Día de la Tierra
El sábado 22 de abril se celebra mundialmente el Día de la Tierra. Coincide la fecha con la redonda cifra de 2000, que cerrará siglo y milenio, y con el hecho de que se cumple el 30º aniversario de la puesta en marcha de este día mundial. Por eso se intentará que los actos, si es posible, superen a los de hace 10 años, que ya fueron considerados como la movilización más plural y dispersa de cuantas se hayan realizado sincrónicamente por la humanidad.Entonces, en 1990, 200 millones de personas, de 140 países, decidieron acordarse de su condición de inquilinos de un frágil, pequeño y zarandeado planeta. No hubo, pues, distancias: ni políticas, ni raciales, ni religiosas, ni económicas que salvar. Todos esos activos congéneres consideraron que mejorar la salud del planeta significaba conceder más y mejores posibilidades para todos.
Lo que tantas veces se nos quiere olvidar asomó, eso sí, de forma efímera, como las flores del desierto. Quiero referirme, claro está, a que pertenecemos a una sola especie y que vivimos en el mismo mundo. Un mundo que no sólo globaliza su economía, sino también sus enfermedades.
Este año, el Día de la Tierra va a batir marcas de movilización. Acaso no lo haga en lo que se refiere a los participantes, pero sabemos ya que se celebrará en 181 países, el 97% de los que existen, y que contará con la participación de 4.500 organizaciones solidarias, culturales y ecológicas. Incluso algunas administraciones y partidos políticos se han sumado a la convocatoria del Día de la Tierra de 2000.
En España, algunos de los actos más importantes tienen por escenario Madrid, y con anticipación a la fecha convencional, desde el momento en que ésta cae en Sábado Santo. Por un lado, unas cuantas decenas de institutos y colegios han decidido que sea en las aulas donde se recuerde a la Tierra común. También hay que reseñar un acto público en el Jardín Botánico de Madrid, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), para escuchar un concierto. Asimismo se entrega a Juan Antonio Valverde -primer director del parque nacional de Doñana- y al Seprona los primeros sendos premios Fungesma, entidad organizadora de estos encuentros y patrocinadora de unos galardones destinados a ser los más prestigiosos de nuestro país en materia de medio ambiente.
En cualquier caso, lo que importa, acaso mucho más que la convocatoria de una fecha que reúne a decenas de millones de personas, es el enfoque, el denominador común de buena parte de las celebraciones en otros países. Se pretende hacer un llamamiento para que se incremente el uso de las energías renovables. Y poco es lo que resulta ahora mismo más candente. Porque las ahora masivamente utilizadas nos andan calentando, pero no sólo a nosotros y nuestros motores, sino también al ambiente, al clima y mucho más a la economía.
El exceso de gasto de energía y la enorme cantidad de residuos que produce puede ser considerado como el primer desafío común de este momento histórico. Algo que deberíamos encarar con bastante más antelación que buena parte de los otros daños directos y colaterales de nuestro despilfarro. Algo que por suerte tiene una sencilla, plausible y sana solución. Por eso se quiere espolear a los usuarios, productores y Gobiernos para que se recurra más, muchos más, a las fuentes limpias e inagotables de obtener electricidad.
Feliz, por consiguiente, la decisión nada fortuita de la Unión Europea de intentar en nuestros países alcanzar hasta el 22% la electricidad de origen no contaminador para 2020.
Una vez más, la otra cara de la moneda nos la proporciona EE UU, que no sólo gasta el 25% de la energía mundial con tan sólo el 5% de la población. También se niega a cumplir las tímidas pero coherentes metas del protocolo de Kioto para reducir la fiebre planetaria instigadora del cambio climático. No deben de ser de esta Tierra.
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