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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El 'no' de Pujol

En las negociaciones para configurar las alianzas políticas de la nueva legislatura ha vuelto a suscitarse la cuestión de la presencia de ministros de Convergència i Unió en el Gobierno español. Es un tema recurrente que los líderes de la coalición nacionalista catalana han rechazado siempre de plano. José María Aznar, sin entrar en negociación alguna, ha dado a entender que era una cuestión que dependía de la disponibilidad de CiU. Aritméticamente, Aznar no les necesita, pero tampoco desdeña una oportunidad que obraría a favor de su imagen centrista y de la desactivación de la cuestión autonómica. Lo que no quiere es dar ninguna batalla por esta cuestión. Si lo quisiera, el presidente tiene todos los ases en la mano para forzar a CiU en la dirección que más le convenga.La principal novedad, esta vez, es que el debate ha prendido en el seno de la coalición nacionalista. Seis miembros del consejo de dirección de Unió Democrática se han mostrado partidarios de entrar en el Gobierno. Conociendo el funcionamiento de este partido, es casi imposible que sus opiniones no contaran, por lo menos, con el consentimiento de Duran Lleida. Y en la propia Convergència Democràtica aumenta el número de dirigentes que dicen, aunque sea en voz baja, que sería hora de dar el paso decisivo. Algunos incluso lo ven como el único camino posible para el futuro de un proyecto que ha basado su estrategia en la permanente reivindicación. En unos momentos en que la coalición está en declive electoral, su presencia en el Gobierno de España podría ser una inyección de energía positiva.

Salvo que Aznar decidiera apretar las clavijas -y no lo parece-, no es previsible que haya ministros nacionalistas catalanes en el próximo Gobierno. Pujol no lo quiere, porque desea mantener tanto tiempo como pueda el doble juego (por ejemplo, con el sí incondicional a la investidura y la moción contra el desfile del Día de las Fuerzas Armadas en Cataluña) como forma de supervivencia política. Pujol no quiere perder nunca el derecho al pataleo, aun sabiendo que la gravísima situación financiera de la Generalitat le deja sin margen de maniobra, a expensas de lo que Aznar disponga. Y, hoy por hoy, la palabra de Pujol sigue siendo la decisión soberana en Convergència i Unió. Tampoco quiere, en contra de la tradición del catalanismo, un representante en el Ejecutivo central que pueda hacer sombra a su liderazgo. Pujol ha dicho no. Cuestión zanjada. Sin embargo, el debate no habrá pasado sin dejar huella: habrá contribuido a ir normalizando la idea de que los nacionalistas catalanes puedan gobernar algún día con la derecha española y habrá servido para seguir marcando diferencias entre Convergència i Unió, confirmando que el partido de Duran Lleida siempre ha sido más proclive a romper los tabúes del nacionalismo catalán.

En política conviene ajustar el poder institucional a la realidad. Si PP y CiU están condenados a entenderse a lo largo de la legislatura, habría sido interesante que esta sintonía se concretara en la formación de Gobierno. La mayoría absoluta del PP daba además un valor añadido al experimento, en la medida en que no era fruto de la necesidad de ninguna de las partes. Pujol no lo quiere, porque, una vez más, quiere tener las manos libres. En realidad, quien se queda con las manos libres es Aznar. Por ejemplo, si hubiera elecciones anticipadas en el País Vasco y el PP obtuviera un gran resultado, Aznar podría estar interesado en forzar elecciones en Cataluña, con malos augurios para CiU. Si PP y CiU gobernaran juntos, Aznar tendría que pensárselo dos veces antes de mover sus peones en Cataluña para no provocar un conflicto en el Gobierno. Quizás algún día CiU lamente no haber aprovechado esta oportunidad que, hay que decirlo todo, Aznar nunca ha llegado a concretar.

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