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Juan Pablo II defiende el derecho del pueblo palestino a tener un territorio independiente

La peregrinación espiritual que inició el Papa el lunes en Jordania tomó ayer un sesgo claramente político al pisar el territorio de lo que aspira a ser Estado palestino, cuya tierra besó. Karol Wojtyla rindió tributo a un pueblo cuyo "sufrimiento ha durado demasiado", dijo, y defendió el derecho de los palestinos a una patria independiente. La sola presencia del Pontífice en una zona controlada desde 1995 por la Autoridad Palestina (AP) representa un espaldarazo fundamental para las aspiraciones nacionales de este pueblo. El presidente de la AP, Yasir Arafat, que le recibió en Belén con todos los honores oficiales, no dudó en referirse a Jerusalén como "capital eterna de Palestina" y una ciudad "ocupada".

El entusiasmo oficial con el que fue acogido el Pontífice -el territorio palestino estaba profusamente decorado con banderas vaticanas y palestinas y retratos de Wojtyla y Arafat-, no tuvo un reflejo popular, al menos cuantitativamente. En la misa que celebró en Belén, en la plaza del Pesebre, a unos pasos de la iglesia de la Natividad, con capacidad para unas 10.000 personas, se veían huecos libres por todas partes. Los accesos a la ciudad natal de Jesús son complicados, debido a los controles policiales, y no fue posible la llegada masiva de cristianos. Aun así, los palestinos, mayoritariamente musulmanes, dedicaron al Papa una acogida entusiasta. En el helipuerto de Belén, adonde llegó Wojtyla procedente de Al Maghtas, el lugar donde supuestamente fue bautizado Jesús, le fue ofrecida la tradicional bandeja con tierra palestina que el Pontífice besó, pero el resto de la ceremonia -la interpretación de los respectivos himnos nacionales y los discursos de bienvenida- se celebró en el palacio presidencial.La importancia que los palestinos conceden a esta visita del Pontífice, 36 años después de la que hiciera Pablo VI a esta misma localidad, quedó de manifiesto en la interminable fila de autoridades civiles y religiosas que quisieron estrechar su mano, aproximadamente el triple de las que saludaron a Wojtyla el martes en el aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv. El propio Arafat en su discurso de bienvenida resaltó la dimensión "política" de la visita del Pontífice a Tierra Santa, y expresó su gratitud en nombre del pueblo palestino "a sus justas posiciones en apoyo de nuestra causa".

Besar la tierra palestina

El hecho de que el Papa besara la tierra palestina (un gesto que repite en todos los países que visita) desató las especulaciones sobre el verdadero significado del gesto. "Lo extraño hubiera sido que no besara la tierra del lugar donde nació Jesús", dijo el portavoz vaticano, Joaquín Navarro Valls. En cuanto al alcance político, Navarro se resistió a dárselo. El Vaticano se alineará con la comunidad internacional en lo que se refiere al reconocimiento del Estado palestino, añadió.

Arafat, que había preparado un discurso moderado, a última hora, y al citar las ciudades visitadas por el Pontífice en este viaje, añadió una mención a la "Jerusalén eterna capital palestina", en estos momentos una ciudad "ocupada". Era una respuesta a las reiteradas referencias a la ciudad como "capital histórica del Estado de Israel" que hizo el presidente Ezer Weizman en el discurso de bienvenida al Pontífice y a la propia acogida que le dispensó en Jerusalén el alcalde judío, Ehud Olmert, en la que se refirió a la ciudad con el término "nuestra eterna capital". Jerusalén, ciudad santa de las tres grandes religiones monoteístas, quedó bajo el control de Israel en 1967 tras la guerra de los seis días. Desde entonces ha sido motivo de un áspero conflicto. El Vaticano y la ONU son partidarios de un estatuto internacional.

El Papa transcurrió toda la jornada junto a un pueblo cuyas "legítimas" aspiraciones de paz y de territorio mencionó repetidamente. El Pontífice recordó el largo calvario padecido por los palestinos. "Nadie puede ignorar todo lo que ha tenido que sufrir el pueblo palestino en los últimos decenios. Vuestro tormento está ante los ojos del mundo. Y ha durado demasiado tiempo". En sus palabras, Wojtyla resaltó el hecho de que sólo con una paz justa y duradera, "no impuesta, sino garantizada mediante una negociación", podrán satisfacerse las legítimas aspiraciones. El Pontífice repitió, citando a sus predecesores, que no se podrá poner fin al conflicto en Oriente Próximo sin garantizar los derechos de todos los pueblos implicados. "La Santa Sede", añadió, "ha reconocido siempre que el pueblo palestino tiene el derecho natural a tener una patria y el derecho a poder vivir en paz y tranquilidad con los otros pueblos de esta zona". Un reconocimiento que, repetido en esta tierra de la Cisjordania que tantas vidas ha costado, resonaba con mayor fuerza.

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Wojtyla expresó su satisfacción por encontrarse en Belén, la ciudad del nacimiento de Jesús, cuyo bimilenario festeja la Iglesia católica en el actual Jubileo. Belén, dijo en la homilía de la misa que celebró por la mañana en la plaza del Pesebre, "es la parte esencial de mi peregrinación a Tierra Santa". Una pequeña ciudad aplastada, como Jerusalén, por el peso de una historia que se ha revelado como un verdadero castigo.

Tras la misa, el Pontífice visitó el campo de refugiados palestinos de Deheisha con el propósito de poner de relieve el drama de los prófugos y los desplazados que sufren en el mundo más de 21 millones de personas. Desde Deheisha hizo un llamamiento "a la comunidad internacional" para que dedique sus esfuerzos, "inspirados por una visión superior de la política, como servicio al bien común", a superar las causas de esa situación.

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