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Jorge Edwards funde el pasado y el presente de Chile en 'El sueño de la historia' "Hablar de la dictadura de Pinochet con humor es arriesgado", afirma el escritor

El narrador de El sueño de la historia (Tusquets) vuelve a Chile tras un largo exilio. Sintió perplejidad, desazón y hasta una sensación de miedo antes incluso de aterrizar en Santiago. Lo mismo que le pasó a Edwards tras su exilio. Hay muchos elementos autobiográficos en esta novela en la que el escritor chileno mezcla el pasado y el presente de su país con mucha ironía y humor. Sabe que hablar con humor de una dictadura tan sangrienta como la de Pinochet es arriesgado. "Pero no vamos a hablar dramáticamente de todo durante todo el tiempo", dice el escritor.

La editorial Tusquets recibió el original de El sueño de la historia el mismo día en que se anunció que Jorge Edwards (Santiago de Chile, 1931) había sido galardonado con el Premio Cervantes 1999. Una feliz coincidencia que le llena de satisfacción. Anda estos días por España hablando de su nueva novela y preparando el discurso sobre su amor por el lenguaje y su pasión por las letras que pronunciará el próximo 24 de abril en Alcalá de Henares cuando le entreguen el premio.El escritor desarrolla en su novela dos historias, una que transcurre en el Chile colonial de finales del siglo XVIII y otra que lo hace en los últimos años de la dictadura de Pinochet; ambas convergen en la figura del narrador que estudia el pasado y que se enfrenta al mismo tiempo a la realidad compleja de un país al que vuelve tras un exilio.

Edwards recorre el presente a través de tres generaciones de una familia: don Ignacio, el padre; Ignacio, el hijo, que es el narrador, e Ignacio chico, el nieto, detenido, justo cuando regresa su padre a Chile, en una manifestación del Primero de Mayo. "Al principio pensé construir una historia antigua, pero luego me pareció que podía ser también interesante contar las cosas que le pasan a ese narrador que busca papeles antiguos en el Chile de Pinochet".

Los personajes son sólidos y fascinantes. El abuelo, que ha sido asaltado en su casa, vive atrincherado y buscando a cada instante nuevas armas para defenderse. "El abuelo se parece mucho a mi padre, aunque es diferente porque lo sitúo en otro contexto". ¿Es posible que su padre fuera acumulando armas? "Yo viví eso. Es lo más autobiográfico del mundo. A mi padre lo asaltaron en su casa y estaba convencido de que era una cosa turbia y de que no debía acudir a la justicia porque sería peor. Porque, en el fondo, aunque era un hombre de derechas, no confiaba nada en lo que estaba pasando en Chile. A veces lo más autobiográfico es lo menos creíble de una novela".

Cristina, la mujer separada del narrador, madre de Ignacio chico, es, por el contrario, "muy poco autobiográfica". "No se parece en nada a mi mujer. Pero he conocido a muchas de esas pasionarias que vienen del mundo pequeñoburgués del Chile de mi tiempo, que fuman mucho, que son muy militantes, muy apasionadas y muy dogmáticas. No sé qué impresión tendrá el lector, pero yo al final le tomé simpatía". Ignacio chico no tiene desperdicio, lo detienen, lo sueltan, lo vuelven a detener..., se va del país y llega un momento en que ya no se sabe si es un guerrillero o "un nuevo empresario de los nuevos tiempos, o quizá las dos cosas al mismo tiempo". "Tengo un hijo al que le pasó realmente el episodio del Primero de Mayo, pero todo lo demás es inventado. Le ocurrió cuando yo volví a Chile. Estaba metido en la política universitaria. Era malo para correr y en la manifestación se cayó el chico que iba delante y él y los otros que iban detrás le cayeron encima y los cogieron a todos. A él lo soltaron, pero cuando supieron que era hijo mío lo volvieron a meter preso. Yo estaba molestando a la dictadura con cosas que había escrito".

Edwards utiliza sabiamente la ironía y el humor para desdramatizar las luces más sombrías. "El humor es lo más serio que hay, aunque mucha gente no lo sabe".

La historia que investiga el narrador es la del arquitecto italiano Joaquín Toesca, enviado a la colonia para terminar los trabajos de la catedral. Fue él quien proyectó el Palacio de la Moneda, de tan triste recuerdo en el Chile reciente. Su figura trágica y atormentada, sus desafortunados amores con la jovencísima Manuelita Fernández, llenan algunas de las mejores páginas de la novela. Edwards reconstruye un vívido retrato de esa lejana colonia española. Es una mirada muy crítica hacia la madre patria "y contradictoria", afirma. "Es la visión chilena".

El pasado y el presente de Chile están ágilmente ensamblados en la novela. "He querido hacer una historia de presente-pasado, una fusión, y resulta que el pasado se parece bastante al presente. La Inquisición, los procesos, la tortura al final de la colonia, coinciden con un presente que, con el plebiscito, salía muy difícilmente de la dictadura".

Un experto en irritar

Con Persona non grata (1973), un ensayo sobre su experiencia como diplomático en Cuba, Jorge Edwards logró irritar a medio mundo. Y no digamos lo que molestó en Chile Los convidados de piedra (1978), en la que narra una reunión de amigos a la espera de que finalice el toque de queda. "Mis novelas siempre irritan en Chile. El origen del mundo también irritó, porque Chile es muy pacato. Con El sueño de la historia no sé qué va a pasar, aunque imagino que también irritará por esa historia de la dictadura, por ese pasado y por mi manera de mirar a Chile, como un país remoto, perdido, con la ciudad de Santiago como un barrial...".

La capacidad de Edwards para irritar sigue intacta. Cuenta la anécdota de un amigo que vivió en París durante el periodo de entreguerras. "Decía que hay que vender Chile a los norteamericanos y comprarse algo más chico cerca de París. Hay algo de eso". "Chile tiene un problema básico: está demasiado lejos". Demasiado lejos ¿respecto a qué? "A los centros del mundo, a Europa o a Estados Unidos. Los centros del mundo están por acá o por Nueva York o Washington. Seguro que no están en Chile. Uno tiene la sensación allá en Chile de estar muy lejos de las cosas".

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