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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Despótico Mugabe

Zimbabue, antigua Rodesia, atraviesa la crisis más seria desde su independencia, hace 20 años. El responsable principal de su enfangamiento en la violencia y el desorden tiene un nombre, Robert Mugabe, ex líder guerrillero y presidente popular y respetado hasta que fuera ganado por la obsesión de perpetuarse en el poder. El pretexto de la crisis es la redistribución de la tierra en el país africano, pero lo insostenible de la situación viene de lejos. En la última década ha pasado del 40% al 60% el porcentaje de quienes viven en la pobreza extrema. El desempleo crece exponencialmente, como la inflación y la deuda externa. La moneda no tiene valor y el Gobierno no paga a sus acreedores. La mayoría de la población no acusa de este estado de cosas a la minoría blanca, menos del 2%, contra cuyas granjas se dirigen las bandas de "veteranos de guerra" leales a Mugabe, sino al propio presidente del país y a la corrupción e ineficacia de su Gobierno.Mugabe, que tiene 76 años y lleva 20 en el poder, fracasó rotundamente en febrero pasado al intentar hacer aprobar en referéndum una reforma constitucional que prolongaría su régimen diez años más y le permitiría expropiar sin compensación la tierra a los agricultores blancos. Así que, con un ojo en las elecciones parlamentarias -que en teoría deben celebrarse el mes próximo-, ha hecho aprobar por el Parlamento que monopoliza su partido una ley en ese sentido; y anima a sus partidarios a ocupar por la fuerza las propiedades de "los enemigos de Zimbabue", como los calificó ayer en su mensaje conmemorativo de la independencia. Los frutos de sus discursos son claros: la policía desoye las órdenes judiciales para que impida los asaltos y siguen produciéndose asesinatos de miembros de la oposición y de granjeros.

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Las turbas espoleadas por Mugabe matan a otro granjero blanco en Zimbabue

El reparto de la tierra es un problema real en Zimbabue, donde 4.500 de los 70.000 blancos que quedan explotan un tercio del suelo más fértil. Pero Mugabe ha tenido sobradas oportunidades para afrontar la cuestión y ha contado para ello con suficiente ayuda internacional. El casi medio millón de hectáreas comprado a partir de 1990 a sus propietarios para entregarlas a los campesinos más pobres acabó finalmente en manos de amigos y correligionarios del presidente.

Zimbabue se desliza hacia un precipicio donde el racismo tradicional ha sido invertido por un líder que responde ya al guión despótico de los procesos poscoloniales. En el invierno de su poder, Mugabe ha optado por la explotación política del resentimiento contra los blancos hasta colocar a su país al borde del colapso. Es una lástima por el hombre, pero sobre todo una tragedia para el país.

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