La dignidad del actor
MARUJA TORRES
En la vida de Kevin Spacey, calificado por la prensa (que tanto disfruta aplicando tópicos) como un actor ambiguo y secreto, hay algo que ha sido poco destacado pero que preside su labor y se reveló en su parlamento de aceptación de su segundo Oscar. Y ese factor es la dignidad. "Estoy orgulloso de ser actor y he luchado duramente para proteger mi trabajo". En efecto, en la fábrica de salchichas que es Hollywood nada debe de resultar más arduo que mantener, una interpretación tras otra, la elegante coherencia que Spacey ha mostrado incluso al incorporar los personajes más tópicos de sus comienzos, dotándolos de aquello que sí existe en sus interpretaciones, lo reconozca la prensa o no: la ambigüedad que anida en todo ser humano, los retorcidos caminos secretos del corazón. Ningún papel hecho carne por Spacey merece ser relegado al olvido, se trate de un asesino en serie (Seven), de un tiránico productor de cine (El factor sorpresa), de un cínico agente de actores (Hurlyburly), de un contradictorio abogado (Darrow, producción televisiva) o del patético nuevo rico de Medianoche en el jardín del bien y del mal. Por no hablar de su maravilloso Lester Burnham, en American beauty.
Kevin Spacey ha trasladado al cine el respeto a su profesión que adquirió como actor teatral, faceta que todavía cultiva de vez en cuando. Y ha recibido lecciones de ética de alguien a quien el domingo agradeció que haya sido su mentor y que haya cumplido para él funciones de padre: Jack Lemmon, cuya interpretación en El apartamento, dijo Kevin, "es una de las mejores que se han hecho nunca".
La noche más noche de Hollywood reúne en torno a los Oscar a profesionales de distinto pelaje, entre los que siempre destacan aquellos por los que el cine sigue siendo un verdadero arte. Spacey, como Michael Caine, como el propio Lemmon, pertenece a este grupo.
Babelia
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