos, media -aviso- y descabello (silencio). El Cid, que tomó la alternativa: pinchazo y estocada corta (aplausos y saludos); pinchazo, bajonazo y cinco descabellos (ovación y salida al tercio). Plaza de las Ventas. 23 de abril. Más de media entrada.
El Cid hubiera obtenido un sonado triunfo de no haber fallado en el manejo del estoque. Fue muy feo el bajonazo que colocó, además de quedarse en la cara y no marcar bien la salida con la mano izquierda. Para colmo, marró con el descabello. Pero la dulzura de su toreo zurdo llegó con hondura al público. Porque no hubo ni un solo derechazo en su trasteo. Ya iba siendo hora de que un torero se acordase de la mano de la verdad.
Con el toro de la ceremonia de su alternativa, un sobrero manejable y con poca fuerza, estuvo el Cid muy tranquilo y muy puesto. El burel se empleó más por el pitón derecho que por el izquierdo y por aquél lo llevó el novel matador con seguridad. Y como se frenaba con peligro por el izquierdo, la faena perdió lustre. Han quedado deseos de volver a ver a El Cid con confitería menos adulterada. Quedamos a la espera.
Se aguardaba a Finito de Córdoba con interés y deseos de verle un triunfo. Las dos birrias del hierro anunciado que le correspondieron en desgracia burlaron las expectativas. Su primer antagonista fue una cabra inválida que no podía con su alma y Finito intentó el toreo con la derecha. Se tomó el público a chufla la situación, con "olés" de burla y chacota y parte de culpa la tuvo el torero, por ponerse marchoso, desafiante y retador, delante de aquella mona artrítica. Con su segundo oponente, más de lo mismo. Le quitó el poco gas que tenía al doblarse por bajo y luego se perdió en el medio pase por aquí y por allá. No se podía hacer más.
Luguillano sacó algún derechazo suave, de mano baja, al primero de su lote. Todo sin emoción ni garra. De vez en cuando se iba al rabo, para dar alegría al asunto. Pero ni por esas. El empleo de la mano izquierda no llegó a buen puerto porque se lo impidió el viento.
El cuarto toro salió cerniéndose con mucho peligro. Tras enganchar a un peon, obligó al matador a salir a toda prisa y a la carrera para lanzarse de cabeza al callejón. En la hora final se limitó a machetearlo por la cara.
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