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Un diluvio frustra definitivamente el festival musical Espárrago Rock 2000 Un viento de 75 kilómetros por hora y un aguacero acaban con la edición más ambiciosa

Frustración, tristeza y decepción. Público, músicos y organizadores del Espárrago Rock 2000 vieron ayer cómo se diluían definitivamente sus esperanzas de celebrar un fin de semana largamente planeado. Lo imprevisible, un viento de hasta 75 kilómetros por hora, combinado con la lluvia, que alcanzó los 60 litros por metro cuadrado, fueron los culpables del desastre. Cerca de 16.000 personas empezaron ayer el largo éxodo sin haber escuchado a los grupos que reunía el que los organizadores consideraban el mejor cartel de la historia del festival.

Un perito del Ayuntamiento de Jerez de la Frontera dictaminó ayer por la mañana que el recinto del Circuito de Velocidad, donde se desarrollaba el festival, no reunía las condiciones mínimas de seguridad para continuar.Francis Cuberos llevaba varias semanas pendiente de los partes meteorológicos. "Las predicciones decían que a partir del día 12 el tiempo iba a cambiar para mejor", explicó ayer el coordinador del festival. A su alrededor se extendían todavía en pie las maltrechas instalaciones del Espárrago sobre una superficie de 60.000 metros cuadrados. Con un presupuesto de 200 millones de pesetas y un cartel que incluía 56 actuaciones de artistas como Lou Reed, Cranberries, Dover, Skunk Anansie o Asian Dub Foundation, la decimosegunda edición del festival tuvo el sino de una decimotercera.

Devolución del dinero

"El lunes, martes y miércoles hubo sol. El jueves empezó a llover y nosotros comenzamos a prever todo lo necesario: personal especial, plásticos, toldos, camiones de grava, etcétera", dice Cuberos. "Lo malo es que las soluciones para el fuerte viento son a veces contraproducentes para el caso de lluvia. Y ambas vinieron con fuerza y al mismo tiempo", añadió.

La meteorología no es todavía una ciencia exacta y el escenario principal, "que estaba casi desnudo de lonas por si arreciaba el viento, dejó que se colara la lluvia", según Cuberos.

Cypress Hill fueron los últimos en actuar allí y terminaron casi tan mojados como los espectadores. "Los músicos nos han mostrado en todo momento su deseo de proseguir con las actuaciones, algunos incluso insistieron después del anuncio de suspensión, pero no podíamos arriesgarnos", admite el coordinador del festival.

Dentro de todo, hubo suerte. Pese a la fuerza del temporal no se registró ningún herido entre el público ni entre los técnicos. "Lo principal era la seguridad", insiste Cuberos. "La gente se ha portado de una manera fantástica, con un aguante y un entusiasmo que yo les agradezco de corazón. Puede que haya habido quejas, pero puedo asegurar que nosotros habíamos preparado con sumo cuidado la adecuación de las instalaciones. Había suficientes servicios para acoger hasta 20.000 personas. Fuimos aumentando el presupuesto a medida que crecía la compra de entradas. Todo estaba calculado", afirma.

Lo que queda ahora por calcular es mucho. En los próximos días se comunicará al público cómo se efectuará la devolución de su dinero. También deberán calcular las pérdidas y monto del seguro. Lamentablemente, el festival Espárrago Rock 2000 acabó entre el barro.

"Temíamos por la continuidad del festival y llevábamos tres años intentando elegir las mejores fechas, el año pasado cambiamos de sitio. Habíamos logrado concretar nuestra edición más ambiciosa, pero no nos acompañó la suerte. En este momento no puedo hablar todavía del Espárrago 2001", concluyó el coordinador de este frustrado festival.

El canto de la sirena rabiosa

Llegó un momento en que se sintieron relativamente a gusto. Miguel, Rubén y David habían logrado abrirse paso entre la multitud que aún quería ver la actuación de Cypress Hill en el escenario al aire libre, atravesar la densa cortina de lluvia, superar unos 300 metros del lodazal que los separaba de la carpa Pepsi-Alhambra y penetrar entre la piña humana que se refugiaba bajo ese precario techo. No importaba ya tanto que los pies se quedaran pegados en el barro porque ahora lo que molestaba eran los charcos profundos que se formaban en determinadas zonas. Pero encontraron un huequecillo algo sólido y dirigieron su vista al escenario. Le tocaba salir a Boss Hog, es decir, a Cristina Martínez, la nueva diva rockera. Afuera atronaba la tormenta; dentro se esperaba otra, más deseable, más carnal y eléctrica: rock reluciente y subterráneo. Era lo que hacía falta para olvidar por un momento el temporal. Y salió ella, y fue lo que todos esperaban: rabia, aplomo, belleza y sustancia.

Rubén se quitó el gorro que había tenido encasquetado todo el día y aspiró profundamente el olor a humedad y la tibieza del calor humano. David echó una mirada fuera: truenos y relámpagos. Miguel no quitaba los ojos del escenario. Cristina estaba dispuesta a comerse a ese público sufridor. Cantó a todo pulmón y demostró que es capaz de vivir en escena la pasión desbocada de una música nacida de la palabra no.

Entre bambalinas alguien temblaba, y no por el furor del espectáculo. Los charcos de agua crecían y llegaban hasta el escenario. Las columnas que sustentaban la carpa empezaban a mostrarse inestables. Varios cientos, quizá más de 1.500 personas, apretujadas y clavadas al suelo, eran sólo conscientes de lo que sus ojos y oídos absorbían. Le ordenó a Cristina que dejara de cantar. Ella no quiso. Se fue la luz. Afuera la gente corría y los relámpagos la asustaban con sus destellos. La sirena rabiosa intentó continuar su canto iluminada sólo por los haces inquietos de unas linternas de sus expectantes. Había que detener esto. El relaciones públicas de la organización gritó entonces por el micrófono, con un tacto exquisito: "Salid todos afuera, ¿es que queréis morir?".

Miguel soltó una carcajada. Y con él buena parte de los que le rodeaban. Afuera todos, hala. A morir a la intemperie, partidos por un rayo. Llegaron a la zona de acampada, casi a nado, para encontrar todas sus cosas empapadas. Oyeron que había unos autobuses que los llevarían a un lugar resguardado donde dormir. Había autobuses, sí, pero les cobraban 200 pesetas; aun así, subieron. El chófer no les avisó dónde debían bajar y los dejó dos kilómetros más allá de la Feria de Muestras de Jerez. Pasaban las dos de la madrugada. Miguel, Rubén y David, calados y cargando sus mochilas, llegaron al lugar después de andar cansados y casi en silencio. Ahí tampoco había mucho. Protección Civil distribuyó unas 30 mantas para las cerca de 600 personas ateridas que, según la organización, pasaron la noche allí. El frío y la humedad obligaron a Rubén a levantarse dos horas después y caminar como un sonámbulo para entrar en calor. Apestaba a caballo. Amaneció y David, encogido, logró dormir un poco. Miguel, demasiado agotado para soñar, tenía sólo un irracional pensamiento: "Ojalá que esta noche no suspendan los conciertos".

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