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Semana Santa 2000EL BALCÓN

Cera santa

JESÚS ARIASEn Semana Santa, quienes realmente lo pasa mal son los caballos. No los costaleros, ni los nazarenos, ni los penitentes, ni los turistas que de pronto se ven atrapados en el caos circulatorio más impresionante que haya podido verse nunca. No. Los verdaderos sufridores de la Semana Santa son los caballos. Y las motos también.

Eso pudo verse el lunes en Granada. La Policía Local y la Policía Nacional habían decidido escoltar algunas procesiones para darles más lustre . Y allí estaban los caballos, debatiéndose cuerpo a cuerpo con la cera de las velas derramada en el asfalto. Sagrada cera que todo lo resbala y que le ha abierto la cabeza a más de un motorista. Cera de santo que convierte las calles granadinas en pistas de patinaje artístico para caballos. Para qué queremos Sierra Nevada. No hace falta irse a esquiar a la estación invernal. Basta subirse a lo alto de cualquier calle del Albaicín o de la Alhambra y dejarse caer. Pobres caballos patinantes, hermosos animales resbaladizos. ¿A quién se puede reclamar cuando alguien se estampa las narices en el asfalto por culpa de la cera de las procesiones? ¿Cuándo se inventará la cera antideslizante? Toda tradición tiene su lacra. Y la de la Semana Santa es la cera.

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El milagro de la libertad

La cara hermosa de la Semana Santa es la saeta. Magnífica flecha de música que se lanza certeramente al paso de las imágenes. En Granada, el gran saetero es Enrique Morente. Qué saeta le lanzó el lunes a la Virgen de la Amargura en la procesión del Huerto de los Olivos. Se clavó directamente en el corazón de los presentes, rendidos al maestro. Como se habían rendido ante su hija, Estrella Morente, minutos antes, en la misma procesión, cuando le cantó una saeta de su abuela a otro de los pasos. Dos cantaores de lujo para una Semana Santa que entra hoy en su fase fundamental con El Silencio.

Se trata de una de las procesiones más impresionantes de Andalucía. No hay música, no hay banda, no hay clarines. Sólo hay silencio, un mínimo tambor con un ritmo inquietante y oscuridad. Oscuridad total. Se apagan las luces de las calles por donde pasa. Sólo se oye el ruido de las cadenas que arrastran los penitentes. Incluso se apaga la Alhambra. Impresionan los pies descalzos, ensangrentados. Imponen.

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