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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diálogo nacionalista

El presidente del Gobierno ha tendido de nuevo la mano a los partidos nacionalistas que le votaron en la investidura de 1996: CiU, Coalición Canaria y PNV. A este último, con una condición inexcusable: que abandone el Pacto de Estella. A los otros dos, con un mensaje adicional: que definan ellos mismos el terreno de la colaboración. La oferta de diálogo, precisamente cuando no necesita los votos nacionalistas, le permite aventar los temores que levanta cualquier mayoría absoluta. Allá los nacionalistas canarios y catalanes si después no recogen el guante. Para evitar cualquier confusión, Aznar les ha dicho a los nacionalistas lo que éstos le venían diciendo en la última legislatura: que España es una nación, con el añadido de que es una nación plural.Todo esto no puede gustarle a Jordi Pujol, cuyo Gobierno salió el pasado 12 de marzo de una larga etapa de casi cien días de interinidad, desde que obtuvo una mayoría parlamentaria muy precaria en las elecciones autonómicas del 17 de octubre. Los resultados del pasado domingo han despejado las incertidumbres en el peor sentido posible para Pujol, pues han situado en un punto de mayor inestabilidad a su Gobierno.

Pujol se encuentra ahora con que sus votos en Madrid han perdido todo valor de cambio, mientras que su mayoría minoritaria en Barcelona necesita de los auxilios de otras fuerzas. El cabeza de lista de CiU por Barcelona, Xavier Trias, ha insistido estos últimos días en que no hay alternativa de Gobierno a Pujol en Cataluña, y está en lo cierto siempre que cuente con la complicidad del PP. El equilibrio de fuerzas en el Parlamento catalán es tan precario que bastaría la inhibición de los diputados populares para propiciar las peores votaciones para Pujol: los 56 diputados de CiU necesitan el auxilio de los 12 del PP para mantener a raya a los 55 del PSC-Ciutadans pel Canvi y a los 12 de Esquerra Republicana. En la legislatura anterior era Aznar quien necesitaba a Pujol para asegurar la mayoría en el Congreso. Los papeles se han invertido: es Pujol quien necesita a Aznar en Cataluña.

Pujol preferiría gobernar mediante el uso alternativo de los votos del PP frente al PSC y de los de ERC frente al PP. Pero la presión que ha empezado a notar por ambos flancos es exactamente la contraria. El PP está dispuesto a prestarle ayuda, por ejemplo en la aprobación de los presupuestos de este año, todavía pendientes, pero Pujol deberá corresponder con gestos similares de moderación -no sólo a través del voto de investidura de Aznar, también con su apoyo a la fórmula de financiación autonómica trazada por el presidente valenciano, Eduardo Zaplana- que marquen distancias respecto a ERC. Esquerra, por su parte, azuza con la propuesta de un pacto anti-PP, al que quiere incorporar a los socialistas, como única fórmula para colaborar con Pujol. Si éste se inclina por el lado del PP abre el flanco nacionalista a sus competidores, ERC especialmente, pero en alguna medida también a Maragall. Si se inclina en favor del pacto tripartito -ERC, PSC, CiU-, inevitablemente abocado a convertirse en un frente catalanista enrocado contra el PP, abandona el terreno centrista por el que suspiran los populares.

Jordi Pujol es uno de los contorsionistas políticos más experimentados de la escena española, y así lo ha demostrado a lo largo de 20 años. No parece posible, como se ha insinuado desde el PP, que acepte ideas fantásticas como colocar ahora a un ministro en Madrid cuando no lo ha hecho durante los siete años de su política de apoyo parlamentario a la gobernabilidad de España. Su dificultad actual es que le pilla al final de la partida, con las espadas de los aspirantes a sucederle bien afiladas y la necesidad de gobernar una comunidad autónoma con muchas competencias y en situación de extremo endeudamiento: 1,7 billones de pesetas. Sabe, además, que el nuevo mapa electoral no tiene vuelta atrás. Las tendencias marcadas el 12 de marzo difuminan los perfiles políticos que han marcado el catalanismo durante el último siglo: la Cataluña roja y diferente, en la que el partido conservador español ocupaba un lugar marginal, empieza a ser cosa del pasado. De ahí que lo más razonable sea clausurar esta etapa siguiendo la línea que marca la lógica: CiU puede ayudar, y mucho, a moderar al PP en la gestión de la mayoría absoluta y obtener a cambio el respaldo del PP para que Pujol pueda terminar aceptablemente su último mandato. Sin aventuras mayores que pongan en peligro la estabilidad y la convivencia en Cataluña y en el conjunto de España, aun a costa de entregar al PP una parte de su electorado.

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