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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dineros del fútbol

Motivada o no por el caso Atlético, la anunciada inspección fiscal de los clubes de fútbol de Primera División -salvo los vascos, sometidos a un régimen fiscal especial, y el Numancia, recién ascendido a la división de honor- no tiene nada de extraño. Salvo que se siga reivindicando una especie de "excepcionalidad fiscal" para el mundo del fútbol, entra dentro de las funciones de la Agencia Tributaria verificar el cumplimiento de sus obligaciones tributarias. No es descartable, sin embargo, que algunas de las cosas vistas por el administrador judicial del Atlético de Madrid hayan acelerado la toma de decisión.Desde que Hacienda empezó a tomarse en serio la fiscalidad del fútbol, sus movimientos son vistos con recelo por el entramado de personas -desde directivos hasta intermediarios- que manejan los dineros de los clubes. Y seguirá siendo así mientras persista la sospecha de prácticas de ocultamiento de dinero para eludir el pago de impuestos o para descapitalizar el club en beneficio de algún accionista, como la justicia sospecha que sucede en el caso del Atlético de Madrid y la Inspección de Hacienda en el del Betis. Hacienda está preocupada fundamentalmente por los refinados sistemas de fichaje de jugadores extranjeros -los más numerosos- y de pago de derechos de imagen. Y que pueden ser un conducto ideal por donde fluya el dinero negro que llene no sólo los bolsillos de los intermediarios, sino las arcas de los propios clubes.

El proceso de normalización jurídica de los clubes de fútbol -su conversión en sociedades anónimas, la participación en sus accionariados de entidades públicas como los ayuntamientos o las leyes de saneamiento- no concluirá mientras no se comporten en la práctica como lo que jurídicamente son: sociedades anónimas con los mismos derechos y deberes que cualquier empresa de este tipo. Es evidente que los clubes de fútbol tienen rasgos específicos que les diferencian de una sociedad mercantil normal. Además de accionistas tienen tras de sí una masa de aficionados que viven el fútbol más como espectáculo que como negocio y a quienes preocupa más la marcha de su equipo que los problemas de tesorería. Pero esa emoción y pasión del mundo del fútbol no pueden ser pretexto para una gestión económica heterodoxa y basada en prácticas contables y comerciales fiscalmente opacas. La dimensión social del fútbol puede, llegado el caso, hacer aconsejables actitudes de comprensión, pero nunca de impunidad. De no ser así se producirían excepciones injustificadas que el resto de contribuyentes sentiría, lógicamente, como un agravio.

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