Can Tunis, droga y arbustos
Los primeros 15 minutos en el barrio de Can Tunis, junto a la Zona Franca, son desoladores. A un lado, la ronda Litoral; al otro, un grupo de chabolas en las que viven familias gitanas a la espera de ser realojadas en diversos puntos de la ciudad en los próximos dos años. Y en el centro, un descampado de tierra con algunos arbustos, detrás de los cuales algunos toxicómanos atrapados por el mono calman su desesperación inyectándose una dosis.A las tres de la tarde, como todos los días de lunes a viernes, una furgoneta de Médicos sin Fronteras aparca en el descampado y abre sus puertas. Cuatro voluntarios se encargan de suministrar a los drogadictos bolsitas esterilizadas que contienen una jeringuilla, una botellita de agua y unas toallitas de alcohol para evitar infecciones al pincharse. También les dan un condón. La parte trasera del vehículo se utiliza para curar las heridas causadas por punciones en las venas mal hechas, y para informar, a quienes lo pidan, de los servicios médicos, sociales y de desintoxicación que hay en la ciudad.
A medida que avanza la tarde, Can Tunis pierde su aspecto tenebroso y algunos toxicómanos se van acercando a la furgoneta. Unos conversan con los voluntarios, que ya les conocen, otros van a la enfermería a curarse y otros acuden a pedir información para dejar la droga. Se respira un ambiente tranquilo, nada agresivo: "Nunca hemos tenido ningún problema con ellos", dice Isabel, una de las voluntarias. Por el fondo aparece un hombre tambaleante, camina lentamente, arrastrando los pies. Se dirige a Isabel y le explica que se fue a inscribir al programa de metadona que le recomendó, pero que hasta la semana próxima no empieza: "¿Y qué hago yo hasta el miércoles?", le pregunta, desconsolado. Explica que lleva desde los 14 años en el mundo de las drogas, que consiguió dejarlo durante nueve meses gracias a un tratamiento con metadona pero volvió a caer. "¿Por qué?". "Esa misma pregunta me la he hecho yo miles de veces".
Jordi, un simpático catalán de 29 años, también quiere desengancharse. Explica que empezó fumando porros, pero que un día, cuando tenía 20 años, salió de marcha con unos amigos y para aguantar más esnifaron una raya de heroína: "Y me enganché. Estuve enganchado durante cinco años. Después me fui a una granja de desintoxicación y salí nuevo. Hacíamos talleres, aprendí a montar a caballo... ¡Lo dejé del todo! Pero después de tres años, para celebrar mi cumpleaños, me metí una raya pensando que no pasaría nada y a los tres días volví. De eso hace un año y medio. Sólo vengo los viernes y los sábados, y gracias que tengo un trabajo que me mantiene ocupado". Jordi quiere dejarlo y reconoce que los voluntarios de Médicos sin Fronteras les ayudan mucho, aunque añade: "Para salir de las drogas sólo hace falta una cosa: voluntad. Lo que pasa es que hay algunos que están tan deprimidos que dicen que sólo quieren morirse. Pero es mentira, son los primeros que quieren vivir".
Isabel explica que hay dos grandes grupos de consumidores de droga en Can Tunis. Por un lado están aquellos que trabajan y acuden a Can Tunis a buscar la droga, se pinchan y se van. Realmente nadie diría que son toxicómanos. El otro grupo lo forman los que viven por y para la droga. La mayoría proviene de entornos desestructurados y vive en la calle o a la intemperie en los terrenos que rodean el barrio, en unas condiciones higiénicas penosas.
La droga de Can Tunis, explica Isabel, es muy mala y no aguanta nada, de manera que los que están muy enganchados necesitan dosis cada cuatro o cinco horas. Algunos de ellos no tienen fuerzas ni para llegar a la furgoneta. Están tirados detrás de los arbustos. Los voluntarios se acercan a ellos, les preguntan si quieren jeringuillas y recogen las usadas para evitar infecciones de sida o de hepatitis, que son las más frecuentes. Consuelo, responsable financiera del proyecto, explica que se trata de un programa de prevención y reducción de daños: "No intentamos forzarlos a que dejen las drogas. Si ellos quieren les derivamos a los centros de asistencia sociosanitaria, pero si no quieren o no pueden, no los vamos a dejar colgados. Si se drogan, al menos que lo hagan con una buena higiene".
Médicos sin Fronteras lleva un año trabajando en Can Tunis. En su opinión, la mejor estrategia para mejorar las condiciones de vida de los toxicómanos es la instalación de un centro de atención sociosanitaria con una sala para la inyección controlada, atención médica, orientación social, apoyo psicológico, comida y programas de desintoxicación.
Sin embargo, tras las quejas de los vecinos de la Zona Franca por la posible instalación de una narcosala (el local para la venopunción controlada) en la zona, el alcalde de Barcelona, Joan Clos, anunció hace unos días que no se instalará este servicio, sino una instalación móvil, posiblemente un autobús, que ampliará el horario que ahora cubren Médicos sin Fronteras y Àmbit Prevenció, la otra ONG que va a Can Tunis por las mañanas. Son poco más de las cinco de la tarde. Los voluntarios recogen sus cosas y se despiden de Can Tunis. Algunos toxicómanos también se van, otros pasarán la noche allí, perdidos tras los arbustos.
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