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Una exposición aviva la memoria de la inclasificable pensadora María Zambrano La muestra 'Tragedia, historia y libertad' reúne cartas inéditas, fotografías y sus obras

Los prejuicios y un largo exilio condujeron a la compleja filósofa María Zambrano (Velez-Málaga, 1904, Madrid, 1991) a la incomprensión y al olvido. Fue una mujer muy comprometida con la izquierda y progresista, pero profundamente católica, una combinación que no entendieron ni unos ni otros. Pensadora minoritaria, se dió en ella una cruel paradoja: en la guerra civil fue condenada a muerte por los dos bandos. Una exposición de fotografías, su colección de arte y cartas de Unamuno, Machado, Cioran y Paz, entre otros, aviva hoy su memoria.

Esta discípula de Ortega y Gasset, galardonada con los premios Príncipe de Asturias en 1981 y Cervantes en 1988 (la primera mujer en recibirlo), pasó sus últimos años malagueños en la miseria, algo que ella soportó impasible. Cuando fue invitada en los años ochenta a impartir una conferencia en París no tuvo más remedio que pedir dinero a la fundación que lleva su nombre para pagarse la comida y la ropa, contó el presidente de la Fundación María Zambrano (Vélez-Málaga), Juan Fernando Ortega, catedrático de Filosofía de la Universidad malagueña, en la inauguración de la muestra. La exposición (que su compañero de premio, Jorge Edwards, último Cervantes se apresuró a visitar durante su estancia en Madrid), en el Círculo de Bellas Artes, abierta hasta el 30 de abril, reúne cartas inéditas que le escribieron José Lezama Lima, Luis Cernuda, Emilio Prados, José Bergamín, Gómez de la Serna, Américo Castro, Zola y Albert Camus, entre otros. A este último, cuando le recogieron del accidente en el que perdió la vida los únicos documentos que le encontraron fueron los originales de la obra de Zambrano, El hombre y lo divino.

En la muestra, que viajará a Chile, México y Roma, entre otros lugares, también se expone parte de la colección de arte de esta filósofa llamada por algunos "la dama errante": cuadros que le regalaron sus amigos como Miró, Tàpies, Salinas, Canogar, Ramón Gaya y Guinovart, y primeras ediciones de algunas de sus obras como Delirio y destino, una especie de autobiografía, fundamental para entender a esta filósofa, que gustaba fumar con boquilla, y que tuvo como compañeros de estudios a Xavier Zubiri, Rosa Chacel y García Morente.

Las razones de la incomprensión (algo que a esta pensadora cáustica y distante nunca la doblegaría) también hay que buscarlas en su pensamiento transgresor. Sin renunciar al patrimonio filosófico y cultural español que hunde sus raíces en el judaísmo y la mística, Zambrano, de quien José Bergamín dijo "María no es mala, es peor", inauguró la forma de pensar del siglo XX.

Razón poética

"Sin vender su alma a la Idea", como escribiría Cioran en un texto incluido en el catálogo, Zambrano superó el dictado abusivo del racionalismo para reclamar la razón intuitiva. "Una zona que se encontraba desde Descartes en la penumbra y que por eso precisamente preocupó a Zambrano, y que la llevó a preguntarse por los claroscuros y por la necesidad de descubrir la razón poética y la auténtica personalidad del hombre', señaló el director de la Fundación María Zambrano. "Hemos olvidado una zona de la verdad humana que hay que recuperar", diría la autora de Pensamiento y poesía en la vida española, cuyas obsesiones eran el hombre, la sociedad, la violencia y la inquitud religiosa.

La vida de Zambrano estuvo marcada por largos años de exilio en Chile, EEUU, México, Cuba, Francia y Suiza. Salió de España en 1939 y no regresó hasta 1984. Muere en 1991 tras afirmar: "Estamos en la noche de los tiempos, hay que entrar en el cuerpo glorioso".

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