Ría mientras llora
Como ya sucede todos los días, el teatro vuelve al cine anterior. Un gran cine de 1964: bajo la pesada mano (y estúpida) de la censura, Berlanga pudo realizar algunas películas que hoy deben ser consideradas entre las bases de enlace con un pensamiento anterior que se quería suprimir y de paso hacia otro nuevo. El verdugo, con guión de Azcona sobre su argumento, fue una de estas extraordinarias películas. Luis Olmos procura acentuar la procedencia del cine anterior con una neutralidad de tonos y, en este caso, con una malla que tamiza la acción como si fuese la trama de la pantalla plateada. Se mantiene una determinada estética. Y se mantiene vigente el contenido y la frase viva y divertida.El verdugo, por su original y por la fidelísima adaptación, contiene una riqueza considerable. El tema esencial es la pena de muerte y el firme alegato en contra en una época en que el garrote vil formaba parte del ejercicio de un poder totalitario. La repugnancia del nuevo verdugo, del hombre al que el azar y ciertas necesidades han llevado al puesto, es la de todos nosotros; el contraste con la conformidad del verdugo anterior es sobre todo una manera dramática de dialéctica. Y de humor: humor negro. Responsabilidad del adaptador y del director es que en el momento en que el aterrado verdugo es llevado por los guardias a cumplir su macabro deber, se encuentra en un cine donde el No-Do trae las imágenes de Franco, el dictador a quien se atribuyen las palabras sobre su pulso, que no temblará al firmar las penas de muerte.
Al lado de esta consistencia hay otra: la de la pobreza y la miseria de la posguerra. Teatralmente, en este caso, el viejo verdugo, su hija y el novio de la hija convertido en nuevo verdugo para conservar el piso del funcionario, forman un sainete de la pobreza y el hambre, de la ropa usada y de la comida parca y la diversión desconocida. Tragedia para reír, la frase o la situación no disminuyen el alcance del horror: son su vehículo y al mismo tiempo su disfraz para llevar adelante la narración.
No por destacar a Juan Echanove se ha de pensar que los otros intérpretes quedan desmerecidos. Alfred Lucchetti, que hace el viejo verdugo, mantiene admirablemente el personaje; en Vicente Díez, compañero del protagonista en la funeraria, se encuentra un ejemplo del valor que se puede obtener de un personaje episódico. Pero, naturalmente, Juan Echanove es el figurón de esta farsa.
Babelia
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