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La globalización mutilada

Joaquín Estefanía

Durante la última semana hemos visto, más descarnadas que nunca, las dos caras de la globalización: por un lado, la extrema volatilidad de unos mercados que se contagian de euforia y de tristeza a velocidad de vértigo; por el otro, todo un continente, el africano, para el que la globalización no es más que un concepto extraño e importado, y al que no le llegan ni las migajas del capitalismo mundial. Mientras hay una parte del planeta que está viviendo de modo acelerado una segunda revolución del capitalismo, hay otra que está todavía por disfrutar a fondo de la revolución industrial.Los valores tecnológicos no son invariables: siempre al alza. Ésta es la principal enseñanza de los picos de sierra que han experimentado las bolsas en los últimos días, aparentemente deprimidas por la sentencia que acusaba a Microsoft de prácticas monopolistas. El efecto contagio ha sido instantáneo y el mercado electrónico Nasdaq, nacido en 1971, ha vivido momentos de pánico. El Nasdaq es el lugar favorito en el que las star-ups (empresas innovadoras creadas normalmente con dinero aportado por sociedades de capital riesgo) buscan las inyecciones de capital que necesitan. En él cotizan alrededor de 5.000 empresas muchas de las cuales, ya se sabe, ni ganan dinero ni reparten dividendo, sino que venden expectativas y potencial de crecimiento, pese a lo cual han sido durante mucho tiempo las favoritas de los inversores.

Con este concepto de Bolsa, los mecanismos tradicionales de medición del valor de una empresa no sirven. Ya veíamos la pasada semana como Cisco Systems o una Microsoft devaluada valen más que General Electric o General Motors. El PER, por ejemplo, es la relación existente entre la capitalización bursátil de una empresa (número de acciones por el precio de mercado de cada acción) dividida por los beneficios que obtiene. En el Nasdaq, en el planeta Internet, el PER ya no es útil: muchas de las empresas tecnológicas en pérdidas han conseguido valores estratosféricos.

En este contexto de volatilidad y de dudas nace el Nasdaq español. El nuevo mercado llega con reglas propias (por ejemplo, la variación máxima de precios por cada sesión será del 25%, en vez del 15% que rige para las sociedades tradicionales) y estará integrado en el mercado continuo como un apéndice del Ibex 35. En él cotizarán las empresas relacionadas con la nueva economía. Un mercado que hace escasos meses era demandado por casi todo el mundo, puede arrancar en una mala coyuntura de riesgo.

La otra cara de esta realidad la ponía África, con dos pretextos: la cumbre Euro Africana de El Cairo, centrada en la deuda externa, y la dramática demanda de ayuda del secretario general de la ONU, Kofi Annan, para eliminar los peores efectos de la hambruna que se cierne sobre el Cuerno de África. Este continente es la demostración más plástica de que ni siquiera la globalización económica es verdadera, sino que se trata de una especie de globalización mutilada. En los últimos 40 años, la importancia del continente en el comercio mundial ha descendido del 6% al 2% del total, y recibe menos del 1,5% de la inversión total en el mundo.

La globalización ha tenido como efecto positivo la creación de un nuevo grupo de países, los emergentes, que se han desprendido del Tercer Mundo y aprovechan las ventajas de la circulación de los capitales para aumentar el bienestar de sus ciudadanos. En sentido contrario, ha dejado a expensas de su miseria a los llamados países pobres -la mayoría de los africanos- a los que Occidente ni siquiera ha condonado su deuda externa. Sobre este asunto acaba de aparecer, con mucha oportunidad, la segunda edición actualizada del libro La deuda externa y los pueblos del Sur, de Jesús Atienza.

La globalización no ha servido para hacer bueno el comentario del presidente Kennedy de que la pleamar hace subir a todos los barcos; si acaso, algunos han logrado situarse más cerca del cielo.

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