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La escuela y el mundo

JAVIER UGARTE

Recuerda el editor Mario Muchnick a su padre como a una persona desubicada, nostálgica de un mundo redondo, de un mundo con sentido y coherencia que él identificaba con el de su juventud en Buenos Aires. Se le hubiera helado el corazón al judío bonaerense de haber vivido, y de haber vivido aquí. Porque si algo no es este mundo nuestro de hoy día es un mundo redondo en el sentido que Muchnick le da. Está más bien lleno de aristas en la esfera pública -no así en otras esferas de la vida social- que se acentúan de día en día. Bien es verdad que no hay mundos redondos, ni falta que hace. Pero, usted me entiende, es como si la clase política hubiera enloquecido de un tiempo para aquí y nos condujera, con paso firme, hacia la destrucción total. Dios es bueno y no lo permitirá. Pero, ¿se imagina usted a nuestros dirigentes políticos intentando sacar adelante a, pongamos por caso, Mozambique? Yo no.

Y uno piensa: qué sería del país (el paisito de Pedro) de no tener a una España que la anclara en una vida y en una administración de carne y hueso; qué, dominada como está por el crimen organizado de la kale borroka, a la que comenzamos a ignorar como ignoramos la colina o el lavabo que vemos cada día al levantarnos; qué será, digo, de un país en el que su lehendakari hace votos por que comprendamos la raíz política de tanto abuso, y nos dice, autista (perdónenme los que de verdad lo son), que siempre hay que hablar, la clave está en hablar. ¿Lo entienden? ¿Se imagina usted una Alemania dominada por los skins o los neonazis xenófobos quemando cada fin de semana una casa de acogida de extranjeros, y a un canciller haciendo permanentes apelaciones a la comprensión de la raíz política y aún social de tanto oprobio? Yo no.

De modo que, arrojado de la política por oprobiosa e inane, uno se refugia en otros asuntos de la polis. En la arquitectura, que es cosa seria. O, esta vez, en la enseñanza, que lo es aún más. Al fin y al cabo, uno participa de cierta nostalgia por un mundo con sentido y coherencia, como Jacobo Muchnick, el bonaerense. No redondo, que eso lo dejamos para tiranuelos de pelo y discurso. Pero sí con sentido aunque inevitablemente incoherente. Y para ello es esencial un sistema educativo de calidad del que, adelanto, carecemos.

Leía el pasado domingo una entrevista con Chris Woodhead, inspector jefe de las escuelas británicas y hombre de un profundo buen sentido sobre las cosas de la educación. En ella aparecían temas de gran interés. Por ejemplo, la reivindicación de la labor de enseñar ("el profesor debe enseñar", decía, no esperar que el niño se desarrolle y aprenda por sí) y "que tan desprestigiada estuvo en el postsesenta y ocho a favor de las teorías mal llamadas constructivistas (la vulgarización de esa teoría psicológica de efectos perversos en el sistema educativo); la función esencial de la primaria centrada en asegurar que cada niño logre "entender todo lo que su inteligencia le permita respecto a la herencia cultural, la historia y el arte de su país". En fin, pura herejía por estas latitudes aún hoy.

Pero me interesa centrar la cuestión en un tema, y compararlo con lo que aquí se hace. Tras constatar que en Gran Bretaña el 93% de los niños van a escuelas del Estado, reconoce que en democracia debe existir el derecho a escoger: cualquier padre, dice, si tiene dinero, puede decidir mandar a sus hijos a una escuela privada. Por su parte, el esfuerzo de la administración se orienta a lograr que las escuelas estatales sean comparables a cualquier escuela privada. Véase con lo que aquí se hace. Alfonso Unceta (los primeros espadas no tienen tiempo para esto), equivalente local de Chris y hombre de un inmaculado pasado revolucionario por lo que me cuentan, tras asegurar en un reciente programa televisivo que la enseñanza pública tiene ya cubiertas sus necesidades (sic), marcaba como objetivo del Gobierno vasco llegar a la financiación de toda la enseñanza, es decir, de toda la enseñanza privada.

Claro que aquí la enseñanza privada escolariza a aproximadamente el 50% de los niños. Mientras tanto, se hace todo tipo de "experimentos" en la escuela de todos (la privada se protege con eficacia de ello), o se maltrata al personal docente (muy superior en calidad en la pública) y se "aparca" en ella a niños "disruptivos" o con problemas varios. De todo ello se libran las escuelas/negocio o las escuelas/ideología (los colegios religiosos cumplen ambas funciones). Y nuestro amigo Unceta habla con altanería del avance de la enseñanza vasca mientras se desmorona la escuela pública que tantos esfuerzos costó introducir.

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