La bendición de san Patricio
Dice la prensa británica que, si eres un político y estás ahora en Irlanda del Norte, es que no eres importante. Ni siquiera el partido de Ian Paisley, el ayatolá del unionismo del Ulster y de la resistencia contra el acuerdo de paz, ha querido estar lejos de Washington estos días. Claro, que sus diputados no han ido a la fiesta convocada por Bill Clinton, sino a la cita con el senador Jesse Helms, el representante más conservador de los republicanos.Porque si David Trimble estaba dispuesto a aguantar anoche el tipo mientras sonaba la Canción del soldado, tan republicana, o los unionistas buscaban de reojo la bandera tricolor para esconderse tras las jardineras, como bromeaba un periódico, es porque es mucho lo que les va en ello.
Todo el proceso de paz en Irlanda del Norte, incluido el brillo excepcional con que luce para el resto del mundo, está en cuarentena. Con unas instituciones paralizadas, y dos partes enfrentadas sin solución a la vista, el campo está libre para que lo pisen todos los enemigos del proceso de paz: se habla en Belfast de los preparativos de bomba, aprovechando el vacío existente; no faltan requisas de explosivos, alguna detención y datos inquietantes sobre los movimientos de los disidentes del IRA. Éstos, de verdad, se están moviendo.
Anoche, hoy y mañana, todos los ojos miran a Gerry Adams y a David Trimble. Pero, en realidad, lo grave de esta situación es que ya no está en sus manos el futuro del proceso de paz. Si Trimble no vuelve al autogobierno del Ulster, como reconoció ayer, es porque no puede convencer a su partido. El próximo sábado, el sector duro del unionismo volverá a golpear en su conferencia anual en Belfast cualquier intento de volver al Gobierno con los "terroristas" del Sinn Fein si no ven arder antes un zulo de sémtex con granadas. Y Adams, por su parte, también tiene problemas. El presidente del Sinn Fein está cansado de ir y venir entre el IRA y los demás, de intentar conciliar propuestas y no conseguir nada. Ésa es la realidad: la banda de los paramilitares republicanos da por suficiente su promesa de alto el fuego, y no piensa siquiera en entregar una pistola.
Con estas variables, la ecuación tiene nombre: bloqueo, parón, callejón sin salida. Todos los líderes pueden ceder, como han demostrado en el pasado, y ésa ha sido la clave de todo lo conseguido hasta ahora. Pero sus militantes, radicales ciegos ante los jóvenes que han vuelto del exilio para montar empresas, para vivir en paz, ciegos a la tremenda inversión que hoy recibe el Ulster, no quieren. ¿Cómo lograrlo? Ni siquiera Bill Clinton, el amigo protector, tiene la respuesta. El gran dato a favor es que, al menos, siguen hablando. El tema está en la mesa política, y sin tiros.
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