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El arquitecto Rem Koolhaas logra el Premio Pritzker

El proyectista holandés obtiene el prestigioso galardón por sus obras y sus escritos

, Madrid En una solemne ceremonia que tendrá lugar el 29 de mayo en Jerusalén, Rem Koolhaas recibirá el Premio Pritzker, sin duda el más codiciado entre los arquitectos por su generosa dotación económica, 100.000 dólares (17 millones de pesetas), y por el grado de reconocimiento que otorga a la trayectoria de sus galardonados. Nacido en La Haya hace 56 años, Koolhaas es el primer arquitecto holandés que recibe esta distinción, creada por la familia norteamericana propietaria de la cadena hotelera Hyatt, y es también el 23º de una prestigiosa lista en la que sólo figura un español: el navarro Rafael Moneo.

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De él han llegado a decir que es el mayor profeta de la arquitectura moderna desde Le Corbusier. Sin llegar a tales extremos, los comentarios del jurado del Premio Pritzker conceden tanta o más importancia a sus ideas y escritos que a sus obras. Periodista y guionista cinematográfico antes que arquitecto, Rem Koolhaas (1944) se dio a conocer con Delirious New York (1978), un manifiesto a favor de la congestión metropolitana, donde mostraba sin recato la fascinación que sintió, y que no le ha abandonado, por la ciudad norteamericana y su escala desmesurada. Tras la aventura neoyorquina, que le permitió completar en el Institute for Architecture and Urban Studies la formación adquirida en la Architectural Association de Londres, Koolhaas y su Office for Metropolitan Architecture (fundada con Madelon Vriesendorp, Elia y Zoe Zenghelis) empezaron a labrarse una reputación de arquitectos de vanguardia haciendo, desde Rotterdam, muchos proyectos y pocas obras: unas viviendas con peineta en el Chek Point Charlie berlinés y un manierista teatro de la danza en La Haya, donde asomaron sus preferencias por el estilo desinhibido de la modernidad de los años cincuenta.

Aunque en esa misma línea de producción más bien escasa, entre la última mitad de los ochenta y el comienzo de la década de los noventa, se consolidó la figura de Koolhaas: con proyectos de concurso no ganados, pero enormemente influyentes, como el de la Biblioteca de Francia (1989), donde propuso un "cubo de la información" con vacíos excavados, y con obras como la Kunsthal de Rotterdam (1987-1992), un sugerente cóctel con ingredientes del constructivismo ruso y de Le Corbusier, o la Villa Dall'Ava, donde dio rienda suelta a su instinto surreal y a su afición por el collage, construyendo para un editor de arquitectura una caja metálica en voladizo sobre delgados pilares bailones.

Con todo, el Koolhaas más genuino tuvo ocasión de manifestarse cuando el alcalde socialista de Lille Pierre Mauroy le encargó el diseño de Euralille, una nueva ciudad comercial y de negocios en torno a la estación del tren de alta velocidad, que el holandés concibió como una acumulación de grandes contenedores rodeados de una maraña de autovías; él mismo realizaría una de las piezas emblemáticas del conjunto: un gigantesco huevo con distintas bandas ocupadas por un palacio de congresos, un recinto ferial y una sala para conciertos de rock.

Colonización urbana

Clases y conferencias que le obligaban a cruzar constantemente el Atlántico, invitaciones a todos los grandes concursos y exposiciones en los grandes museos, el MOMA de Nueva York y el Pompidou de París incluidos. Koolhaas se había convertido no sólo en un profesional reconocido, sino en un artista consagrado que pontificaba con obras como el libro S,M,L,XL (1995), donde, con textos e imágenes, proclama que todo es mejor cuanto más grande, y cuyo estudio sobre las formas de colonización urbana en el delta chino del río de las Perlas, encargado por la Universidad de Harvard, se exponía en la última Documenta de Kassel.

Y aunque la capacidad de innovación de sus proyectos se haya visto mermada por la marea del éxito -en España ha participado fallidamente en dos importantes concursos: el de reordenación del puerto de Tenerife y el de la Ciudad de la Cultura de Galicia en Santiago, y tampoco consiguió el de la ampliación del MOMA neoyorquino-, su capacidad de influencia en el debate arquitectónico se mantiene intacta. Y como un auténtico guru, son muchos los arquitectos de generaciones más jóvenes que han recogido su mensaje: si no puedes luchar contra las fuerzas caóticas que gobiernan el mundo, únete a ellas.

Aprovechar el presente

Porque, a diferencia de la mayoría de los colegas que le han precedido en el premio -los últimos, el italiano Renzo Piano (1998) y el británico Norman Foster (1999)-, Rem Koolhaas no se compromete con el futuro; habla de sacarle partido al presente, y en ese matiz está la poderosa efectividad de su mensaje.

Y como en los comienzos de su carrera, Koolhaas está viviendo ahora otra aventura en Estados Unidos, con varios proyectos para Universal Studios, con un centro estudiantil en el campus del Illinois Institute of Technology, de Chicago (obra de Mies van der Rohe), con una biblioteca en Seattle, e incluso con un hotel neoyorquino encargado a medias con los suizos Herzog y De Meuron. Venerado en su país, donde forma, con Aldo van Eyck y Herman Hertzberger, la santísima trinidad de maestros holandeses de la segunda mitad del siglo XX, y aclamado en toda Europa, Rem Koolhaas no oculta por ello sus preferencias americanas. Y ya se sabe la nacionalidad del Premio Pritzker y lo que este país agradece que se le quiera.

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