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Una antológica recoge el legado comprometido y provocador de Daniel Txopitea

Una exposición antológica recoge en el centro cultural Montehermoso de Vitoria 70 obras del artista Daniel Txopitea (Ermua,1950- San Sebastián, 1997), que ofrecen una visión de su trayectoria desde 1968 hasta 1996. El recolector de sueños muestra los trabajos de un autor comprometido y provocador que se movió entre el expresionismo, el surrealismo y el realismo social, y cuya curiosidad intelectual le llevó a sumergirse en otros terrenos creativos, como la escultura, la literatura, la poesía y la animación cultural.

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Poeta inédito

Carlos Catalán, comisario de la exposición y amigo del artista vizcaíno, le define como uno de los autores más "interesantes, deslumbrantes, originales y honestos de la segunda mitad del siglo en el arte vasco". Su "despreocupación" por el aspecto comercial del entramado artístico se contrapone, en opinión del comisario, con su "compromiso con este pueblo", que le llevó a convertirse en un animador de los ambientes culturales y sociales.La exposición El recolector de sueños no recoge de manera exhaustiva todas las etapas del artista. Por el contrario, la muestra ofrece una selección de las obras más significativas de su heterogénea trayectoria. Se pueden encontrar sus creaciones iniciales, centradas en obra gráfica, dibujos y apuntes, muy influenciados por Paul Klee y por el constructivismo ruso.

En 1969, Txopitea formó parte de la denominada escuela de Deba, conformada en torno a la figura del escultor Jorge Oteiza. Sus creaciones a partir de entonces "cuentan ya con un estilo propio", según Catalán, "muy preocupado por la cocina pictórica, con una indagación sobre nuevos materiales".

Las propuestas vanguardistas del autor que ofrece la exposición proceden de la época en que se fue a vivir a Éibar en 1971 y su intento de alejarse de los planteamientos convencionales que presidían la escena cultural de la zona. Junto a Fernando Beorlegi, con el que compartiría un realismo mágico, e Iñaki Larrañaga, más afín a formas abstractas, formó un grupo en el que se mezclaba una febril actividad artística con la provocación "frente a la crítica más esclerótica del país", indica Catalán.

En esta época inicia la serie denominada Gauzak, varios de cuyos cuadros se muestran en la exposición de Montehermoso, y en donde introduce crítica política, social y alegatos antibelicistas, a través de una iconografía que recoge algunos mitos tradicionales vascos y su propia fantasía onírica.

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Su evolución le lleva en 1976 a elaborar unas propuestas surrealistas más "alegóricas y duras", dado el contexto político que se vivía en plena transición. La última parte de su vida artística, Txopitea da un giro copernicano a su obra y vuelve al constructivismo de sus inicios. "Con una economía de medios admirable y una enorme potencia gráfica consigue en esta última década de su vida una gran eficacia expresiva", describe el comisario.

Catalán destaca que el artista falleció en un momento en el que "aún tenía mucho que decir" con 47 años. Pone de relieve su valor como dibujante "producto de muchas horas de hacer mano" y su potencialidad como grafista, un aspecto de su creación que no pudo desarrollar de manera óptima.

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